Hoy es domingo de Pascua para los cristianos y es el último día de Pesaj para el pueblo judío. Millones de personas en todo el mundo van a celebrar la resurrección y el fin de la esclavitud.
Estas fechas se han ritualizado por miles de años. Por eso, además de ser un día muy importante, es también una oportunidad. Los rituales individuales y colectivos generan una huella invisible en nuestra humanidad y en cada uno de nosotros, le otorgan sentido a la vida, nos permiten ciertas certezas y la reconexión con algo mayor.
Todos las personas que seamos capaces de autopercibirnos como seres sensibles y que tengamos la urgencia y la necesidad de estar en contacto con “lo Otro” podemos transformar este domingo, en un día de agradecimiento y en un día de introspección que nos permita hacernos algunas preguntas. “Pesaj es también la fiesta de las preguntas”, explicó hace algunos días el Rabino Marcelo Bater, de la Comunidad Dor Jadash
Por segundo año consecutivo, muchos de los ritos familiares y sociales a los que estábamos acostumbrados no serán posibles. Esto puede ser vivido con nostalgia y tristeza por algunos. Para otros, es una oportunidad que provoca la creación de nuevas formas de conexión y de celebración, quizás incluso más auténticas que las que estábamos acostumbrados ya que muchas de ellas se habían banalizado y habían perdido su significado real y profundo.
La posibilidad de comprender que mucho de lo que se nos ha quitado o se nos niega no es castigo sino bendición es una gran capacidad espiritual. Recuperar la certeza de que podemos encontrar dentro lo que ya no existe en el afuera, es un don y una gracia a la que acceden todos aquellos que logran empezar a vivir lo cotidiano en otro estado de conciencia.
// En tiempos de adversidad, hay que recuperar la presencia en el cuerpo
La aceptación de lo que ya no es, desde otra mirada, nos devuelve la paz y la fe. Desde este sentir y desde esta conexión, es más factible que nuevas y mejores posibilidades sean creadas.
Por eso este tiempo tan especial, puede ser una invitación para que encontremos un momento de silencio y, aprovechando lo que está disponible, podamos hacernos algunas preguntas fundamentales que, seguro, pulsan dentro de cada uno, más allá de como estemos experimentando la vida ordinaria.
¿De qué necesitamos liberarnos? ¿Sentimos que a veces la vida se parece a un peregrinaje en el desierto? ¿De qué escapamos? ¿Quién nos ha traicionado? ¿Por qué y para qué? ¿Somos capaces de sentir misericordia por esas personas? Si nos hemos traicionado a nosotros mismos, ¿podemos sentir autocompasión? ¿Estamos cargando el peso de nuestra propia cruz?
¿De qué y de quienes estamos siendo esclavos? ¿Podríamos decir que estamos siendo esclavos de?
Pero si volvemos la mirada hacia adentro, muchas veces nos damos cuenta que en definitiva, muchas veces somos esclavos de nosotros mismos. De la culpa por lo mal hecho y por lo no hecho, por lo mal dicho y por lo no dicho. Somos esclavos de todo lo que podríamos haber resuelto mejor.
Este domingo también es tiempo de conectarnos con la energía de la Resurrección. En algún momento la esclavitud se termina, el peregrinaje llega a su fin, y encontramos nuestra tierra prometida. Llega un tiempo también en que la cruz deja de pesar y el sufrimiento se alivia. Todos los que pasamos muchas muertes simbólicas sabemos que podemos renacer a una nueva vida, y que regresamos a ella, mejor.
Esta es parte de la energía que ahora está disponible, gracias a los que nos precedieron, a los que la sostuvieron y a los que hoy la engrandecen en su corazón, en su pensamiento y en acción.
Pascua también significa “paso”, es un tránsito posible hacia la renovación interior.
Que así sea.