”Sentate derecho, cerrá la boca para comer, ponete la servilleta, no corras en el living, hacé los deberes, no molestes a tu hermana, andá a bañarte, peinate bien, no dejes tiradas las zapatillas…”. La lista de órdenes y reproches puede continuar durante las 24 horas del día.
Sin darse cuenta, estos padres se han convertido en un reglamento a ser cumplido y en un interminable libro de quejas. Y se sienten desesperados porque minuto a minuto todo empeora…”este chico está cada vez más rebelde y desobediente”.
Cada encuentro es un desencuentro y las escenas se suceden sin tregua. La crítica, la queja y la desaprobación son la constante.
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Por favor, por un momento tratemos de imaginarnos cómo nos sentiríamos si un ser querido se nos acercara solamente para darnos órdenes o señalarnos algún defecto.
Nos sentiríamos perseguidos y desaprobados, siempre en falta, un escalón por debajo de lo que se espera de nosotros.
Así se siente tu hijo.
Un infierno asegurado
Por un tobogán encerado, estamos desembocando en la escena, esa instancia donde nunca hubiéramos elegido estar, porque los gritos, las penitencias desesperadas (“ninguna pantalla en toda la semana” o “te vas a tu cuarto a pensar” o aún peor “encierros en el baño”) e incluso algún descontrol físico se apoderan de nuestros momentos familiares.
Quedamos desgastados y frustrados porque la norma que queremos imponer, el hábito que buscamos inculcar se nos escapa de las manos y lo único que conseguimos es un nuevo desencuentro.
Estas escenas consumen nuestra tan preciada energía.
¿Qué hacer? ¡Tenemos que girar 180 grados!
¿Cómo? Apelando a nuestros recursos o los elementos y capacidades que los adultos necesitamos para tratar con las distintas etapas de la crianza (infancia, pubertad, adolescencia).
- Cuando “buceamos” dentro nuestro y los encontramos (si hemos tenido la enorme suerte de haber sido criados con recursos) nos sentimos aptos para desenredar el nudo, aceitar lo atascado y aliviar la tensión. Estamos proponiendo nuestros recursos.
- Cuando “buceamos “dentro nuestro y no los encontramos, lo que estamos proponiendo es nuestra falta de recursos: gritar (la escena de la cual hablamos recientemente).
Algunos recursos que nos pueden ayudar mucho
- Paciencia: a no desesperar. Los hábitos no se aprenden de un día para otro, son procesos y como tales llevan tiempo. ¿Cuantas veces enseñamos a comer bien; a decir, por favor y gracias; a lavarse bien el pelo o los dientes? Incontables veces…
- Exclusividad: se trata de hacer un programa entre padre e hijo solos, que se convierta en un pequeño ritual de encuentro: ir a buscarlo a futbol, dar una vuelta en bici y terminar comiendo algo rico juntos, etcétera. Sin hermanos presentes, no hay necesidad de luchar por ningún espacio y el niño tiene un rendimiento muy distinto.
- Complicidad: ese guiño que hacemos en un momento de tensión que significa “recordá que nosotros dos mañana tenemos nuestro superprograma?”
- El juego es el idioma del niño: si no hablamos su lenguaje, jamás lograremos entendernos. Es la clave para convertir el cumplimiento de un hábito en una invitación a jugar. Es decirle “no te vas a bañar, vas a jugar con el pato!!” (que obviamente está en la bañera).
- Desdramatizar: es quitarle peso a una situación de tensión y el humor es siempre un gran aliado. Tu hijo se sentirá aliviado porque sentirá que lo que hace “causa risa y no enojo, por lo tanto, no debe ser algo grave”.
- Cambio de escenario: o la necesidad de proponer un cambio drástico porque hemos diagnosticado espacio contaminado, agotado: “En 10 minutos, salimos o la cena está lista o empieza nuestra peli preferida”, debemos apelar a cualquier argumento que signifique un cambio.
- Un NO seguido de un SÍ. Corremos el peligro de convertirnos en una lista interminable de “no-no”: no toques eso que se rompe; no subas que es peligroso; no vayas por ahí que te podés caer, etcétera. Seguramente tenemos razón, pero resulta sumamente irritable para tu hijo verse coartado en cada iniciativa.
Es muy distinto ir creando espacios de sí, válidos para cualquier etapa. Por ejemplo, con un niño pequeño podremos decir “no podés pintar la pared, pero si podés pintar en esta hoja”; “no podés comer chocolate ahora, pero si después de la cena, o con un púber “no podés ir todavía a bailar, pero si podés salir con amigos e ir al cine del shopping”, por ejemplo.
Cada situación nos exige un recurso. Sería imposible aquí nombrarlos a todos. Pero lo importante es que debemos ser conscientes de que al convertirnos en una fuente insaciable de órdenes y reproches, algo precioso se nos está escapando de las manos.
Lo más importante estará sin hacer: el vínculo con nuestro hijo está esperando ser cultivado con la piedra fundamental del encuentro, ese que calma, contiene, orienta, ubica, guía. Ese encuentro que hace que tu hijo se sienta amado y que vos, padre, te sientas fortalecido y gratificado. Porque así como la escena consume tu energía, el encuentro la recicla, la potencia, ¡multiplicándola!
(*) Adriana Grande (M.N. 58.804) es médica (UBA), psicoanalista integrante de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Especialista en vínculos padres-hijos.