En medio de esta confusión y caos que parece no tener fin, podemos hacer algo fundamental, recuperarnos a nosotros mismos, convertirnos en nuestro propio refugio y entonces quizás también podamos ser refugio para los demás.
No tenemos que inventar nada nuevo, ni hacernos expertos en técnicas de nombres extraños. A veces, con solo hacerle lugar al silencio y al recuerdo de nosotros mismos es suficiente.
¿Cómo era la vida cuando se sentía más previsible? ¿Cómo éramos nosotros cuando no teníamos esta tensión permanente? ¿De qué disfrutábamos? ¿Qué nos hacía reír? ¿Qué nos entusiasmaba?
Pasamos los días como si estuviésemos retenidos en una inspiración sin poder exhalar con alivio, porque el alivio parece lejano y se siente como una fantasía. Sin exhalar, tenemos esta idea de que podemos mantener la guardia alta. Así imaginamos que estamos protegidos. Sin embargo, hay otra forma de sentirnos a salvo interiormente y eso cambia las cosas en gran medida, al menos, lo que es posible de modificar.
Mucho de lo que sucede en el afuera no se puede controlar, pero sí podemos tomar el control sobre nosotros mismos y empezar a desintoxicarnos de estímulos que nos llevan a sentirnos peor que mal.
La situación es grave para muchos y eso también es una verdad. Sin embargo, es urgente que empecemos a alejarnos del terrorismo psicológico y emocional. Si solo estamos conectados con el drama, la muerte y el dolor, estaremos vencidos, paralizados por el miedo, con pensamientos y emociones maníacas que crean realidades que quizás nunca sucedan.
Somos responsables de eso, de eso sí. Somos responsables de nuestros pensamientos y de nuestras palabras, las que decimos hacia afuera y de las que nos decimos a nosotros mismos.
La palabra crea realidad. Por eso es fundamental empezar a prestar atención y a tomar conciencia de qué es lo que estamos escuchando todo el tiempo, de qué estamos hablando con los otros? ¿Qué nos estamos diciendo a nosotros mismos?
Necesitamos dejar de alimentar con pensamientos y emociones " del mal” esta situación colectiva que hoy nos convoca a todos y a todas. Trasnformar eso es cada vez más difícil, pero es necesario intentarlo.
Recuperemos espacios de silencio, la música, la lectura, volver a encontrar el placer de las tareas diarias, observar lo que crece, aplomarnos en lo que sí está bien, nos regresa fuerza interior. Recordemos qué cosas nos conectan con el amor, con la sonrisa y con la vida es fundamental. Hagámonos un espacio para regresar a nosotros mismos o a descubrir quiénes somos y en qué partes internas podemos anclar para que este incesante vaivén no nos tire al piso.
Somos mucho más que víctimas de un virus y mucho más que victimarios posibles si nos toca ser “agentes de contagio”.
El año de la marmota
Hace un año, muchas personas sentían que vivían en un eterno día de la marmota. Cuando todo se detuvo, aquellos que no cargaban con la angustia ni con la incertidumbre de resolver cómo iban a pagar las cuentas vivían el estrés del aburrimiento, de no saber cómo pasar el día, del sinsentido y de que todo fuera lo mismo. Era un tiempo sin tiempo, una tensa calma y una atención que encriptaba una tensión mayor. Fue un shock.
Para otros era un eterno día de la marmota al revés. Las horas laborales se fusionaban con las que antes se disponían para el ocio y para el descanso. Los zooms no terminaban jamás, la reorganización de todos los procesos urgía y entonces, cada jornada parecía también un continuo sinfín. Corríamos todo desde atrás sin llegar nunca a “estar al día”.
En el medio, la familia, las angustias de nuestros hijos e hijas, las preocupaciones por los padres mayores, por las personas “de riesgo” y por supuesto, los procesos internos de cada uno de nosotros en cualquier rol y lugar en el que nos haya sorprendido “esto”. Ya es muy difícil encontrar una palabra que englobe todo lo que sucede. Esta vez lo describo así, como una entelequia. Esto.
