Todo es temporal, menos la forma en la que hacemos sentir a los demás, para bien y para mal, eso es para siempre.
“Cuando alguien te hace reír y cada instante se vuelve eterno, sabés que es por ahí”, dice Vivi con esa calma que sólo dan los años vividos y las decisiones difíciles. Caro la escucha y sonríe. “Si hay una corazonada, aunque sea mínima, hay que seguirla. Nunca hay que soltar”, agrega. Hablan como si estuvieran repasando una película que conocen de memoria, con los diálogos ya grabados en la piel. Su película.
“Caro fue mi cable a tierra cuando yo todavía no me animaba a ser yo misma”, confiesa Vivi, mientras Alma (14) juega con el celu a unos metros, sin saber que estas palabras son la raíz de su familia. “Yo ya sabía que quería todo con ella —revela Caro—. Pero había que esperar que Vivi se atreviera a saltar”.

Donde empieza la historia
Era 2005 y Vivi entraba a trabajar en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Tenía 35 años y recién se había recibido de abogada. Había llegado tarde a la carrera porque antes necesitó buscarse, probar, viajar. No era de esas personas que cumplen los mandatos como si fueran estaciones de tren. Tenía una energía cálida, una elegancia natural y una mirada capaz de ordenar cualquier caos.
En 2008, Caro llegó al mismo organismo. Siete años menor y con la frescura de quien todavía cree que todo es posible. “Una amiga me avisó que buscaban abogadas y terminé justo en el área de Vivi”.
Vivi era jefa de equipo, estricta pero justa. Caro la miraba con admiración: impecable, brillante, segura. “Le pedía que revisara mis escritos porque sentía que sabía muchísimo. En la oficina decían que le estaba tirando onda, pero yo sólo quería aprender”, recuerda Caro, riéndose todavía. Además, cuentan las malas lenguas que, cuando venían los informes con la C.R. –iniciales de Caro– “la jefa” era más benévola. “La verdad es que ella era buena”, interrumpe Vivi para defender a su mujer.
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Pero como es habitual, el rumor se instaló de inmediato. Había algo en esas charlas que duraban más de la cuenta, algo en esos mates compartidos que no era estrictamente laboral. Ninguna sabía ponerle nombre, pero las miradas hablaban antes que las palabras.
La mujer que buscaba su lugar
Viviana Escandarani nació en 1970, en Ballester, en una familia judía sefaradí donde los mandatos eran tan firmes como el pulso de su madre para amasar lajmashin. “Recibirse, casarse, tener hijos”, repetían como un rezo. Pero la vida rara vez respeta esos planes.
A los 28 años, mientras sus amigas ya pensaban en el segundo hijo, Vivi recién empezaba Derecho. Aunque en su casa no se hablaba del tema, siempre supo que podía enamorarse de mujeres y hombres por igual: “Yo me enamoraba de la persona”, explica. Aunque en su interior era libre; abiertamente, guardaba silencio.

Incluso a los 33 años estuvo a punto de casarse con un hombre “que cumplía con todo”. Tenía fecha, vestido “de Cosano” y hasta las invitaciones listas. Pero canceló la boda. “Si no les decís a tus hijos que nos casamos, chau”, sentenció a su futuro. Y así, con preaviso, poco antes de dar “el sí”, plantó al novio. Sin dramas, pero con la certeza de que no volvería a permitir que la escondieran. Nunca más.
La chica sin dudas
Carolina Ruffini nació en 1979, en Mercedes, y se crió en San Antonio de Padua donde vivió hasta los 30 años cerca de la reconocida iglesia del pueblo. Hija única, su papá murió cuando era adolescente y su mamá se convirtió en su sostén incondicional. Supo desde chica que le gustaban las mujeres, aunque le llevó un tiempo vivirlo con libertad. Incluso pasó por varios procesos y, si bien hoy se siente plena como mujer, también experimentó la sensación de haber querido nacer en un cuerpo de hombre: “Fue hasta que me di cuenta que era sobre mis gustos, pero no sobre mí”.
