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    La educación, rumbo a un modelo sin clases ni exámenes

    OPINIÓN. Columnista invitado (*) | El conservadurismo del mundo docente dificulta bastante los procesos de revisión o cambio de los métodos de evaluación. El fin de la creencia de que el alumno debe conocer todo lo que se le ha dicho y dado a leer durante cuatro, seis o diez meses.

    Daniel Sinopoli
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    Daniel Sinopoli

    16 de octubre 2022, 05:58hs
    La pregunta sobre qué va a hacer el estudiante con los contenidos que le brindamos tiene una posición claramente encontrada con la afirmación tradicional de que los exámenes deben tener cierta estructura para funcionar.(Foto: Adobe Stock)
    La pregunta sobre qué va a hacer el estudiante con los contenidos que le brindamos tiene una posición claramente encontrada con la afirmación tradicional de que los exámenes deben tener cierta estructura para funcionar.(Foto: Adobe Stock)
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    El hecho de que el alumno aprenda la totalidad de los contenidos de una materia es una preocupación sin dudas genuina para la formación de docentes e investigadores. Inclusive para la formación en diversas humanidades. Pero lo cierto es que el ámbito laboral exige personas formadas y motivadas para alcanzar logros concretos que resulten de la aplicación de conceptos. Hacer del conocimiento un instrumento de transformación de realidades, desde la más modesta base de la escala.

    En un reciente encuentro, Marcos Sarasola Moretti, vicerrector de la Universidad Católica de Uruguay, en diálogo con responsables de distintas áreas disciplinarias en el ámbito universitario, abrió una primera controversia que, con clara dirección y sin grises, promueve modificaciones elementales en la tarea docente: dejar de preguntarnos qué vamos a dictar y enfocar más en la respuesta en qué queremos que los estudiantes aprendan. Porque dictar viene de la mano del objetivo de enseñar, y no siempre que enseñamos logramos que se aprenda.

    Leé también: Las escuelas dejaron de ser una esperanza de futuro para muchos chicos

    La pregunta sobre qué va a hacer el estudiante con los contenidos que le brindamos tiene una posición claramente encontrada con la afirmación tradicional de que los exámenes deben tener cierta estructura para funcionar.

    Lo importante no es dictar clase, sino trabajar colaborativamente con los estudiantes en los conocimientos que se requieran para las prácticas (Foto: Adobe Stock).
    Lo importante no es dictar clase, sino trabajar colaborativamente con los estudiantes en los conocimientos que se requieran para las prácticas (Foto: Adobe Stock).

    El aula es el eje de la educación

    El modelo de evaluación de la UCU, según explicara Sarasola, eliminó los exámenes y estableció un sistema de evaluación continua, sobre la premisa de que evaluar formativamente no requiere de poner una nota o, menos aún, de evaluar a la centésima, sino de medir en periodos breves y con consignas precisas, aprendizajes puntuales. Y por supuesto, con foco en las competencias, sobre todo las básicas. Es oportuno recordar aquello de Ricardo Jaim Etcheverry de que con matemática y lectocomprensión, aún sin la tecnología, en el mundo actual también se podría sobrevivir.

    Lo que decidimos hacer en el aula, eje de la educación, requiere de una mirada completa y profunda del perfil de egresado que se pretende. Para pensar al menos en cuatro aspectos que lo definan, Marcos Sarasola toma impulso en la práctica integral de la vida, propuesta por el filósofo Ken Wilber:

    • sentido humanista de la vida
    • convicciones personales
    • actitud emprendedora
    • visión del mundo

    Desde estos principios es que quedaría definido qué deberían aprender nuestros alumnos, qué conceptos y prácticas deberían incursionar para alcanzar esos objetivos. Y por supuesto, también sería posible pasar en limpio qué metodologías y tecnologías se aplicarían para llevar adelante el proceso de la forma más conveniente y, por supuesto, el modo en que sería evaluado.

    Leé también: Los tres mitos que hay que desterrar para no armar un Frankenstein en la educación

    Sobre este último punto se desprende una idea tan innovadora como razonable: no tiene sentido estar evaluando todo el tiempo. Es necesario aplicar un principio de economía tanto en la cantidad de evaluaciones como en la consigna a de cada evaluación, que impliquen mucho trabajo dentro y fuera del aula, siempre con la mira puesta en qué queremos que aprendan.

    Y más allá de la solidez y atractivo de los modelos para aplicar, una vez más es necesario subrayar que siempre es más importante pensar en los profesores que lleven adelante esos modelos, en su formación y apasionamiento por los objetivos. Y también en quienes los guíen, directivos con un claro liderazgo pedagógico sobre los docentes, que sabrán motivarlos, orientarlos e indicar puntuales correcciones cuando la marcha de la tarea lo exija.

    No dictar clase, sino trabajar colaborativamente con los estudiantes en los conocimientos que se requieran para las prácticas. No tomar exámenes, sino hacer testeos puntuales y periódicos de aprendizaje. He aquí los dos postulados principales que se desprenden del conjunto de las ideas analizadas. ¿Representan una actitud de desidia o una apuesta a la innovación? Porque un modelo sin clases ni exámenes es todo un cambio en el concepto clásico del trabajo de educar. Solo la experiencia y los resultados darán cuenta de ello.

    (*) Daniel Sinopoli es director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de UADE.

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