Hace más de 20 años, Liliana Helueni recorría las calles de Montserrat como “cuentenik”, como se designa en ídish a los vendedores ambulantes. Cargaba dos grandes bolsas que hacían contrapeso y ofrecía en los locales del rubro textil las delicias que preparaba junto a su papá. Hasta que un día, un par de meses antes del estallido del 2001, un conocido le ofreció un local a pocas cuadras del Congreso. Pasaron 23 años y sigue firme allí, pese a que la zona ya no es la misma. Hasta creció gracias al delivery. “Los viernes son una locura”, contó a TN.
El local de Helueni funciona en el horario de almuerzo, de domingos a viernes, con comidas típicas de la cocina árabe-sefaradí, pero gracias a un importante sistema de delivery que creó su hija Mariel, sus famosos lajmayin (empanada árabe abierta de carne con salsa agridulce) y sus yabrak de parra (niños envueltos de hoja de parra con carne y arroz) llegan a todo Capital y zona norte.
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La historia de cuatro generaciones y un cambio de apellido en Migraciones
La historia de los Helueni en la Argentina comienza hace 100 años, en la década del 1920, cuando su abuelo Abraham, un panadero de Alepo, dejó Siria, empujado por una hambruna. Tras un breve paso por Egipcia, se tomó el barco hacia Buenos Aires con el sueño de “hacer la América”. Y, como muchos inmigrantes, vio su identidad trastocada al llegar al país. “Su apellido era Mansura, y cuando le preguntaron en el puerto cómo se llamaba y a qué se dedicaba, contestó ‘Helu’, que significa dulce en árabe, y ‘eni’, ojos, como diciendo ‘hago dulces para los ojos’. Y así fue como de Mansura pasamos a llamarnos Helueni”, contó Liliana, entre risas.
Al poco tiempo llegó el resto de la familia. Su abuelo y su tío abuelo tenían en la calle Tucumán un horno donde la gente llevaba el relleno de las empanadas y ellos la terminaban de cocinar. “Ellos hacían las masas y eran increíbles”, dijo Liliana. Además, su abuelo tenía en la calle Lavalle un almacén muy grande, “donde vendían todo tipo de artículos, legumbres, frutos secos, legumbres y condimentos árabe”.
Fue en parte en ese lugar que Liliana se crio. “Yo era una cosa menudita, mi mamá me decía lauchita porque me metía en cualquier rincón del negocio, entre las bolsas. A veces mi papá me hacía recitar una bendición en hebreo, el Shema Israel, y mi abuelo me daba un billete como ‘premio a buena judía’”, recordó con emoción.
Al formar familia, sus papás se pusieron en los años 60 su propio emprendimiento de comida árabe sefaradí. “Mi papá le planteó a mi mamá ‘vos vas a ser mi socia´en una época en que lo más habitual era que las mujeres criaran a sus hijos”, dijo. Le vendían mucho a las colectividades árabes, judías, armenias y griegas así como a algunas celebridades, como el humorista Tato Bores. “Mi papá se pasaba horas en el negocio. Yo me acuerdo el esmero que le ponía a las vidrieras, el olor de su chaqueta a la que le decíamos ‘el piyama’, inconfundible, una mezcla de pimienta de Jamaica, comino, agua de azahar”, contó Helueni.
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Aunque Liliana estudio para maestra, los veranos se sumaba a ayudar en el negocio familiar y ahí fue que le picó el bicho de la cocina. “Aprendí primero con mi mamá en casa, y luego me perfeccioné en la cocina del local”, explicó. No hubo privilegios, arrancó desde abajo: “Empecé lavando bandejas, porque cuando quise aprender con las empleadas que ya sabían el oficio, me dijeron que primero vaya a la bacha. Yo les decía ‘soy la hija del patrón’ y entonces me contestaban que ‘vaya con la patronal’”.
“Eran bandejas, enormes y yo creía que era una genia porque se las entregaba limpias y secas, pero después me las devolvían porque me faltaba pintarlas con aceite”, dijo.
Después de unos años de trabajo en el local familiar con sus papás y sus hermanos y uno cinco años de venta ambulante en los que “vio de todo”, decidió hacer su propio camino. “Era la peor época de recesión de la Argentina y en el negocio de mi papá en Córdoba y Larrea los números no cerraban del todo y cada vez era más complicado”, recordó.
Un conocido, Don Tito, le ofreció el local de Santiago del Estero 244 “pese a que no tenía un peso” y una pareja de amigos le prestó mil dólares para que arrancara. “Era en junio de 2001, todo era un quilombo. El verano del 2002 fue tremendo, no había ventas, no había dinero, les abría una cuenta a los clientes y me pagaban al final de la semana con patacones”, recordó. Pero Liliana siguió adelante “con una estructura chica, remándola en arena movediza más que dulce de leche”.
“Este país siempre te da una chance. Siempre tenés oportunidad, porque yo pude abrir un negocio en el peor momento del país. Si bien hay que hacer malabares y tener cintura, la sociedad es muy generosa, solidaria. Mis vecinos son de hierro, todos nos ayudamos...”, sostuvo.
Y es así que Liliana se hizo conocida en la zona de Congreso por su hummus ultracremoso y su babaganush, sus distintos boios, falafel o su muarrak de queso o verdura (triángulos de masa filo rellenos), sus sembusak y sus knishes.
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Entre los platos principales de la casa, se destacan el mejshi cusa (zucchini rellenos con carne y arroz), salayan con guarnición (fierritos de carne a la parrilla con guarnición), chauchas con carne, el pastrón al horno, los alcauciles rellenos, el pollo persa o el arroz pilaf con pollo al horno desmenuzado.
Helueni también sirve sándwich de falafel con hummus y tabulé y, al momento de comer algo dulce, se destacan los clásicos árabes como mamul de nuez, damasco o dátiles (dulce a base de manteca, relleno de nueces y especias, damasco y almendras o pasta de dátiles y nuez), kadaif de nueces (fideos de masa filo rellenos de nuez y embebido en almíbar especiado), baklava (capas de masa filo con nueces y embebido en almíbar especiado) y dedos de novia (masa filo con una mezcla de los más variados frutos secos). Para acompañar, hay café a la turca o té de menta.
Aunque ya lleva dos décadas en el rubro, Liliana siente que “cada día sigue aprendiendo algo nuevo”. Sobre todo con su hija Mariel, su mano derecha y la persona que le dio un soplo nuevo al negocio al incursionar desde el principio en las redes sociales para abrir nuevos canales de venta. “Siempre dijo que con este negocio le saca agua a las piedras”, se río Helueni.
“Tiene mucha capacidad y hay algo que es fundamental para todos en la vida, ella ama lo que hace, entonces siempre se está actualizando”, completó. Los días previos a las festividades judías son siempre de mucho trabajo porque en la cultura hebrea “la comida acompaña siempre y lo atraviesa todo”.
¿El secreto de su comida centenaria? “Primero es la dedicación y el amor; en segundo lugar usar todos elementos naturales, de calidad y sin conservantes y no cambiar la fórmula, ser generosa”, concluyó Liliana Helueni