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    Cristóbal + Milagro = Cristina

    El "zar del juego" expandió sus negocios con evasión impositiva. Los millones de la líder de la Tupac son otro ejemplo de la economía prebendaria del populismo. Caída en desgracia y justificación del "modelo".

    Marcos Novaro
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    Marcos Novaro

    14 de marzo 2016, 14:31hs
    TRIÁNGULO DE PODER. El zar, la líder de la Tupac y la expresidenta.
    TRIÁNGULO DE PODER. El zar, la líder de la Tupac y la expresidenta.

    Cristóbal López está resultando ser aun más explosivo que Lázaro Báez y que Sergio Szpolski en esto de mostrar las hilachas del modelo económico populista. Un modelo que se agotó en sus posibilidades de crecimiento ya años atrás y desde el cambio de gobierno viene perdiendo algunos de sus exponentes más paradigmáticos a fuerza de quiebras y denuncias escandalosas. Pero que se resistirá a ser reemplazado más de lo que se piensa. Lo que tiene toda su lógica dado que aunque el kirchnerismo lo llevó a su máxima expresión durante su década larga de dominio, no puede decirse que lo haya inventado: viene funcionando a los trompicones desde décadas atrás, al menos desde los tiempos de Jorge Antonio.

    Cómo funciona el "modelo" se ha explicado muchas veces: consiste en un capitalismo rentista y colusivo extremadamente concentrado, financiado desde el estado con recursos que se extraen de otros sectores más dinámicos y productivos, y en el que los dueños del capital y los dueños del poder político se entrelazan y confunden. Hasta el extremo en que tienden a formar una sola gran familia. En él la caída de empresas que funcionan apenas como pantallas para arreglos opacos y particularistas con el estado, y son vaciadas a los apurones cuando esos arreglos toman estado público o dejan de funcionar debido a cambios políticos, es un desenlace habitual.

    Cristóbal López creció en estos años sobre todo gracias a la expansión de sus negocios petroleros, que usó luego para comprar medios. Ahora se descubre que todo eso no lo hizo usando sus ganancias en el juego, también ampliadas gracias a generosas concesiones de los Kirchner, sino con evasión impositiva, es decir, directamente con plata de los contribuyentes. Y justo cuando esa fuente de financiamiento se le acaba y el periodismo empieza a investigarla, y se revela que enormes cantidades de ese dinero fueron a parar a otras empresas del holding, decide desprenderse de toda esa rama de negocios para ponerla en mano de un personaje hasta ahora ignoto, que con suerte, mucha suerte, podrá evitar la cárcel y la quiebra. El zar del juego debe estar feliz de haber encontrado un amigo tan servicial.

    La sociedad que asiste a este espectáculo tiene motivos de sobra para concluir que el capitalismo es un robo. A veces más elegante, otras veces más desembozado, pero en esencia siempre igual, pues no consiste en otra cosa que en sacarle a muchos para llenar los bolsillos de muy pocos, torcer o moldear las reglas para justificar y acelerar  lo más posible una salvaje acumulación de rentas, y luego tapar los rastros con ayuda también de gobernantes, abogados y jueces.

    Esta versión de las cosas podría ser considerada una denuncia implacable de la injusticia del sistema, un llamado a rebelarse contra él. Pero funciona paradójicamente en el sentido opuesto. El anticapitalismo generaliza y confunde en vez de diferenciar y explicar. Y por sobre todas las cosas reduce las opciones a las que podemos aspirar: o bien logramos hacernos un lugar entre los privilegiados, o nos hacemos al menos de una cuota de los recursos que administra el poder político para sobrevivir. La economía prebendaria del populismo logra así hacerse de una base social mucho más amplia, y ofrecer un canal de ascenso, por el cual todos pueden soñar en pasar alguna vez de la sobrevivencia al privilegio.

    La historia de Milagro Sala es un buen ejemplo de ello. Es excepcional en muchos aspectos, pero en lo que importa no difiere de la de tantos otros dirigentes territoriales que han hecho carrera en estos años en el sistema que administra la distribución de recursos públicos y moviliza apoyos políticos.

    Más que la revelación de sus prácticas violentas, lo que más sorprende en su caso es que haya conciliado las imágenes de Tupac Amaru, el Che Guevara y compañía, con la mansión con pileta, el Smart y la visita a los casinos de Punta del Este. Pero en verdad no hay en ello nada tan sorprendente, ni tampoco nada semejante a una traición: ella necesitaba demostrar a sus seguidores y a sí misma que toda la propiedad es un robo, que detrás de toda gran fortuna hay un desvergonzado saqueo. He ahí la lección que su caída en desgracia no desmiente, sino que confirma.

    La gran beneficiaria y promotora de Cristóbal y de Milagro, quien durante los años pasados tejió trabajosamente un proyecto que los encumbró como modelo a seguir, también ha caído en desgracia. Pero igual que con aquellos dos, sería un error suponer que su ocaso va a alcanzar para demostrar a los argentinos que ese no es un buen camino a seguir. Primero y fundamental porque por cada uno de sus exponentes que sufre algún desvelo judicial o padece el escarnio público hay decenas que gozan de perfecta salud. Y segundo porque en ausencia de otros modelos más sanos que emparenten el capitalismo y la democracia, una amplia mayoría estará inclinada a pensar que el cambio, un cambio sustantivo, sigue siendo inalcanzable.

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