A veces una tristeza nos invade, como si viniéramos de otro mundo, como si nos hubiera alcanzado la ola de un dolor ajeno”, afirma Rilke en Cartas a un joven poeta ¿Quién más se siente así?
En ocasiones experimentamos un cansancio profundo al que es muy difícil ponerle palabras. Sabemos lo que no es. Intentamos recuperarnos de la apatía, del desgano, de la desconexión, de la falta de fuerza vital de muchas formas. Cuando modificamos algunos hábitos algo mejora. Nos permitimos el descanso, recuperamos el placer en lo simple, iniciamos alguna actividad que nos hace bien. Sin embargo, a pesar de que hay sensaciones que se alivianan, en nuestro interior seguimos llevando un pesar, un vacío, un anhelo, un estado confuso de falta de sentido.
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Quizás no se nos nota, pero nosotros lo sabemos. Algunos incluso lo convertimos en una broma y solemos decir “tengo un cansancio ancestral”. El agotamiento del alma se siente tan profundo que lo asociamos algo que viene de lejos, que incluso no lo sentimos coherente con este presente. Quizás provenga de lejos y de hace tiempo, también.
Una especie de desgano del alma que puede parecerse a la tristeza, la apatía o el desinterés profundo por la vida espiritual o por el sentido mismo de la existencia.
Lo cierto es que intentar ponerle palabras a eso que sentimos genera cierto alivio. No hay un concepto preciso para el cansancio del alma, pero en distintas tradiciones espirituales, hay expresiones que se acercan.
“Hastío espiritual”,“desgano o fatiga existencial”, “noche oscura o exilio del alma” podrían nombrar a estos estados, a ese agotamiento que va más allá del cuerpo o la mente. En portugués existe “saudade” que es un concepto que evoca una nostalgia profunda por algo perdido o nunca alcanzado, una melancolía del alma.
En la antigüedad, a la fatiga espiritual, se la conocía como acedia. Se la describía como una especie de desgano del alma que puede parecerse a la tristeza, la apatía o el desinterés profundo por la vida espiritual o por el sentido mismo de la existencia. No es pereza; es un hastío del alma y una gran apatía por todo lo que antes nos daba sentido. El concepto proviene de Evagrio Pontico, un monje cristiano del siglo IV, que consideraba a la acedia el más pesado de los ocho “espíritus malvados” Según explicaba, este mal producía una sensación de horror por la vida misma y un profundo desprecio por el lugar en el que estamos y por trabajo que debemos hacer.
Tomas de Aquino llamó “tristeza del bien divino” a este momento en que lo sagrado nos produce indiferencia.
Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y como sabemos, autor de El hombre en busca de sentido, uno de los libros más invocados de la cultura occidental, hablaba del vacío existencial como una forma de sufrimiento que no viene de lo físico ni de lo mental. Este “vacío” no tiene relación con ningún tipo de depresión. Suele experimentarse como un cansancio de alma, como una especie de entumecimiento interno, donde todo parece perder color, dirección y propósito. El neurólogo y psiquiatra explicaba que cuando una persona no puede encontrar un sentido profundo a su vida, se distrae con el placer y de esta forma empieza a desconectarse de sí mismo y del mundo.

San Juan de la Cruz, fue quien primero habló de “la noche oscura del alma” para describir ese momento de vacío, desolación o desconexión espiritual. Es una experiencia de profunda crisis interior que agota. Hace algunos años profundizamos sobre ello en una publicación “¿Qué es la noche oscura del alma? Una oportunidad para renacer”
El alma cansada es un agotamiento simbólico y real a la vez. Según la visión de Clarissa Pinkola Estes, es consecuencia de vivir alejados de nuestra propia verdad, de los ciclos naturales, de los deseos auténticos. En su célebre libro Mujeres que corren con los lobos explica que cuando una mujer ha sido domesticada demasiado pronto, su alma se cansa, se vuelve débil, se exilia. Sin alma, una mujer no puede ver bien, ni decidir bien, ni amar bien. El “cansancio del alma” sucede cuando se ha negado la vida instintiva por mucho tiempo.“El alma no se rompe por ser herida. Se rompe por ser ignorada”, afirma.
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Hace unos años, publicaba una “7 tipos de cansancio”. En esa nota explicábamos por qué era fundamental reconocer cuál era agotamiento que sentíamos. Cada uno de ellos, necesita ser resuelto o sanado de una forma muy diferente.
Desde diversas perspectivas, muchos los autores y especialistas nos sugieren empezar el camino de comprensión sobre este estado haciéndonos dos preguntas ¿Para qué está aquí este cansancio? ¿Qué está intentando decirme? Coinciden, también, en que cuando nos sentimos así, necesitamos darnos una atención compasiva y tiempo. El cansancio empieza a desaparecer a medida que hacemos espacio para que nuestra alma sea escuchada.
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La psicoterapia profunda, el arte en todas sus formas y la escritura ayudan a darle voz y lenguaje. La práctica de rituales simbólicos y los actos de psicomagia pueden liberar energías psíquicas estancadas. En la antigüedad se practicaba la lectio divina, una lectura meditativa de textos sagrados que por supuesto podemos actualizar al presente, y conectarnos con cualquier libro que nos ofrezca refugio. También la poesía es capaz de poner en palabras el cansancio del alma, y al encontrarnos con nuestros estados descritos por otros, puede aparecer un primer alivio.

Simplificar nuestra vida y hacer sagrada la rutina son dos movimientos de gran ayuda… Cuando el alma se cansa, no necesita esfuerzos ni exigencias. No necesita respuestas. Necesita compañía, silencio fecundo y presencia amorosa.
Hay muchas formas de permitirle a nuestra alma que repose, que se recupere, que nos vuelva a habitar. Si tomamos conciencia de que el cansancio es el inicio de un movimiento de evolución, de seguro llevaremos la carga, la sensación de vacío y el sinsentido con menos pesar y dolor. De seguro, como afirman los grandes místicos, estamos en la antesala de una gran transformación, en un proceso de profunda purificación que nos prepara para una nueva unión con lo divino.
Que así sea.