Estamos acostumbrados a la suciedad, a la corrupción, a la porquería, a la inmundicia, a la mugre, a la roña, a la obscenidad, a la inmoralidad, a la corrupción. Tal vez haya llegado el momento de hacer una limpieza profunda en la Argentina.
Los agarraron con las manos en los bolsos llenos de dólares. Cristina Kirchner contestó: “Lo odié a José López”. Pero no pasó nada; todo siguió igual. Después los agarraron con las manos en los fajos. Directamente contando millones de dólares en la Rosadita, fumando habanos y tomando whisky. Y entonces dijeron: “Solo veo gente contando plata”.
Y finalmente, aparecieron los dólares directamente en una caja de seguridad de la hija en un banco privado. Eran casi US$5 millones que nunca se entendió de dónde salieron. Incluso, aparecieron arrepentidos diciendo que iban a terminar todos presos. Y al final este muchachito terminó siendo el candidato a presidente de los corruptos, el candidato de la jefa de la banda, el candidato de los ñoquis de La Cámpora.

Normalizamos la corrupción. Nos parece natural que un grupo de cleptómanos todavía se ofrezca como alternativa de poder. Se robaron campos y estancias equivalentes a 20 ciudades de Buenos Aires. Y después volvieron a ser gobierno como si nada hubiera pasado. Es más, ese presidente -Alberto Fernández- era la persona que decía que la corrupción de los Kirchner era un “escándalo”.
¿Se entiende lo que queremos decir? Normalizamos la corrupción. Normalizamos que una banda haya asaltado al Estado. Robaron vacunas, robaron rutas, robaron imprentas, robaron campos, robaron canales de TV, robaron radios, robaron trenes, robaron de todo.
Pero ellos le encontraron una vuelta más. Salieron a decir que la corrupción no era tan mala. Es más... una conocida militante llamada Mayra Arena dijo hace poco que la corrupción “aceita”. Ya no es la normalización de la corrupción, es directamente la apología de la corrupción. “La corrupción estimula”. “La corrupción es transformadora”. “No me calienta la corrupción”. “La corrupción aceita la obra pública”.
Y entonces llegamos a tener un vicepresidente ladrón, un ministro de Planificación ladrón, un secretario de Obras Públicas ladrón, un secretario de Transporte ladrón, un gobernador de Entre Ríos ladrón, una ministra de Economía ladrona, una expresidenta ladrona.
Bueno, muchachos, lo que venía a hacer Ficha Limpia no era tan complicado. Ficha Limpia proponía que los chorros no puedan participar de la política. Ficha Limpia proponía que un político condenado en primera y segunda instancia no pudiera ser candidato a nada. A presidente, a diputado, a senador, a nada.

¿Por qué? Porque es chorro. No era una ley contra Cristina Kirchner. Era una ley contra los chorros. Ni siquiera era una ley. Era un imperativo moral mínimo. Pero nos responde Leandro Santoro que la corrupción es una “característica” de todo el sistema político.
Ah, pero todos son corruptos. Los K son corruptos. Macri es corrupto. Milei es corrupto. Los radicales son corruptos. Los zurdos son corruptos. Es el peor argumento que escuché en mi vida. Pero no es casual. Insisto: lo hacen para que normalicemos vivir en un mundo de porquería. Por eso, se resistieron hasta último momento a un proyecto tan elemental como Ficha Limpia.
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Pregunta: ¿para entrar a un trabajo te piden algo? Sí: análisis de sangre, apto psico-físico, un currículum, una recomendación, no tener causas penales, estar limpio, saber idiomas. Para ser presidente, no te piden absolutamente nada.
Lo único que pedía este proyecto de ley era que no fueran corruptos. Por lo tanto, aquel que se opuso a la Ficha Limpia es un delincuente o es cómplice de ellos. Como dijo alguna vez el fiscal Luciani: es corrupción o justicia. Alguna vez en Argentina, la limpieza de chorros deberá comenzar.
Opiniones libres; hechos sagrados.