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    El cerebro tendría limitaciones para empatizar con más de una persona a la vez

    Una investigación identifica un área que podría influir en que se active más la compasión hacia un individuo que hacia un grupo que necesita ayuda.

    El País de España
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    El País de España

    14 de julio 2020, 18:31hs
    La empatía es selectiva, según un experimento social realizado en Oregon. (Foto: Adobe Stock).
    La empatía es selectiva, según un experimento social realizado en Oregon. (Foto: Adobe Stock).

    Es difícil no sentir empatía al ver la foto de Yana cuando detenían a su madre al cruzar la frontera de Estados Unidos. El ser humano está equipado con esta herramienta de gran utilidad, la empatía, que incluso, brinda una gran ventaja evolutiva. Ponerse en la piel de otro genera motivación para tratar de aliviar su sufrimiento.

    Por ejemplo, la foto de Yana arrastró una ola de donaciones. Esta tendencia a preocuparse y ayudarse mutuamente es uno de los pilares de las sociedades humanas. Pero la empatía no se activa siempre, ni por igual. No es justa, ni universal: también es selectiva.

    En los últimos años, distintos estudios demostraron que los humanos somos más empáticos con gente parecida a nosotros mismas o con una sola persona reconocible frente a un grupo anónimo. Ahora, un experimento evidenció que el propio cerebro sufre para empatizar con más de un individuo a la vez.

    El psicólogo Paul Slovic, uno de los autores del experimento, estableció junto a Deborah Small, psicóloga, el concepto de “collapse of compassion”, algo así como el derrumbe de la compasión. Según esta teoría, el sentimiento que nos identifica con el sufrimiento de los demás se va desvaneciendo a medida que aumenta el número de víctimas o se difumina su identidad.

    En uno de sus estudios, les contaban a los participantes las penurias de Rokia, una nena de siete años que vive en la República de Malí, África Occidental. A otro grupo, les explicaban que la hambruna afectaba a tres millones de chicos en Malaui y en Zambia(África Oriental), que cuatro millones de angoleños tuvieron que huir de sus hogares y que 11 millones de personas en Etiopía necesitaban alimentos urgentemente. El drama de 21 millones de personas frente al de la pequeña Rokia.

    Al final del experimento, quienes atendieron la historia de la nena dieron más del doble de dinero en ayudas que las personas que solo leyeron las cifras sobre el hambre. El derrumbe de la compasión se manifestaba incluso cuando la imagen de ella iba acompañada de detalles sobre los otros millones de chicos necesitados: las donaciones eran menores que cuando leían únicamente la historia de la Rokia.

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    Este colapso no se da únicamente comparando la empatía entre una o millones de personas. En otro de sus trabajos, Slovic y Small realizaron un ejercicio similar mostrando la historia de Rokia sola o junto a la de otro nenes necesitado, Moussa. En solitario, Rokia recibía muchas más donaciones que cuando iba en compañía de Moussa. Dos nenes con hambre recibían menos que uno solo.

    La compasión y las ganas de ayudar no crecen al aumentar las víctimas, como cabría esperar, sino que disminuye. Estos experimentos se repitieron con distintos escenarios y la tendencia es clara: cuantas más personas requieren ayuda, menos se les entrega. La cifra mágica para la empatía humana es uno.

    El cerebro tendría limitaciones para empatizar con más de una persona a la vez

    El equipo de científicos que publicó sus hallazgos en la Revista Académica “Scientific Reports”, identificó una región del cerebro que explicaría cómo se justifica neurobiológicamente la empatía selectiva. Mientras los participantes en el experimento escuchaban veinte historias humanas, los investigadores observaban su actividad cerebral mediante resonancia magnética, poniendo el foco en una región muy concreta: la corteza prefrontal medial. Esta área está muy ligada a la empatía y a la toma de perspectiva.

    Las historias que escucharon, algunas neutras y otras negativas, como violaciones, implicaban a una sola persona o a un grupo. El principal hallazgo fue que esta red de empatía del cerebro se activó más intensamente cuando se atendía a una narración sobre una sola persona.

    Este punto del cerebro mostró “una capacidad limitada para ponerse en el lugar de los demás a medida que aumenta el número de personas necesitadas”, concluyen en el informe Slovic, de la Universidad de Oregon, y sus colegas. Además, si esa única víctima tiene foto y nombre, es identificable, mucho mejor, como demostró el mismo equipo científico comparando la historia de un chico con o sin foto de su cara.

    Esta dificultad del cerebro para procesar empatía hacía más de una persona a la vez, alertan los científicos, “puede obstaculizar nuestras respuestas hacia problemas humanitarios a gran escala como las crisis de refugiados o los genocidios”. No solo eso: otros estudios, como uno realizado en Israel, notan que se castiga más duramente a quien causa un daño a una sola persona que a quien daña a varias a la vez.

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    La foto de Aylan Kurdi en la orilla del Mediterráneo provocó que se multiplicaran por 100 las donaciones a la Cruz Roja, cuando los informativos dan noticia de docenas de ahogamientos de refugiados cada semana que no provocan ese aumento de las ayudas. Por eso funcionan tan bien las imágenes de una tragedia personal para retratar una catástrofe en los medios: ayuda a empatizar con el problema.

    Lógicamente, los científicos advierten de que no todo está perdido ni está justificado rendirse: descubrir que esa dificultad para empatizar con multitudes “está incorporada en nuestros cerebros no significa que debamos aceptarla como una excusa para actuar pasivamente cuando nos enfrentamos a crisis a gran escala”.

    A Slovic le preocupa especialmente cómo afecta esto a grandes catástrofes o genocidios en los que sí se puede ayudar. Como expresó Abel Herzberg, sobreviviente del Holocausto, para reforzar esa escala humana: “No hubo seis millones de judíos asesinados. Hubo un asesinato, seis millones de veces”. Frente a numerosas víctimas, como durante la pandemia del COVID-19, se puede perder la perspectiva. Por eso sería más útil ponerse el tapabocas pensando en proteger a una persona vulnerable conocida, por ejemplo, la abuela, el primo enfermo, etcétera, que en la humanidad.

    Además, nuevos estudios exploran una matiz importante: no es tanto el hecho de tener compasión limitada, sino que lo que cuesta es asumir el coste emocional de no ayudar lo suficiente. Pero se vio que es posible regular esos sentimientos para ampliarlos hacia un grupo.

    En otra investigación, sobre donaciones caritativas se observó que la gente estaba dispuesta a enviar dinero a una persona que lo necesitara, pero que, si sabían que una segunda persona también necesitaba ayuda, pero no podían ayudarla, estaban menos inclinados a donar a la primera persona. “Reparar esa necesidad ya no produce tanta satisfacción”, sentencia Slovic.

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