La pandemia precipitó la incorporación de la telemedicina a la práctica clínica. No quedaba otra. Con los centros sanitarios blindados para contener el COVID-19, el seguimiento del resto de patologías quedaba a merced del teléfono o, en el mejor de los casos, la videollamada.
Las consultas virtuales, que antes de la pandemia tenían una implantación desigual en España, ya se han instalado en el sistema de salud y apuntan a quedarse más allá de la crisis sanitaria. Entre sus bonanzas está que aligeran listas de espera, evitan desplazamientos innecesarios y desburocratizan la atención. Pero todavía quedan cabos sueltos que hay que atar.
Los expertos advierten de que no vale para todo y reclaman poner orden a esta práctica clínica, marcarle unos límites y dotarla de más recursos para infraestructuras y formación de los profesionales en competencias digitales.
Según la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc), en tiempos de COVID-19, un médico de cabecera hace una media de 32 actos médicos a través de la teleasistencia (cinco horas y 20 minutos de su jornada al teléfono o en videollamada) y atiende una decena de pacientes de forma presencial.
En época prepandemia, las consultas virtuales eran pequeñas estrategias atomizadas por España que crecían o menguaban en función del empeño de los gestores y las reticencias de los profesionales. “El COVID-19 lo ha acelerado todo. En tres meses hemos avanzado tres años. Ahora estamos aprendiendo”, valora Jordi Martínez, director de Innovación y Transformación Digital del Hospital del Mar de Barcelona.
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La teleconsulta ha abierto una senda en la medicina para sortear farragosos procedimientos que incomodan al paciente y retrasan al médico. Por ejemplo, todas las cuestiones administrativas, como los partes de baja o la actualización de la medicación.
“Hemos aprendido que hay que modificar muchas revisiones que hacíamos a los pacientes y que no son necesarias. La llamada telefónica no debe interpretarse como una alternativa, sino como un complemento”, reflexiona Nacho Vallejo, internista del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Además, en tiempos de pandemia, la telemedicina evita desplazamientos innecesarios y ayuda a mantener al día la demanda no COVID.
“Lo que más preocupa a los sanitarios es que los pacientes no COVID están desatendidos y hay que ver cómo se gestiona esa actividad. Por eso, pese a las barreras o debilidades que había, los profesionales abrazan ahora la telemedicina como una herramienta para hacer sostenible el sistema sanitario”, agrega Rodrigo Gómez, experto en telemedicina y gestión de la innovación.
Sin embargo, a las estrategias telemáticas todavía les queda recorrido, logístico y organizativo. Las prisas para generalizar la teleconsulta han salvado buena parte de la atención sanitaria durante la crisis sanitaria, pero han dejado aristas por pulir.
“Ahora tenemos una oportunidad para replantear el formato de la medicina, pero hace falta ordenarlo, darle un compás y ver qué es lo que aporta valor y qué no”, resume Gómez. Marcar, a fin de cuentas, cuál es su campo de acción, el margen de maniobra y los límites de la telemedicina.
“Las visitas no presenciales se pueden hacer cuando la gravedad y complejidad del paciente es baja y cuando no hay necesidad de exploración. También depende de la naturaleza de la información que se tiene que dar o de si no se pueden establecer los canales de protección de la información y la confidencialidad”, zanja Mireia Sans, presidenta de la sección eSalut del Colegio de Médicos de Barcelona.
Las preferencias del paciente, que el médico lo conozca o sea nuevo en la consulta y las dificultades de comprensión que pueda tener el usuario con la información que está recibiendo, concluye Sans, también marcarán los límites de la teleconsulta.
Con todo, no hay directrices homogéneas más allá de aplicar el sentido común. “Hemos hecho una revolución tecnológica en poco tiempo. Tocará ahora reflexionar qué ha venido para quedarse y qué no. No en todo es la tecnología la solución. Hay actos médicos donde no aporta valor agregado. Por ejemplo, en radioterapia, una acción automatizada no es, ni de lejos, lo que se necesita”, estima Ismael Vargas, el ingeniero informático encargado de apuntalar todo el dispositivo técnico para incorporar las estrategias de teleconsulta en el Virgen del Rocío.
Desde el punto de vista de Vargas, el principal inconveniente que enfrentó fue “la brecha tecnológica de determinados grupos de profesionales”. Y también de los pacientes. “Esto tiene que ir de la mano de una transformación cultural”, insiste.
Los expertos consultados coinciden en que los profesionales no están preparados para este cambio en sus dinámicas de trabajo y es preciso mejorar su formación digital, además de hacer pedagogía con los usuarios para que entiendan que no todo tiene que ser presencial.
“Hemos tenido que aprender sobre la marcha y no hay una capacitación detrás. Hay que dar apoyo a los profesionales de cuándo y cómo usar esas herramientas. Es normal que tengamos miedos, pero hay que ver a qué responden”, agrega Sans. “La consulta telefónica es compleja de llevar y no nos hemos entrenado para esa parte de la entrevista clínica, el presentarse”, coincide Laura Carbajo, portavoz de la Semfyc.
Agendas más flexibles
Otra tarea pendiente en la telemedicina es mejorar la infraestructura y los recursos para la atención telemática. “No se han aumentado las líneas telefónicas como deberían. Hay profesionales que hasta se tienen que comprar ellos los auriculares para hacer la consulta. Y es fundamental aumentar los administrativos para filtrar parte de las llamadas en atención primaria y que funcionen como una centralita”, apunta Carbajo.
Los médicos de atención primaria piden también más margen de maniobra para gestionar sus propias agendas. “No importa si la visita es telefónica o presencial. Lo importante es el motivo de la consulta. Necesitamos agendas flexibles para poner tramos de atención telemática”, reclama la portavoz de la Semfyc.
Por delante queda, también, ahondar en la humanización de la atención sanitaria telemática. Que no se pierda el factor humano entre tanta tecnología. “Nunca podemos olvidar la parte humana y el ojo clínico. Hay que mantener el equilibrio”, apunta Carbajo. “Haces una consulta telemática y, si tienes dudas, llamas al paciente a una visita presencial. La historia clínica y la exploración a pie de cama no puede perderse”, concluye Vallejo.
La transformación digital tiene que ser gradual, avisa Gómez: “No vale para todo. Pasar de cero a cien y decirle al paciente que todo será por teléfono generará rechazo, desafección y sensación de mala atención. La telemedicina es una herramienta de futuro y, ordenada, generará eficiencia”.