“A ese chico le faltan límites, maneja a los padres a su antojo”, “A este otro no lo dejan vivir, quieren tenerlo quietito, sin moverse”. Entre tanto cuestionamiento externo, los padres atravesamos un camino de desconcierto y de desorientación: “¿Lo dejo hacer demasiado o no lo dejo hacer nada?” Será entonces oportuno hablar sobre límites en niños pequeños.
La primera pregunta que nos surge es: “¿Debemos limitar?”, “¿Queremos limitar?” No creo que el objetivo de la crianza sea estrechar sino, por el contrario, expandir capacidades, dones, habilidades, etcétera. Por eso, prefiero el verbo guiar porque aquel que guía a la vez orienta, encauza, encamina y conduce, convirtiéndose en una compañía tan positiva como necesaria.
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La segunda pregunta que nos surge es: “¿A quién tenemos enfrente?”, “¿Con quién estamos tratando?” Porque no podremos guiar a nadie a buen puerto si no conocemos las características propias de su edad.
Tener en cuenta a quien debemos guiar
Si partimos de deambuladores (aproximadamente 1 año de edad) y hasta los 5 años, los niños/as necesitarán naturalmente correr, saltar, trepar, es decir, algo muy similar a una “pila cargada” que cada día necesitará de una descarga física adecuada. Si pudiera expresarse, tal vez nos diría: “Me muevo casi continuamente porque necesito explorar, cualquier rincón despierta mi curiosidad, todo lo que está delante de mis ojos me resulta atractivo, nada de lo que se me cruza es banal. Tengo sed de aprendizaje”. Así es como aprenderá a adueñarse de su cuerpo, conocer sus capacidades y entrenar sus destrezas. Es nuestro atleta incansable.
También tenemos enfrente nuestro un niño que naturalmente necesitará observar, tocar, inspeccionar todo lo que lo rodea. Cada objeto será una oportunidad que despierta su curiosidad, un estímulo que lo invita para ser desmenuzado y estudiado. “Todo objeto merece ser estudiado”, frase que sintetiza su despliegue científico. Así es como aprenderá a conocer el mundo que lo rodea. Es nuestro investigador insaciable. Entonces, ahora sí podemos afirmar que tenemos enfrente nuestro a un niño/a que se siente con la intrepidez de un guerrero, la curiosidad de un científico, la fuerza de un gladiador y la alegría de un explorador.
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Entonces nos genera la tercera pregunta: “Nosotros, adultos, ¿estamos preparados para guiarlo?” ¿Estamos a la altura de semejante pila cargada? ¿Tenemos un ambiente adecuado donde su energía y curiosidad puedan desplegarse? La respuesta muy frecuentemente es negativa por varias razones. Por un lado, nos cuesta comprender que detrás de sus propuestas ilógicas y absurdas hay un instinto epistemofílico (simpatía por el conocimiento) que busca saciarse.
Por otra parte, en general vivimos en espacios reducidos donde sin darnos cuenta estamos diciendo que no todo el tiempo, porque es peligroso, se rompe o no debe llevarse a la boca. Si pretendemos que se quede quieto y no toque nada (y creemos que eso es educar) estamos totalmente equivocados. Lo que estamos haciendo es anular una capacidad, nada menos.
El chico se rebelará y tendremos instalada una lucha infernal que desgasta y agota. Porque él querrá moverse y siente que los adultos lo atamos y coartamos. Tal vez nos diría: ”Por favor no me pisen el brote de mi iniciativa, el brote de la curiosidad, la inquietud, las ansias de conocer y saber lo que luego será mi fuego sagrado”. Pero ¿qué hacer entonces? Armemos el día teniendo en cuenta esta sed de movimiento y conocimiento.
Todos los días, así como no dudamos en dar de comer, debemos alimentar su sed de acción y conocimiento. “La salida diaria es ley”, frase que sintetiza la necesidad de salir de casa preparando el terreno para que tenga lugar su despliegue físico: plazas, clubes, patios, cualquier lugar espacioso será nuestro mayor aliado.
Instalando un ritmo
Entonces, finalmente quedará cansado y el descanso será bienvenido: ese baño que relaja, alguna pantalla que entretiene o una siesta reparadora, para luego, volver a empezar. Así hemos instalado un ritmo sano entre acción y reposo que se acuñará para toda la vida.
Después de un no siempre un sí (señales de sí y señales de no). No podés tocar el enchufe, pero sí podés jugar con estos bloques de madera; no podés jugar con un vaso de vidrio pero sí llevar este vaso de plástico. Me gusta el ejemplo de “cordón y vereda”. Podemos salir a la calle vociferando ansiosamente “no, no, no” corras que es peligroso”. O sea, señalando “los caminos del no” (hemos invertido un gran caudal de nuestra energía en señalar lo que no puede hacerse); o podemos salir a la calle diciendo “podés correr por la vereda hasta el cordón y ahí tenés que parar porque está la calle con autos”, señalando “los caminos del sí” (hemos invertido nuestra energía señalando lo que sí puede hacerse y hasta dónde puede hacerse, diferenciando sí y no).
Si solo proponemos un camino de no, el niño creerá que el mundo goza de un mismo nivel de peligrosidad, sin matices ni contrastes. Si solo proponemos un camino de sí, estaremos privando al niño del aprendizaje gradual y paulatino sobre los peligros reales.
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Cuando podemos transmitir este mensaje, resulta increíble, casi mágico, ver de inmediato el éxito del resultado, ya que el niño agradece la claridad de la propuesta, agradece disfrutar del sí y respetar el no. Comienza a diferenciar entre permitido y prohibido, se tranquiliza porque sabe que un adulto lo guiará en ese espacio que va a recorrer, señalándole con precisión qué puede hacer y qué no.
Estaremos siempre atentos para que nuestro mensaje predominante sea: Te dejo hacer para que seas. El niño se tranquiliza automáticamente porque siente que su atleta-explorador-científico está siendo cuidado y guiado (respetado).
Educar a un niño/a es algo serio. Debemos agradecerle porque nos mantiene atentos, despiertos e intensamente vivos.
(*) Adriana Grande (M.N. 58.804) es médica (UBA), psicoanalista integrante de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Especialista en vínculos padres-hijos.