Josephine Clinton, de 49 años, intentó por muchos años quedar embarazada. Con su marido trataron ser padres a través de la fertilización asistida pero nada dio resultado. Luego, en agosto de 2017 la panza le creció un poco y creyó que, por fin, había ocurrido un milagro. Mientras tomaba un café con amigos la convencieron para que se hiciera una prueba de embarazo pero dio negativo.
"Esta panza salió de la nada en cuestión de semanas en realidad. En el resto del cuerpo había perdido peso, ya no tenía cola, mis piernas y mis brazos eran como palos, mi cara estaba demacrada. Pero yo tenía esta gran barriga. Fue espantoso”, explicó a medios locales. Por más que hacía ejercicio no había forma de reducir el volumen de la barriga.
Ante los resultados del test y la incapacidad para poder reducir el tamaño de su panza, la mujer fue a un médico para averiguar qué le sucedía en el abdomen. Sospechaba que quizá tenía el síndrome del intestino irritable, sin embargo, era otra la explicación.
Tras unas pruebas le detectaron que en realidad tenía dos tumores en el ovario. Una enfermedad que no le era ajena, dado que su hermana Alison también los había padecido con anterioridad.
// A una mujer le extirparon un tumor de 60 kilos en su ovario
El diagnóstico final fue que tenía tumores epiteliales limítrofes. "El médico dijo que tuve suerte de haberme internado en el hospital ese día porque si lo hubiera dejado más tiempo, habría sido una historia totalmente diferente", contó Josephine.
Los tumores epiteliales limítrofes tienden a crecer lentamente y de manera más controlada que las células cancerosas. Por lo general afectan a mujeres de 40 a 60 años y no suelen presentar síntomas, solo los más grandes o avanzados pueden llevar a dolor en el abdomen o pelvis, hinchazón, molestias durante o después del sexo y sangrado vaginal no relacionado con la menstruación.
Alrededor del 15 por ciento de estos tumores derivan en cáncer. Algunas células anormales pueden desprenderse y asentarse en otras partes del cuerpo, generalmente el abdomen. El tratamiento suele ser la cirugía y la mayoría de las mujeres se curan después de la misma, sin embargo, existe un pequeño riesgo de que el tumor regrese.
La mujer lamentó que no había tenido indicios de que eso era lo que le sucedía: "Tuve muchos de los mismos síntomas que el intestino irritable en los que te duele la espalda y te sentís hinchada y dejás de ir al baño. Siempre dicen que se supone que debés tener síntomas, como dolor en el sexo o sangrado, y no tuve nada de eso”.
Los profesionales tuvieron que drenarle siete litros de líquido de su abdomen durante su primera biopsia y otros siete en la segunda. Luego, los médicos decidieron que debían practicarle una histerectomía, es decir, la extirpación de su útero.
// Quistes de ovarios: algunos médicos prefieren "observarlos" sin cirugía
Dos meses después del diagnóstico le extrajeron el útero y además le extirparon los dos tumores, uno del tamaño de una manzana y el otro de una naranja. Sus médicos le indicaron que no habían quedado restos del cáncer y que solo debe ir a revisiones cada medio año como medida de control.
"Creo que asumí todo lo que me había pasado unos tres meses después de la operación, cuando me senté un día, pensándolo y estallé en llanto", concluyó.
