A diferencia de lo que muchas veces se cree, sólo el 10% de las redes neuronales de aprendizaje están determinadas por la genética, mientras que el 90% restante se moldea por las experiencias y los conocimientos adquiridos. Esto significa que es posible crear nuevos circuitos cerebrales que ayuden a modificar costumbres, pensamientos y emociones ligados a la alimentación.
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Pero para lograrlo, es clave entender que el cerebro de una persona con obesidad está profundamente adaptado a todo aquello que perpetuó el exceso de peso: malos hábitos alimentarios, sedentarismo, pensamientos negativos y creencias irracionales.
La llamada neuroplasticidad positiva se apoya en tres elementos centrales: atención consciente, ensayo mental y acción reiterada. Se trata de mover intencionalmente el foco de atención para desarmar esos circuitos que sostienen la obesidad (la llamada “neuroplasticidad negativa”) y reemplazarlos por nuevos y saludables, alineados con metas realistas.
En este proceso, herramientas como el Mindfulness o Atención plena, y específicamente el Mindful Eating (o Comer Consciente), ayudan a la persona a restaurar su relación con la comida, el cuerpo y la balanza. La evidencia científica muestra, además, que en la obesidad existen déficits de neurotransmisores como la dopamina, vinculados al placer y la recompensa. Esto explica por qué para algunas personas resulta tan difícil resistir ciertos alimentos: el cerebro “presiona el botón de repetición” en busca de placer constante.
La clave para superar la adicción a la comida y transformar hábitos alimenticios
A diferencia de otras adicciones, la alimentación no se puede eliminar, por lo que aprender a convivir con esas ganas de comer más es parte esencial del tratamiento. La neuroplasticidad ayuda a modificar esos circuitos de búsqueda y recompensa, aportando estrategias para sostener cambios a largo plazo.
Una de las grandes barreras en el abordaje de la obesidad es tratarla como una enfermedad aguda y no como una condición crónica. Para lograr cambios sostenibles, el enfoque neurocientífico propone trabajar de manera integral: actitudes, creencias, conductas, pensamientos y emociones. Es una verdadera “reingeniería” mental que se entrena con paciencia y constancia.
El automonitoreo es clave: llevar un registro de comidas, porciones, horarios, emociones y actividad física permite ver patrones y reforzar la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Focalizar en los hábitos y el estilo de vida, dejando a la balanza en un segundo plano, ayuda a disminuir la frustración y alimenta la motivación, que suele estar debilitada tras intentos fallidos.
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El proceso se puede iniciar a cualquier edad, desde niños hasta adultos mayores, porque el cerebro siempre mantiene su plasticidad. Y aunque no existe una fórmula mágica ni resultados inmediatos, entender que la obesidad es multifactorial, compleja y aún sin cura, invita a derribar mitos y rechazar falsas soluciones que circulan en redes sociales.
La clave está en trabajar con profesionales idóneos, médicos y licenciados en nutrición especializados, para que cada persona reciba la contención y las herramientas que necesita. Cuidar la mente, educar la conducta alimentaria y entrenar la neuroplasticidad: un camino posible para que la persona con obesidad recupere su calidad de vida y sostenga esos cambios en el tiempo.
(*) Lic. Viviana Viviant, nutricionista especializada en Nutrición Deportiva.