En esta segunda ola, el día de la marmota se pone peor. Es un sinfín permanente de “urgentes y últimos momentos”. Es una ametralladora de cantidad diaria de contagios, de camas ocupadas y de muertos. Es un loop permanente de declaraciones contrapuestas, de debates de qué es lo correcto y que no. Colegio sí, colegio no. ¿Qué contagia? ¿Cómo se contagia? ¿Qué vacuna? Todo es un ruido de incertidumbre que nos aturde.
Riesgo, contagio, síntomas. Grandes titulares, fotos y música que ratifica el estado urgente como si no supiéramos ya que necesitamos estar alertas y en atención.
Mientras el afuera espera que esto sea posible, creemos nuevos y mejores hábitos en nuestra intimidad.
La saturación, la fatiga social y el terrorismo psicológico nos está matando de a poco la vitalidad, las ganas de proyectar algo, de soñar que un día volveremos a encontrarnos sin sentir que un abrazo es una osadía y que un beso es un acto tonto de rebeldía.
No hay nueva normalidad, ni nuevo orden. Todo se sigue moviendo y nosotros solo podemos naturalizar el tambaleo permanente como cuando sabemos que una superficie no es firme y para no caer tenemos que acompañar ese movimiento.
Entonces, ¿estamos destinados a vivir en este presente enturbiado? No.
Construir un refugio adentro
Cuando el afuera es pura amenaza es posible encontrar refugio dentro de uno mismo. Eso no significa que nos desconectemos de lo que pasa y de nuestra responsabilidad. No nos hace menos comprometidos, pero necesitamos descubrir caminos de retorno hacia nosotros mismos, hacia lo vital, hacia lo que “suena” diferente, que nos hace sentir a salvo de otra manera, aunque sea por un rato.
Hay cosas que se pueden modificar y otras que no. Esto es un gran aprendizaje para todos nosotros. La aceptación del límite de la realidad y de las circunstancias nos ayuda. Sin embargo, si solo nos quedamos en esos límites, nada nuevo pasará y solo viviremos sobreviviendo. Necesitamos también la tensión que nos obliga a una transformación.
Mientras el afuera espera que esto sea posible, creemos nuevos y mejores hábitos en nuestra intimidad.
Así como fuimos aprendiendo que las harinas blancas y el azúcar refinado son venenos para nuestro cuerpo y empezamos a desintoxicarnos de grasas y alimentos procesados, necesitamos desintoxicar nuestra mente, nuestra alma y nuestro corazón.
Las circunstancias que por ahora no son posibles de cambiar ya las conocemos todos. La resistencia a todo este tsunami de miedo, de muerte, de preocupación y de desesperanza, quizás sea esta idea de poder recuperarnos a nosotros mismos.
Podemos inmunizarnos frente al desamparo, a la vulnerabilidad y al terror dejando de consumir tantas noticias, tantos urgentes y tantos gritos de alerta. No tenemos que hacer más. Quizás necesitamos hacer menos. Probablemente la respuesta sea, hacer diferente.
Encontrar esos momentos y esos espacios donde nos sentimos a salvo es simple. Lo difícil es cortar la adicción a consumir miedo.
// Solo por hoy: ¿cómo hacer foco en el presente?
Por eso, podemos poner en práctica la técnica del “Solo por hoy”.
Solo por hoy no sumo drama al drama, solo por hoy me retiro de de las conversaciones de muerte, solo por hoy no especulo con escenarios de terror. Solo por hoy, le doy un descanso de estímulos maliciosos a mi mente, abro un espacio al silencio, inspiro y exhalo, me hago un tiempo para hablar de trivialidades y de emociones que reparan. solo por hoy agradezco todo lo que sí está bien. solo por hoy, si me encuentro hundida me dejo sostener por otros. solo por hoy recuerdo que me ampara algo mayor.
Cada uno de nosotros puede crear su propio “solo por hoy”. Insistámos en ello con férrea voluntad, hagámosle un espacio a su práctica, para que se empiece a manifestar. Entonces, no sé cuándo, ni cómo, un halo de de paz, de gracia y de benevolencia nos volverá a inundar para recordararnos que también podemos estar protegidos de otras formas.
Que así sea.