Caro jamás había salido a boliches gay, no tenía amigos “del ambiente”, ni frecuentaba nada de ese mundo. En cambio había algo que siempre tuvo claro: “Tenía la fantasía de Susanita en mi cabeza: sabía que en algún momento iba a encontrar a una mujer, que me iba a gustar, que me iba a enamorar y que iba a ser la mujer con la que iba a estar toda la vida. No me interesaba otra cosa”.
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Se recibió de abogada y entró a la Ciudad en 2008. Su primer día en la oficina, parada frente a la impresora, marcó rotundamente su destino. “Hola, vos sos la nueva, ¿no?”, dijo una voz seductora, y anunció: “Yo soy Viviana Escandarani, la jefa de control legal. Lo que necesites me podés pedir”. La paduense quedó sin aliento: “Cuando conocí a Vivi, quedé hipnotizada, flasheada, me encantó. Era tan femenina, tan segura… Pensaba: ‘Seguro le gustan los hombres, no me va a mirar nunca’. Pero yo quería estar cerca igual”.
La noche que lo cambió todo
Enseguida Vivi y Caro empezaron a ser amigas. La mayor, además de ayudarla en el trabajo, la buscaba con cualquier excusa: “Me llamaba todo el tiempo. Yo no vengo de una familia de plata; no tuve muchas posibilidades económicas en mi vida, o sea, todo fue remarla y remarla. Entonces, seguía viviendo en Padua”, cuenta para graficar la hora y media que tenía en tren de ida y vuelta a la oficina, rato que las nuevas amigas aprovechaban para seguir charlando por teléfono, a pesar de haber compartido toda la jornada laboral. Es que sin darse cuenta, tenían una “tremenda necesidad de seguir en contacto”.
Luego de todo un año de amistad y “otras aventuras”, el 6 de septiembre de 2009, después de una noche en Glam, un boliche gay, por primera vez “pasó todo”. Esa noche, la amistad se volvió amor. “Yo no podía creer nunca que me fuera a dar bola”, dice Caro con el mismo amor de hace 16 años.

Pero no fue tan sencillo: al día siguiente, Vivi se asustó. “Pensaba que Caro podía querer experimentar, conocer gente. No quería engancharme y que después me dejara. Tenía miedo”, admite. Puso distancia, inventó mil excusas y se escondió detrás de la formalidad.
Para Caro fue un golpe atroz. “Me freezó a niveles bestiales. Al otro día de que pasara todo por única y primera vez, me saludó con un piquito, me dejó en la parada del colectivo y nunca más. Vestite y andate”, recuerda entre carcajadas el día después. Ese duro septiembre se acordó de haber sido advertida en la oficina: “Ahí no te metas”, le habían dicho. “Yo estaba completamente enamorada. Me quedé esperando mi turno, como quien aguarda que la llamen a jugar. Mientras tanto, Vivi salía con otras personas pero no me soltaba… y yo seguía ahí, firme, aunque me doliera”.
Un embarazo revolucionario
Así, pasada la primavera y con 39 años, Vivi volvió al ruedo… y conoció al hombre “correcto”. Y, mientras Caro enfrentaba una cirugía complicada, Vivi descubrió la noticia menos pensada. “Decidí portarme bien, que mi familia estuviera tranquila. Salimos tres meses y quedé embarazada”, cuenta. “Le ofrecí al padre distintas formas de estar presente, porque yo iba a avanzar igual”. Pero cuando le dio la primicia, el progenitor desapareció. Sin llamadas, sin disculpas. “Nunca supe nada más. Y seguí adelante sola”.
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Paralelamente, estaba su amiga especial: “Siempre tuve esta cosa en la panza, como maripositas, con Caro. Pero me costaba jugármela porque en algún punto sabía que era para toda la vida. Y tenía miedo que se complicara”. Aún así, Vivi le pidió a Caro que la acompañara a las ecografías. Y ella, “enamorada hasta los huesos”, aceptó. “No podía decirle que no. Estuve en todos los controles, en cada patadita. Era durísimo, pero prefería estar cerca”.
