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    La técnica de las tres “C” para motivar el aprendizaje en el aula y en casa

    Columnista invitada (*) | Sacar a los alumnos de la zona de confort. Invitarlos a ser actores del aprendizaje y no meros receptores. Motivarlos a ayudar y dejarse ayudar. Algunas de las claves que se pueden resumir en tres “C”.

    Lía  V. Duret Velasco
    Por 

    Lía V. Duret Velasco

    26 de agosto 2024, 09:25hs
    Al incentivar actividades que estimulen el pensamiento divergente, se crea un espacio donde las ideas fluyen y las posibilidades se multiplican. (Foto: Adobe Stock)
    Al incentivar actividades que estimulen el pensamiento divergente, se crea un espacio donde las ideas fluyen y las posibilidades se multiplican. (Foto: Adobe Stock)

    Te propongo viajar al pasado. Imaginate que estás en la prehistoria, hace muchos, muchos miles de años. Sí: hombres primitivos. En un instante, se produce, literalmente, una grieta definitiva. Un cataclismo. La tierra tiembla y ves cómo se desmorona el paisaje alrededor. La población, entonces, queda dividida: los ancestros que se habían alejado de la comunidad quedan de un lado. Los otros seres quedan del otro lado.

    Leé también: Los sólidos motivos por los que los expertos avalan la restricción de celulares en las aulas porteñas

    Aunque con menos habitantes, pasado el susto, todo vuelve a la normalidad para el sector que ahora está aislado: mismo clima, misma flora, misma fauna. Mientras tanto, el panorama cambió para los otros. Ya no está el cómodo arroyito, ni la protección de los vientos en el valle… las vivencias son únicas para aquellos que se vieron alejados de lo cotidiano: por lo pronto, tienen que encontrar un nuevo hogar… ¡gran motivación para poner lo mejor de sí mismos!

    ¿De qué lado te hubiera gustado quedar?

    En el aula, tenemos alumnos que, ante el nuevo aprendizaje, prefieren quedarse en el molde, hacer lo mínimo y zafar. Porque ya conocen (haciendo un paralelismo con aquel cataclismo) “el clima, la flora y la fauna” y las actividades diarias que los satisfacen.

     Es crucial recordar que aprender implica salir de la zona de confort. (Foto: Adobe Stock)
    Es crucial recordar que aprender implica salir de la zona de confort. (Foto: Adobe Stock)

    Algunos profes tal vez hemos creado, por diversas razones, ese ambiente seguro para ellos donde, con nuestras rutinas y costumbres, los alumnos nos conocen mejor que nosotros mismos. Están cómodos, cognitivamente sedentarios. A su vez, están aquellos docentes/alumnos que hubieran preferido estar del otro lado: el de la aventura. Los desafíos los engrandecen y los motivan a crecer. ¿Qué podemos hacer para motivar a todos los alumnos?

    Pasamos de la prehistoria al presente

    Lo primero que podemos hacer es poner a los alumnos al tanto de estos hallazgos arqueológicos:

    El viaje en el tiempo que propuse al inicio ocurrió. Hace unos cincuenta mil años, en una isla de oriente, vivían los llamados Homo Floresiensis. Sus cerebros eran de menos de la mitad del tamaño del cerebro de un chimpancé. La especie se extinguió. Se sospecha que este cerebro diminuto es una excepción que puede deberse al aislamiento.

    Leé también: Cómo es el programa de la Ciudad para mejorar los bajos resultados en Lengua y Matemática

    ¡Estoy segura de que nadie quiere asemejarse en este aspecto a un chimpancé! Ya es para mí una gran motivación para querer regar mi cerebro con retos. Ahora, viene el papel del profesor, como facilitador de aprendizaje.

    Qué podemos hacer para motivar a los alumnos

    Tomé los datos anteriores del libro “Una Historia del Cerebro Humano” de Bret Stetka, investigador y autor que admiro. Ahora bien, utilicemos nuestra imaginación para activar nuestro cerebro: ¿cómo fue que los cohabitantes de los Homo Floresiensis, los que no quedaron atrapados en la isla, devinieron en una especie humana que incrementó el tamaño de su cerebro -la neurogénesis- y, por ende, sus capacidades cognitivas?

    Inclinados, naturalmente, a aprender lo que desconocían, tuvieron que encontrar respuestas para confirmar o no suposiciones, reconocer la realidad y tomar responsabilidad por el nuevo conocimiento. Por ejemplo, ¿qué habrá debajo de esa piedra? ¿Gusanos? ¿Tierra? Al levantar la piedra se encuentra con un hueco profundo, oscuro… y ¡unos ojos que lo espían a la defensiva! Ahora puede seguir investigando a ver si la especie descubierta es venenosa o comestible… ¿Podrá consultarles a sus coterráneos antes de avanzar?

    Al compartir experiencias que fomenten la empatía y el entendimiento, estamos cimentando las bases de un aprendizaje significativo. (Foto: Adobe Stock)
    Al compartir experiencias que fomenten la empatía y el entendimiento, estamos cimentando las bases de un aprendizaje significativo. (Foto: Adobe Stock)

    Sabemos hoy que la curiosidad mató al gato y que muchos hombres primitivos murieron en el intento, literalmente, de sobrevivir. Pero tal vez se les ocurrió consultar a sus coterráneos antes de avanzar… Y así, entre intrigas, hipótesis y consultas, ideas y resoluciones, es como nuestro cerebro fue desarrollando nuevas funciones y capacidades: desde los 400 cm3 del Australopithecus, pasando por los del Homo Habilis de 750 cm3 hace dos millones de años, hasta los 1400 cm3 que tiene el cerebro humano actual.

    Entonces, sugiero: por un lado, generar un ambiente de alegría y amor para que lejos de paralizarse, los alumnos se encuentren distendidos y prestos a incorporar conocimientos; por otro, para motivar a todos los alumnos tenemos tres puntos clave que fomentar:

    1. Curiosidad ante lo que llama la atención. Nos obliga a romper la monotonía. Nada mejor que una pregunta abierta y provocativa para despertar curiosidad en el aula: “¿Qué pasaría si…?”. Es sencillo, aunque tiene que estar en relación con la unidad que se va a tratar ese día. También son efectivos una historia bien narrada donde los protagonistas son una versión ficticia de los presentes, un experimento para generar muchas hipótesis o un proyecto de investigación sobre un tema de particular interés para el alumno.
    2. Creatividad, que activa nuestro afán de respuesta. Viene de la mano del primero. Construcción de modelos con materiales predeterminados, interpretación de un papel “roleplay” e improvisación, escritura creativa o una forma de arte 3D, y la más simple: una lluvia de ideas. Siempre en un clima de respeto, amor y tolerancia, como revelamos en artículo del hipocampo.
    3. Colaboración, que va un paso más allá de la cooperación. El hito al que aspiro llegar con mis alumnos: la colaboración implica confianza entre los miembros del equipo, se conocen a un nivel más profundo y comparten valores. Es allí donde se gestan las nuevas ideas, las que surgen de ese grupo y que conducen a la innovación.

    No sabemos si el tamaño del cerebro seguirá aumentando o si se reducirá. Lo importante hoy es mantenerlo sano y vital. Al insuflarles curiosidad, creatividad y colaboración a nuestros alumnos, los incentivamos a crecer internamente y podremos tejer así una sociedad en vías de evolución.

    (*) Lía V. Duret Velasco, máster en Educación, traductora pública de Inglés y Health Coach-Trofóloga.

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