¿Cuál de todos los caminos es para mi? El que tiene corazón
“¿Conocés a algún buen terapeuta que haga algo diferente al psicoanálisis? Me recomendaron constelar. Fui a una sesión de biodecodificación. ¿Alguna vez te leíste los registros? Empecé biodanza. Estoy haciendo yoga y meditando todas las mañanas. Hace dos meses me sumé a un grupo de plantas medicinales. Estoy estudiando biomagnetismo y medicina china ¿Conocés un buen médico ayurveda?”.
Este tiempo inédito nos enfrenta a demasiados desafíos que están sucediendo en simultáneo. Nos vemos obligados a seguir haciendo cambios inesperados para reorganizar nuestra vida. Aún estamos aprendiendo nueva formas de trabajar, de vincularnos con los otros, y de organizar lo cotidiano con una percepción del tiempo muy diferente.
Todo este movimiento también precipita algo inevitable, una urgente necesidad de hacernos preguntas esenciales y tratar de encontrar nuevas y mejores respuestas.
Las certezas que nos habían traído hasta este punto se desvanecieron y solo nos quedó una opción, aceptar todo tal cual es día a día. Aunque muchos resistimos, finalmente logramos anular ese viejo hábito de proyectar algo en un mediano plazo, de imaginar futuros posibles y de diseñar un plan para concretaros. Ya no podemos sostener esa soberbia pretensión de hackear el tiempo, de planificar y ni de sentirnos a salvo.
Por todo esto, y por muchas otras razones más, imposibles de abarcar en estos párrafos, miles de personas iniciaron nuevas formas de buscar respuestas.
Las terapias complementarias, el regreso de los saberes sagrados milenarios, la recuperación de todo el bagaje y prácticas espirituales de Oriente y el acceso a “la otra información” ya era un fenómeno entre millones. El viejo paradigma colapsaba más o menos silenciosamente. Algunos lo veíamos y sonreíamos estoicos frente a los embates de aquellos que se aferraban a lo que ya estaba caduco y se iba a caer por su propio peso. Aquello que pretendía seguir siendo la verdad revelada, monopolio de las viejas instituciones, Iba siendo desplazado por otras creencias, prácticas, ciencias y experiencias. La pandemia aceleró la urgencia de encontrar respuestas por otros caminos.
Ahora, en muchísimos círculos, las terapias complementarias se volvieron muy requeridas. Es difícil encontrar una persona que no haya experimentado una nueva forma de indagación, o que no haya tenido una experiencia de búsqueda diferente a las tradicionales y legítimadas por décadas.
“Tuve ya 3 encuentros con un coach ontológico. Voy por el segundo año de Astrología. En abril empiezo la escuela de intuición. En cada momento posible hago ho oponopono. Estoy terminando el último encuentro de sanación del útero. Empecé a practicar tantra. Para dormir, ahora escucho unos podcast de meditación que me hacen muy bien”.
No dejarse engañar
Por un lado, somos muchos los que festejamos la llegada de estas miles de personas a otras posibilidades de desarrollo personal y espiritual; por el otro somos muchos también los que estamos preocupados por la proliferación de la charlatanería, de los falsos profetas, de terapeutas inexperimentados que prometen soluciones inmediatas a la insatisfacción y el vacío existencial.
Parecen salir de las baldosas, emergen en las cuentas de Instagram, se desarrollan en los canales de Youtube, y se expanden en Facebook sin ningún pudor ni respeto por el real saber. Lo pervierten todo. La larguísima enumeración de sus sospechosos diplomas y certificaciones espantan a algunos y lamentablemente hipnotizan a tantos más.
Sucede en todas las disciplinas. Lo que acontece en estos ámbitos, me alarma en lo personal por haber sido protagonista y testigo de los falsos mercaderes y vendedores de espiritualidad encapsulada, de promotores de atajos mentirosos que juegan con nosotros en esos lugares donde más vulnerables somos, justo en los momentos donde nos encontramos desesperados y en carne viva buscando un rescate, un lenguaje, una explicación que le otorgue sentido a nuestro derrotero.
La naturalización de estas nuevas formas para buscar algo más allá de la vida tal como nos dijeron que era, es preocupante y esperanzadora a la vez.
“Cuando estoy con mucha angustia, ahora tomo flores de Bach. Voy siguiendo un plan de cambio de hábitos por WhatsApp. Los sábados nos estamos encontrando a estudiar textos de grandes filósofos. Cada domingo salgo al parque a practicar tai chi. Me levanto más temprano para hacer unas respiraciones que me hacen que mi día se vuelva diferente”.