El 16 de noviembre de 2010 nació Alma. Caro estaba ahí, como siempre. “La sentí hija mía desde el primer minuto”, sostiene. Pero oficialmente Vivi seguía ubicándola en la repisa de “la amiga que ayuda en todo”, tanto que el primer provechito de Alma fue con Caro. Pero a los seis meses de la bebé algo le hizo “clic”: precisamente, el hecho de que su mujer imposible siga buscando el amor en otras personas. A duras penas, decidió tomar distancia porque estaba demasiado encariñada con la nena y no quería que nadie sufriera, sobre todo Alma: “Quería todo con Vivi —remarca Caro—, no sólo compartir la maternidad como amiga. Por eso me alejé ”. Aunque no del todo porque para aquel entonces Vivi pasó a ser la jefa directa de Caro.
Y como suele ocurrir en los casos en que al “histérico crónico” no se le da más de comer, alguien reaccionó. “¿Qué hizo la señora? Se decidió”, relata Caro con gracia. Vivi se empezó a acercar y su amiga la ignoraba; le estaban dando de su propia medicina. Así pasaron los meses. Hasta que un viernes lluvioso de invierno, la distancia cedió. “Te quiero decir algo”, le dijo Vivi casi en un suplicio. “Ay, no, ahora me va a decir que está de novia con la vecina”, pensó Caro en esa milésima de segundo que la mente le iba a mil. “Ya no sabía qué esperar; ¡ya me habían pasado todas!”. Pero antes de que se quiera dar cuenta Vivi acalló sus pensamientos con un beso infinito. “¡Tiró toda la carne al asador!”, evoca la besada con ternura. “‘Esto es para toda la vida’, me dijo. No había posibilidad de otra cosa. Era todo o nada, no me dejó ni pensar”, recuerda con emoción uno de los momentos más felices de su vida, y sigue: “Yo no lo podía creer, ¿entendés? No sabía a quién contarle primero”. Vivi por fin lo había descifrado: “Me di cuenta de que la necesitaba para siempre, que no iba a poder seguir viviendo sin ella, que necesitaba este amor”, confiesa.

Y esta vez no hubo dudas, a partir de julio de 2012 fue una relación consolidada. Al año ya se mudaron a vivir juntas definitivamente. Vivi presentó a Caro en su familia, al principio como “la amiga”, pero con el tiempo hasta su papá —que no fue a la boda— reconoció que lo que tenían era amor verdadero. El 31 de agosto de 2016 se casaron por civil, con una fiesta “muy tranqui”. Alma, con 5 añitos, llevó los anillos. Y en el 2017 formalizaron la adopción: “Era darle un cierre legal a lo sentimental, poner en papeles lo que ya sentíamos. Alma ya nos decía mami y mamá”.
Adoptar hasta su religión
Caro y Vivi siempre quisieron una ceremonia religiosa, pero sus diferentes orígenes lo impedían. “Por mi lado como católica, sabía que nunca iba a poder ser. La iglesia está muy lejos de permitir un casamiento igualitario. Y el judaísmo, si bien estaba permitido porque sabíamos de dos chicas que se habían casado en otra comunidad, no era algo que pensáramos que podríamos llegar a cumplir”, explica Caro, contextualizando que realizó bautismo, comunión, confirmación y “todo lo que te imagines con la Iglesia Católica”. Por otro lado, siempre se sintió contenta de que Alma tuviera un grupo de contención dentro de alguna comunidad, sin importar cuál. “Me daba algo seguro, contexto, me parece que cualquier institución de la cole tiene algo de comunidad, de cuidado, de contención”. Y un día decidieron mandar a Alma a su primer majané (campamento) en comunidad, al que iban muchos compañeros del colegio. A su vuelta sólo hubo certezas: “La sonrisa que le vi esa noche a mi hija no la olvido nunca más en la vida”, recuerda Caro, y Vivi asiente: “El camino era por acá”.
