Muchas veces avanzar es retroceder. La vida está llena de paradojas, oxímorones y contradicciones que nos desafían a hacernos otras preguntas y a buscar nuevos caminos para encontrar aquello que hemos perdido o que ni siquiera sabíamos que era posible buscar.
En este caos externo e interno, se precipitan nuevas posibilidades para repensar quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Todas las certezas que nos sostuvieron y que nos prometieron que si seguíamos haciendo, activando, resolviendo y concretando volvería la paz, el sentido y la pertenencia, se desvanecen de forma vertiginosa.
¿Y si el camino hacia una nueva identidad y hacia una posibilidad diferente de experimentarnos a nosotros mismos y de vivir nuestra vida no implique de hacer más? ¿Y si la respuesta no es es la eficiencia, aprovechar el tiempo, exigirnos más resultados y logros?
¿Y si trata de regresar a lo simple, de quitarnos mandatos y falsas creencias? Tal vez, las respuestas que necesitamos no provengan de la mente lineal, ni de los pensamientos especuladores, ni de las grandes estrategias diseñadas ni de la causas y mucho menos de sus consecuencias.
En algunas culturas existen conceptos muy interesantes que le dan nombre a la práctica consciente de no hacer nada. Legitiman este hacer en el no hacer como un objetivo con inconmensurables beneficios para nuestro cuerpo, nuestra mente y como un camino de regreso al ser, que se opone a este paradigma esclavo del resultado, de la conquista y del trazo de un diseño de vida basada en la eficiencia a costa de nosotros mismos.
¿Qué es el Niksen?
Uno de esos conceptos que explican que puede ser posible reencontrarnos con lo esencial es el Niksen.
Es una propuesta de inactividad consciente. Consiste en aplicar una decisión interna de frenar todo el hacer que se nos impone desde el exterior, de suspender toda la pulsión y la conversación que llevamos en nosotros que nos obliga a “aprovechar el tiempo”.
De esta forma, podemos empezar a rebelarnos a la cultura de tener que estar siempre ocupados. No es simple de lograr. Requiere práctica y constancia para deshacer la matriz con la que fuimos educados y para quebrar esa mirada propia y de los otros que nos hace sentir que si no estamos haciendo nada, desperdiciamos la vida. Justamente el Niksen pretende lo contrario. Es un movimiento que nos desafía a quedarnos quietos para resetearnos y regresar a lo vital, a la conexión con todo lo que existe más allá de las cosas tangibles y de aquello a lo que dotamos de calificativos de importante y urgente.
Tampoco se asocia a un estado de Mindfull porque la práctica del Niksen evita incluso el estado de estar consciente de aquello que nos rodea. No es prestar atención al momento presente, porque en ese estado sí, estaríamos haciendo algo.
No hacer nada es un desafío. Es un privilegio que nos han eliminado. Es un camino de regreso. Es la posibilidad de que lo impensado, emerja. Es un acto de suspensión, un umbral a otra forma de estar en contacto. Es un tiempo sagrado en donde algo más grande que nosotros puede aparecer para susurrarnos una verdad diferente. Es un tiempo de reset. No hacer nada es, en realidad, hacer mucho.
En la cultura italiana existe concepto muy similar: “dolce far niente”. Es considerado casi un arte. Busca suspender lo cotidiano, permitir el silencio, que el tiempo transcurra sin más y que lo que sea que deba aparecer, suceda. Es un tiempo para nuestra introspección no dirigido.
“Dolce far niente” también es esa práctica instintiva para recuperar el bienestar que hacían nuestros abuelos cuando se sentaban con un banquito en la puerta de sus casas “a ver pasar gente”. Algunas personas, que son miradas con extrañeza por sus vecinos circunstanciales, lo suelen hacer cuando se permiten sentarse en un bar a tomar un café consigo mismas.
También lo dice la ciencia: la desconexión nos ayuda a encontrar otras soluciones diferentes a los problema de siempre, darle un descanso a nuestras neuronas, crear nuevos caminos y conexiones. La neurociencia ha descubierto hace ya mucho tiempo, los beneficios de “aburrirse”.
No hacer nada requiere desaprender y permitirnos un nuevo aprendizaje. Es una práctica que se conquista día a día y que, de a poco , nos va a permitir extender esos momentos en los que podemos estar suspendidos en una especie de limbo, para nuestro total beneficio.
// Comprender la vida y aceptar los ciclos
Para lograrlo tenemos que vencer las resistencias y los “debería”. Necesitamos empezar a rebelarnos al ese recuento perverso del final del día y a los balances estériles de cuánto hemos aprovechado el tiempo, cuánto hemos avanzado, cuántos pendientes de nuestra lista sin fin fuimos capaces de tachar. ¿Qué es mejor? ¿Mejor para qué? ¿Mejor para quién?
Necesitamos micromomentos para descansar de la realidad y saber que descansar de la realidad no es evitar la realidad.
Hace un tiempo en el Instragram de la escuela de Claudio Naranjo compartieron esta enseñanza que siento muy pertinente:
“(...) No sabemos quedarnos quietos. Sí sabemos quedarnos quietos exteriormente; no sabemos quedarnos quietos internamente. No sabemos estar en silencio, y si queremos practicar estar en silencio, la práctica al silencio mental lleva a un estado de paz y lleva a un estado de desapego, incluso. Para estar en silencio hay que encontrar una estabilidad que está más allá de la corriente de los pensamientos, esa estabilidad la podemos llamar paz. Proviene de que uno está desapegado de ciertas fuerzas, es como que uno no es llevado por el viento interno de estas corrientes pasionales. Esa capacidad de quietud se adquiere simplemente con la práctica asidua de estar quieto. Entonces eso está al alcance de todo el mundo, no requiere muchas explicaciones, como el budismo zen, sólo sentarse. Son inspiradores los libros, lo que dicen los sabios, lo que dicen los que conocen ese estado... pero en el fondo quedarse quieto es una gran cosa”.
Que así sea.