La experiencia desde adentro
Las experiencias personales son para muchos una buena referencia. Durante más de dos décadas, he experimentado de todo. Tuve el privilegio de recibir iniciaciones de grandes maestros, compartí y aún estoy cerca de seres excepcionales con un trabajo sobre sí mismos difícil replicar. Participé y soy parte de grupos que ponen su ser y su saber al servicio de muchos más. Recibí información, soporte y enseñanzas de grandioso valor.
También fui víctima de manipuladores, de mentirosos y de estafadores. Me sumé a organizaciones que sólo eran cáscara, creadas con el único propósito de atraer gente desesperada y abusar de su tiempo, de su energía, de su fe y principalmente de su dinero. Puse el cuerpo y el corazón en experiencias de las que salí entera y cuerda vaya uno a saber por qué. Me escapé de talleres sin sentido en los que trataban a los otros como ignorantes y los obligaban a ejercitar sospechosas prácticas para el despertar. Tuve que desintoxicarme de verdades impuestas y de las garras de algún autoproclamado semidios que había bajado a la Tierra y al que no se podía cuestionar. Nadie está a salvo de volver a caer en una turbia práctica ni de poner su cuerpo en un lugar contaminado, pero esas experiencias sí nos van permitiendo sentir ese sabor interno, y continuar mejorando nuestras habilidades de discernimiento. Ni yo, ni muchos otros renegamos de todo lo vivido. Hemos estado allí y ahora contamos con un bagaje de experiencias que no tienen sentido si terminan en uno. La información es para compartir.
Siempre es bueno mantener a nuestro observador en atención para no perdernos en ningún camino.
Por todas estas razones, y especialmente en los últimos años, recibo pedidos permanentes de recomendación de personas para guiar o acompañar el proceso de otros. La respuesta siempre es difícil. Lo que funciona para uno no tiene por qué ser la respuesta para los demás.
¿Y entonces? ¿Qué responder? ¿Qué recomendar? ¿Cuál es el mejor camino para mí? ¿Y para el otro? Ante la suplicante pregunta de por dónde empiezo, ¿podemos mirar para otro lado? No.
Uno de los aprendizajes más valiosos que tuve en el último tiempo fue “Sin proselitismo”. Muchos años atrás, cada vez que encontraba algo que me ofrecía una enseñanza, algún tipo de sanación o herramientas que me permitían vivir con mayor coherencia o aliviara la búsqueda de sentido, el impulso de salir a contar y recomendar " eso” me tomaba. “Sin proselitismo”, sin evangelización de nada ni a nadie fue una especie de mandamiento que me ordenó. Sin embargo, esa premisa tenía una que le seguía: “pero si alguien pregunta, hay que responder”.
Sin proselitismo podemos poner sobre la mesa aquella información que nos ha hecho bien y permitir que el otro decida cuál es el mejor camino para él.
Están las herramientas que nos ayudan a través de la mente, las que nos permiten desplegar nuestra conciencia mediante el cuerpo, muchos otros caminos son a través del arte, y tantos más buscan la reconexión de nosotros con nuestro alma. Están disponibles los saberes milenarios que provienen de Oriente, las nuevas formas de vivir y de entender el mundo bajo las leyes de la física cuántica. Hay caminos de acción y otros de contemplación.
Sin embargo, creo que todos estos párrafos pueden resumirse en la respuesta que da Don Juan en el tan conocido libro Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda: ¿Cuál de todos los caminos es para mi? El que tiene corazón.
“Por eso debes tener siempre presente que un camino es solo un camino y, si sientes que no debes seguirlo, no debes seguir en él bajo ningún concepto. Para tener esa claridad, debes llevar una vida disciplinada, solo entonces sabrás que un camino es nada más que un camino y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo, si eso es lo que tu corazón te dice”.
¿Tiene corazón ese camino? Si tiene, el camino es bueno, si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte. El otro te debilita.
Quién soy, qué vine a hacer aquí, por qué no puedo salir de ciertas repeticiones. Incomodidad, apatía, soledad, carencia, necesidad de pertenencia, nostalgia de algo que no podemos descrifrar, la necesidad de encontrar un nuevo sentido. Qué es lo importante para mí. Qué quiero hacer con mi tiempo. Con quiénes quiero compartir la vida ahora. Qué es verdad. Qué es lo que me mantiene a salvo, qué me guía, qué me sostiene.
Como diría Lewis Carroll: “Solo unos pocos encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni si quiera quieren encontrarlo”.
Sentir la necesidad de buscar algo más, es algo grande. Ya todos lo sabemos. El primer paso nos lleva donde queremos, pero nos saca del lugar en el que estamos.
Que así sea.