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La adolescente de 11 años retornó del viaje con un pedido inédito a sus madres: “Quiero hacer el Bat Mitzvá”. Las chicas algo alejadas de ambas religiones, se acercaron a una conocida comunidad judía de Buenos Aires, con algo de temor a no ser bien recibidas: “Éramos dos mamás, uno siempre pregunta, jamás te terminás de sacar esa cosa de ser diferente en algún punto. Siempre vamos con cuidado porque no sabés con qué te vas a encontrar. Y más en una institución religiosa”. Pero la respuesta fue contundente: “Acá las abrazamos a las tres”, dijo cálida la Rabina Debi. Y las chicas decidieron acompañar a su hija en el proceso, tan de cerca, que se terminaron involucrando con Alma desde el alma. “A las dos nos empezó a entusiasmar el tema del judaísmo desde otra mirada. Ahora no era ‘porque mis padres me mandaron al shule, entonces yo soy judía”, reconoce Vivi, que tuvo una típica infancia alineada al judaísmo pero sin sentirlo realmente. “Acá fue ser parte de la comunidad desde el primer momento, no como si fuéramos, sino que somos parte desde el primer día en que empezamos a ir, sin importar lo que seamos”. Y a Caro le pasó que, escuchando cada viernes al Rabino Fabián, redescubrió su fuerte parte espiritual. A medida que fue avanzando el tema del aprendizaje de Alma, sus mamás también empezaron a tener más curiosidad y a sentirse identificadas con absolutamente todo.
Caro, entusiasmada, quiso estudiar hebreo. Sus maestros vaticinaron que lo suyo terminaba en conversión. “Si igual no me podés casar”, desafiaba fresca cada vez que la querían tentar. “No, nosotros no casamos a nadie porque nadie nos vino a pedir, no porque no podamos”, fue la respuesta sobre la unión igualitaria religiosa. Y eso le quedó rebotando en la cabeza. Tanto que a las pocas semanas le confesó a su mujer: “Creo que ya estoy”. Estaba en medio de la enfermedad terminal de su madre y se sintió “súperacompañada” por la religión de su esposa, que ya la percibía propia. De repente, Caro se convirtió en la mejor alumna: estudió hebreo básico, historia judía, tradiciones, calendario, liturgia, halajá (ley judía) y fundamentos de fe. El amor de su familia fue su gran motivación: “Mamá, yo no te lo quería decir antes para no meter presión, pero para mí es súperimportante que vos te conviertas”, manifestó Alma emocionada. Al año Caro ya estaba lista para su Beit Din, un tribunal de tres rabinos, con el objetivo de evaluar si realmente el candidato vive y se siente judío. La conversión culmina con la inmersión en una mikvé, un baño ritual en el cual la persona entra al agua como Dios la trajo al mundo y recita bendiciones, saliendo de ella como judío/judía a todos los efectos. “La conocí a Vivi y adopté todo, ¡nuestra hija y hasta la religión!”

La boda soñada
De pronto, el sueño de tener su casamiento religioso podría hacerse realidad: “Listo. Ahora sí, vamos por la jupá, ¡vamos por todo!”, coreaban ilusionadas. Pero hubo que esperar porque Caro tomó su nueva religión muy a pecho: había perdido a su querida mamá y, según el judaísmo cuando el duelo es de un padre o madre, dura un año. Recitó Kaddish –una oración que habla de Dios y la vida para elevar el alma y afirmar la fe en un momento de quiebre– durante 11 meses, para no dar a entender que su mamá necesitaba el máximo tiempo de purificación en el “más allá”; y durante ese año, evitó participar de celebraciones alegres.
