Seguramente, el solo imaginarse algún grado de interacción con este elemento químico conocido como arsénico despertaría en nosotros una sensación de inquietud dada su reputación histórica. Las cortes italianas del Renacimiento lo utilizaban asiduamente como veneno para dirimir las disputas económicas y territoriales con los adversarios de turno. El mismo genio de Leonardo Da Vinci se vio obligado a preparar las dosis mortales y el correspondiente antídoto cuando era contratado para desplegar su talento artístico en las Cortes.
Sin llegar a tener estos efectos agudos, hoy el arsénico puede afectar a millones de habitantes de la Argentina, ya que es un contaminante natural presente en la corteza terrestre de donde puede migrar a cuerpos de agua, particularmente subterráneas. Su origen se remonta a edades geológicas donde se elevó la actual Cordillera de los Andes. En ese entonces, la actividad volcánica era muy intensa y las cenizas esparcidas por las erupciones, ricas en sales de este mineral, viajaron miles de kilómetros inclusive llegando a las costas del Océano Atlántico.
Con el paso del tiempo, esas cenizas conformaron un subsuelo que fue alojando agua subterránea en las que se fueron disolviendo parte de las cenizas, incorporando las especies de arsénico que encontramos actualmente.
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El arsénico en la Argentina
En nuestro país, se estima que cuatro millones de personas están expuestas a la posible ingesta de arsénico por el uso de estas aguas. La incorporación crónica en el organismo durante muchos años desencadena una enfermedad caracterizada como HACRE (Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico), que se manifiesta inicialmente a través de diversas afecciones en la piel y en un estado más avanzado puede provocar problemas cardíacos, hepáticos, gastrointestinales, pulmonares y renales.
Con el objetivo de informar y prevenir a la población, el Laboratorio de Ingeniería Química Medioambiente del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) ha desarrollado el Mapa Colaborativo de Arsénico. Así, el agua es enviada por los interesados -siguiendo un sencillo protocolo de toma de muestra explicitado– donde es analizada a través de la implementación de metodologías analíticas basadas en espectroscopías de absorción atómica con generación de hidruros.
Los resultados obtenidos más allá de ser informados a los interesados se vuelcan en un mapa interactivo disponible en la web en el que se asignan tres colores en función de los valores de concentración cuantificados:
- verde (< 10 μg/L)
- amarillo (10 – 50 μg/L)
- rojo (> 50 μg/L)
Estas magnitudes representan la máxima concentración sugerida por la Organización Mundial de la Salud para la ingesta de agua en formas segura, una zona gris que está siendo actualmente discutida científica y legalmente y la máxima concentración permitida en la normativa legal argentina, respectivamente. En los dos últimos casos, se recomienda no utilizar el agua para ingesta directa y cocción de alimentos y reemplazarla por otra fuente de agua segura.
Al día de hoy, se han analizado aproximadamente 900 muestras. Según los resultados obtenidos, nueve provincias de nuestro territorio aparecen como las más comprometidas, a saber, Salta, Jujuy, Tucumán, Chaco, Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, La Pampa y el interior de la provincia de Buenos Aires.
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Las posibles soluciones tecnológicas para erradicar esta problemática responden a dos escenarios bien diferenciados.
- Por un lado, grandes centros urbanos donde normalmente se dispone de un sistema centralizado de distribución de agua. En estos casos, bastaría con intercalar un módulo para captura el arsénico durante el pretratamiento del agua.
- Por otro lado, localidades sin distribución centralizada de agua, poblaciones dispersas como establecimientos rurales o asentamientos de pueblos originarios. En estas zonas la solución debe pasar por el desarrollo de dispositivos caseros de fácil implementación con la capacidad de eliminar el arsénico del agua. Tales desarrollos están siendo encarados por numerosas universidades nacionales y privadas y centros de investigación de la República Argentina.
(*) Por Jorge Stipeikis, Director del Departamento de Ciencias Exactas y Naturales del ITBA.