Las palabras tienen el poder de cambiar nuestro estado de ánimo. Una novela, un poema, una canción o incluso una simple frase pueden emocionarnos, movilizarnos y hasta transformar nuestra percepción de la vida.
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Incluso, si la palabra adecuada es dicha en el momento exacto en que se necesita, puede tener efectos comparables a un abrazo, un analgésico o incluso una sesión de terapia. Pero ¿qué sucede cuando, en lugar de leer, nos animamos a escribir?
Escribir para ordenar la mente y las emociones
Nuestra mente es un constante flujo de pensamientos, recuerdos y conversaciones internas. Muchas de esas palabras permanecen ocultas, sin pronunciarse, acumulándose en nuestro inconsciente. Sin embargo, cuando las llevamos al papel, algo comienza a cambiar. A diferencia de la oralidad, la escritura nos obliga a reflexionar, a elegir y organizar las palabras, lo que a su vez estructura nuestro pensamiento y nos permite tomar distancia de las emociones.
Según el profesor James Pennebaker, de la Universidad de Texas, escribir sobre experiencias personales, especialmente aquellas traumáticas o dolorosas, tiene efectos positivos en la salud física y emocional. Sus estudios revelaron que quienes escriben sobre sus sentimientos pueden fortalecer su sistema inmunológico, mejorar la calidad del sueño y reducir los niveles de estrés y ansiedad. Incluso se observó que la escritura ayuda a controlar la presión arterial y a disminuir el abuso de alcohol y fármacos.

Investigaciones recientes continúan validando la escritura como una herramienta terapéutica. Un estudio publicado en JAMA Psychiatry demostró que escribir sobre emociones intensas reduce la actividad de la amígdala, la región del cerebro asociada con el miedo y el estrés. Además, un metaanálisis de la Universidad de Auckland encontró que la escritura expresiva acelera la recuperación de heridas físicas, como cirugías menores, debido a su impacto positivo en el sistema inmune.
Por otro lado, la psicóloga Susan Lutgendorf demostró que quienes escriben sobre experiencias emocionalmente significativas desarrollan una mayor actividad en las células T, responsables de combatir virus y enfermedades. Estos hallazgos respaldan la idea de que escribir no solo nos ayuda a procesar nuestras emociones, sino que también tiene efectos beneficiosos en la salud.
Cómo empezar: ejercicios de escritura para el bienestar
Si nunca escribiste de manera personal, aquí van algunas ideas para empezar:
- Diario de emociones: dedicá 15 minutos al día para escribir sobre lo que sentiste en la jornada. No te preocupes por la gramática ni la coherencia; simplemente volcá lo que llevás dentro.
- Sueños: apenas te despiertes, anotá lo que recuerdes de tus sueños. Puede ayudarte a descubrir patrones o emociones que están operando en un nivel inconsciente.
- Cartas que no serán enviadas: escribile una carta a alguien con quien tengas un conflicto o emociones no expresadas. No hace falta enviarla; el acto de escribirla ya es suficiente para liberar tensiones.
- Escritura automática: programá un temporizador en cinco minutos y escribí sin detenerte, sin censura, lo primero que te venga a la mente.
- Inventá una historia: ¿Qué hubiera pasado si esa persona no te hubiera rechazado, si te hubieras ido a vivir a otra ciudad? Dejá volar tu imaginación y escribí eso que pasó como a vos te gustaría que suceda.
La escritura como primer paso a la creatividad
Julia Cameron, autora de El camino del artista, recomienda un ejercicio llamado “páginas matutinas”: escribir tres páginas diarias, sin estructura ni propósito definido, para despejar la mente y potenciar la creatividad. La escritura también es un espacio seguro para enfrentar miedos, ordenar pensamientos y resignificar experiencias.
Si querés profundizar en esta práctica y explorar cómo la escritura puede ayudarte a estar mejor y, quién sabe, hasta escribir esa historia que hace tiempo está esperando por ser contada, te recomiendo formar parte de un taller literario donde encontrarás orientación y un grupo con quien compartir el camino de la escritura.
(*) Daniela Chueke es licenciada y docente de Sociología (UBA), periodista, escritora y bailarina y coordina talleres de lectura y escritura de historias.