La fecha elegida fue el 6 de septiembre, justo 16 años después de darse “el primer todo”, su día clave: “Para mí el 6 significa mi primer todo”, revela Caro. Y Alma la tiene clarísima: “La veo a mami y es la media naranja de mamá, y la veo a mamá y es la media naranja de mami… y está todo bien que se casen”, les confió en la mesa sabática, semanas antes del gran día. Todo fue evolucionando en perfecta armonía: “Cuando apareció la posibilidad de que ella se convierta al judaísmo y de que nos casemos bajo la jupá, sentí que Caro me amigó con la religión. No me hice religiosa, ni voy a serlo. Pero sí tengo al judaísmo en mi sangre y, sentí que lo había dejado de lado porque no comulgaban las dos cosas juntas: ser gay, tener la vida como la tengo o econtrar una comunidad que me guste, había un montón de factores que hacían que yo tenga la religión presente, pero sólo por dentro”, dice Vivi que siempre había deseado para sus adentros formar y tener su “propia historia con el judaísmo”. Pero claro, cuando conoció a Caro se dio cuenta que eso no iba a andar: “Porque ella no era de la cole; éramos dos chicas; y no sabía si nos iban a aceptar o lo que sea. Y cuando empezaron a fluir las cosas, primero por Alma y después por Caro dije, ‘Uy, ya está: esto es lo que quiero’. Me emociona vivirlo y que no sea una pelea, que fluya con amor, alegría y paz”, remata quebrándose hasta las lágrimas. “Yo gané, al 100 por ciento gané”.
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Así, el sábado pasado, junto a todos sus seres queridos, Caro entró al templo junto a Alma, Vivi caminó del brazo de su sobrina Morena hacia la jupá –el toldo bajo el cual se realiza la ceremonia que representa el nuevo hogar de la pareja– y tuvieron su Brit Ahaavá (pacto de amor), con la entrega de anillos a cargo del pequeño Pedro, hijo de sus mejores amigos; y todos los rituales dignos de una verdadera ceremonia judía. “Qué el amor que se tienen las proteja siempre a ustedes y a Alma”, las bendijo la Rabina Debi. Luego llegó la lectura de la ketubá (documento legal y espiritual) y todas “las testigas” subieron a firmar.
Mientras las casaba, el Rabino Fabián lo resumió con sabia simpleza: “Cuando uno es muy chiquito y aprende a caminar, puede que no recuerde el momento, pero sucede y uno camina. ¿A dónde? ¿Hasta dónde? Uno camina hasta llegar a la jupá; hasta encontrar a quién te va a acompañar el resto de la vida; a ese ser maravilloso que te completa; uno camina… hasta que llega. Y llegaron, acá estamos. No es que no van a seguir caminando, pero ahora se camina distinto, porque hay algo que las conecta. Eso que las une se llama amor. Esto es un pacto de amor”. Entre lágrimas y manos entrelazadas, las bendiciones continuaron: “No sé por qué hay gente que dice que el amor es ciego. El amor no es ciego. El amor aumenta tu percepción, te hace ver cosas que antes no veías, gracias al amor ves por dos, ahora ven más y más lejos. Cuando uno encuentra a quien buscó durante tanto tiempo, ve mejor”, coronó el rabino con tan bellas palabras la noche sagrada. Caro dio un gran pisotón para romper la copa de vidrio –que conmemora la destrucción del Templo de Jerusalén para tener presente que incluso en el momento de mayor alegría, el pueblo judío recuerda que la historia tuvo pérdidas y que la redención todavía no está completa; la fragilidad del amor; y la unión irreversible– y, al grito de “¡Mazal Tov!”, las chicas ya estaban unidas también en espíritu. La alegría fue eterna.

Hoy son una familia de tres hermosas mujeres, dos gatos y miles de amigos que las celebran; en una casa llena de risas, complicidad y amor sin etiquetas. “Siempre supe que quería estar con ella”, dice Caro. “Yo también —agrega Vivi—, sólo necesitaba tiempo para animarme. Este amor es para toda la vida.”
Ojalá entendamos que “raro” es el desamor, el destrato, la violencia; “rara” es la creencia de que hay que quedarse en un lugar por mandato, y no por amor.
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Amores Verdaderos es una serie de historias reales, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas.