Lo logramos. Aquello por lo que trabajamos tanto finalmente sucedió. Una alegría inmensa y una sensación de alivio nos toma y de pronto.
“La vida se nos brinda en cuero y se despliega como un atlas y nos sentimos en buenas manos. Se hace de nuestra medida, toma nuestro paso y saca un conejo de la vieja chistera y uno es feliz como un niño cuando sale de la escuela”, nos canta Joan Manuel Serrat en De vez en cuando la vida, ese himno maravilloso que muchos de nosotros tarareamos cuando nos sentimos bien.
Leé también: El legado de Francisco: “Nadie se salva solo”
Lo experimentamos muchas veces. La vida se vuelve bella y prometedora cuando conseguimos aquello que anhelábamos. La misma cantidad de veces, de seguro nos pasó también que esa sensación se disipó más rápido de lo que esperábamos. No nos trajo ese futuro que proyectamos tal cual lo imaginamos, ni certezas duraderas, y menos aún alivio y calma permanente. Después de un logro, muchas veces, volvemos al vacío, a las antiguas inquietudes, y nuestro estrés escala más para mantenerlo, o para responder a la urgente necesidad de ir por el próximo. Muchos de nosotros incluso lo vivimos como un momento crítico-“¿Por qué no estoy siendo feliz si conseguí lo que esperaba? ¿Qué más necesito entonces? ¿Valió el esfuerzo realmente? ¿Qué costo pagué por este logro? Las personas nos celebran y sin embargo nosotros no nos sentimos bien. Actuamos felicidad para responder a esos entornos que nos aplauden, pero en nuestro interior incomodidad y desolación. Esa meta alcanzada no nos dio lo que buscábamos.
¿Qué es la falacia de la llegada?
La falacia de la llegada es la creencia errónea de que la verdadera felicidad se encuentra en alcanzar un objetivo y que además sea permanente. A lo largo de los años, lo hemos comprobado. Cuando alcanzamos la meta, la alegría suele ser efímera. Al poco tiempo, regresamos a nuestro nivel de felicidad base o incluso podemos experimentar un sentimiento de vacío peor. Así lo explica el Dr. Tal Ben-Shahar, el psicólogo formado en Harvard en Happier: Can You Learn to Be Happy? (“Más feliz: ¿Puedes aprender a ser feliz?”) que fue quien creó este concepto.

A la falacia de la llegada muchos le llaman también la maldición del triunfador infeliz. No sólo lo podemos ver en nuestras propias vidas. La humanidad está llena de historias de personas destacadas que han hecho creaciones o proezas inigualables que sufren una gran depresión, una falta de sentido, un vacío que los atrae hasta el fondo de sí mismos.
Muchos especialistas observan que otras consecuencias de la falacia de la llegada son la insatisfacción constante que nos hace estar siempre buscando el siguiente logro, la frustración, la ansiedad de futuro y la desconexión con el presente y de toda la riqueza que tiene para ofrecernos.
¿Por qué caemos en la falacia de la llegada?
Cada uno de nosotros puede encontrar sus motivos. Por supuesto que hemos sido educados en un sistema que incentiva lograr objetivos y que nos impuso marcadores de éxito muy perversos. Además, en nuestras dinámicas sobreexigidas, nos distraemos de nosotros mismos y volvemos a igualar logro, éxito, felicidad con la posibilidad de un bienestar que quizás nunca hemos conocido. En el último tiempo se conocieron cientos de estudios sobre las consecuencias de nuestra adicción a la dopamina, fomentadas por las redes sociales, los likes, y la edición de nuestras vidas para compartir con otros, proezas que no son tales y escenas totalmente disociadas de lo que nuestra vida es en realidad.
Hace un tiempo, los psicólogos Timothy Wilson y Daniel Gilbert descubrieron que otras de las causas es que en general, solemos equivocarnos con las predicciones sobre cómo un evento futuro podría hacernos sentir. Ellos lo asocian con un concepto llamado sesgo de impacto. Subestimamos el impacto positivo que tendrá el logro de una meta y subestimamos otros eventos quizás más pequeños o insignificantes a priori y la forma en que ellos afectan nuestra conexión con la vida.
Caemos en la falacia de la llegada porque vamos por objetivos que no son propios, que quizás fueron impuestos por nuestros padres, por los entornos a los cuales queremos pertenecer, por el sistema y también por fantasías infantiles que quizás no han crecido ni se han actualizado junto a nosotros. Cuanto más incoherentes somos entre nuestros objetivos y nuestras verdaderas misiones, más vacío sentiremos. Lo que no podemos aprender por las buenas, por nuestro atrevimiento a cuestionarnos, por nuestra escucha interior, la vida nos lo enseña igual a través del dolor, del límite, del sinsentido y de la decepción.
¿Qué podríamos hacer para no volver a caer en esta trampa?
Muchos especialistas recomiendan la práctica de la atención plena. Aprender a estar y a apreciar el presente es fundamental. Reconocer que la felicidad no es nuestra tierra prometida y que sin embargo podemos encontrar momentos y experiencias para conectar con ella, también nos ayuda a no sobredimensionar un estado que, como sabemos, es sólo momentáneo.
Aprender a diseñar metas realistas y cumplibles también nos transforma y nos ayuda a recuperar fuerza. Y por supuesto, hay una clave cuando recordamos que es posible disfrutar con obstáculos, retrocesos y cambios de dirección el camino hacia ese logro que visualizamos.
Victoria Wilson, que tiene una maestría en Psicología, es doctorada en Liderazgo global y profesora de la Universidad de Duke comparte algunas estrategias que nos podrían ayudar.
- Empezá con el por qué. Antes de ir a buscar tu próximo logro, preguntate por qué es importante este objetivo en particular para vos.
- Deshacete del pensamiento “si-entonces”. Prestá atención a las afirmaciones que empiezan con “si” y empeza a observar lo que viene después de “entonces”.
- Cuestionate la motivación detrás de tus metas. Sé honesto con vos mismo sobre la razón detrás de tus ambiciones.
- Permitite el lujo de una pausa. Comprométete a darte el tiempo suficiente para reflexionar y celebrar lo que hiciste antes de preguntarte qué sigue.
- Perseguí y alcanza una pequeña meta sin decírselo a nadie. Luego, pregúntate cómo te sentiste y qué significa en realidad esta experiencia para vos mismo.
Leé también: ¿Y para qué?: una pregunta simple que puede modificar el norte de nuestra
Victoria Wilson nos invita a recordarnos una y otra vez que “el logro no es sinónimo de felicidad y que la mayoría de nosotros, para acercarnos a estos estados necesita priorizar el tiempo, el amor y el compromiso en nuestras relaciones y en encontrar verdaderas conexiones, con los otros. Y con “lo otro”, agregaría yo.
Que así sea.