Retomar la actividad sexual habitual en los primeros seis meses posteriores a un ataque cardíaco podría asociarse de forma positiva con la supervivencia a largo plazo, según señala un estudio publicado en European Journal of Preventive Cardiology.
Se evaluó desde un enfoque inicial: el sexo es una forma de ejercicio físico que aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Pero el esfuerzo físico repentino y vigoroso puede provocar un infarto de miocardio. A pesar de este efecto desencadenante, la actividad física regular “reduce el riesgo a largo plazo de resultados adversos relacionados con el corazón”, indica el autor del estudio Yariv Gerber, de la Universidad de Tel Aviv.
De manera similar, explica que la actividad sexual sin continuidad puede desencadenar eventos cardíacos, pero que este riesgo es menor en las personas que hacen ejercicio con regularidad. “Por ésta y otras razones, algunos pacientes, incluidos los más jóvenes, dudan en reanudar su intimidad durante períodos prolongados después de un ataque cardíaco”, señala el profesor Gerber.
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“La sexualidad y la actividad sexual son marcadores de bienestar”, asegura el profesor de Israel. “Retomarlas poco después de un ataque cardiaco forma parte de la autopercepción de una persona sana, funcional, joven y con energía, lo que puede conducir a un estilo de vida más saludable en general”, agrega.
Pero, ante un tema delicado, Gerber es cauto y señala que se trata de un estudio de observación, por lo que “no se puede suponer la causalidad”. La baja proporción de mujeres y la edad relativamente joven de los participantes pueden “limitar la generalización de los resultados”, advierte.
Los números del estudio
Los datos fueron obtenidos del estudio de Israel sobre el primer infarto agudo de miocardio. Incluyó a 495 pacientes sexualmente activos de 65 años o menos, que fueron hospitalizados por un primer ataque cardíaco entre 1992 y 1993. La edad media era de 53 años y el 90 por ciento eran hombres.
Para saber con precisión cuál era la frecuencia de la actividad sexual de los participantes, los autores realizaron dos entrevistas. Una durante la primera hospitalización, donde informaron su continuidad sexual en el año anterior, y la otra de tres a seis meses después.
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Luego, con esos datos, clasificaron a los participantes en dos grupos: los que no tuvieron actividad sexual o disminuyeron su frecuencia después del ataque cardíaco, un 47 por ciento, frente a los que la mantuvieron o la aumentaron, un 53 por ciento.
El estudio mantuvo un monitoreo de largos años en el que 211 pacientes murieron. El riesgo de muerte fue de aproximadamente un tercio menor en el grupo que mantuvo las relaciones sexuales.
Para comparar este riesgo de mortalidad, los autores tuvieron en cuenta las diferencias en otras características que también podían predecir estos desenlaces fatales. La situación socioeconómica, la depresión, la actividad física, la obesidad y la gravedad del ataque cardíaco, entre otras.
Así, llegaron a la conclusión de que mantener o aumentar la frecuencia de la actividad sexual dentro de los primeros seis meses después de un ataque cardíaco se asoció con un 35 por ciento menos de riesgo de muerte en comparación con la abstención o reducción.
El beneficio de supervivencia relacionado con el mantenimiento o aumento de la frecuencia de la actividad sexual se atribuyó principalmente a la reducción de la mortalidad no cardiovascular, como el cáncer.
Gerber, de la Universidad de Tel Aviv, explicó que volver a ser sexualmente activo poco después de un ataque cardíaco “puede ser un indicador de una mejor rehabilitación clínica y psicosocial, es decir, de una mejor recuperación”.
“La mejora de la aptitud física, el fortalecimiento de las relaciones con el cónyuge y la capacidad mental para ‘recuperarse’ de la conmoción inicial del suceso -el infarto- en unos pocos meses son algunas de las posibles explicaciones del beneficio de supervivencia”, concluyó.