Cristina volvió por segunda vez. Pero ya no para competir en la arena política, donde le queda poco y nada que hacer, sino para intentarlo en el éter.
Llevó así la confusión que padece desde hace años, que los medios son el poder, que en la prensa independiente actúa el comité central del enemigo y que dominando los medios puede extinguirse la competencia, a su versión extrema: parece haber pensado “si estoy en la tele el domingo a la noche podré seguir conduciendo a mi tropa y al peronismo” y se lanzó a polarizar, de la mano de Roberto Navarro, ya no con Macri, sino con Lanata.
Como cuando era presidenta demuestra así que audacia no le falta, pero sí estrategia. Porque igual que sucedió con la marcha a Comodoro Py de hace unos meses, su participación en C5N el domingo a la noche supone dos insuperables dificultades: no se puede repetir todas las semanas e indirectamente reconoce y valoriza el escenario que más la complica.
Pero eso no es todo: el regreso de Cristina a la escena nacional va a suponer un desgaste aún mayor para su sector y para sí misma, pero sobre todo es un dolor de cabeza para el peronismo, que es evidente ya no sabe qué cuernos hacer con ella.
Y es otro regalo del cielo para el oficialismo: en medio del desbarajuste peronista que causan las investigaciones por corrupción y la descomposición de las lealtades K seguirán aumentando los grados de libertad del Gobierno para gestionar el ajuste y los caminos alternativos de que dispone para consolidar su mayoría.
Ante todo porque más opositores se ofrecen a cooperar con él, como se vio en las votaciones de las últimas semanas en el Congreso. Y algunos hasta se muestran dispuestos a sumarse a la coalición oficial. Es el caso de varios intendentes bonaerenses y también del interior más profundo.
Para el macrismo son tentadoras estas incorporaciones porque le permitirían completar la nacionalización de su fuerza política: ella no sólo necesita seguir siendo competitiva en las áreas centrales, donde predomina la clase media, sino también llegar a serlo en la periferia de las grandes ciudades y el norte del país, donde el peronismo todavía es hegemónico, y lo es desde el inicio de la democracia.
Esa podría ser, por tanto, la mejor arma para consolidar su ventaja en las elecciones del año que viene. Y de paso un instrumento para sacarle sustento a los esfuerzos renovadores en curso en la principal fuerza de oposición, que puedan volverla una competencia más desafiante. Porque cada dirigente y cada voto que sume de ese origen valdrá doble.
También sería una vía para consolidar al partido del presidente y no depender tanto de los radicales y su base territorial.
Esto último es importante y ubica al PRO más en la estela de la experiencia frepasista de los años '90 que en la del alfonsinismo de los '80: el PRO ya tiene larga experiencia en esto de absorber peronistas y convertirlos a su identidad; lo que también supo hacer, aunque luego no pudo sostener en el tiempo, el partido de Chacho Álvarez.
Y en cambio no logró en igual medida Alfonsín, ni siquiera en sus mejores años. No porque no lo intentara: se recordará su llamado a formar un Tercer Movimiento Histórico. Sino porque el signo radical de su gobierno actuaba como antídoto contra todo esfuerzo de seducción de la dirigencia peronista y de sus votantes. Que si acompañaron en alguna medida al primer presidente, lo hicieron sólo acotada y circunstancialmente, hasta que el peronismo se recompusiera y para apurar esa recomposición, no con miras de más largo plazo. De allí que los llamados de Alfonsín al Tercer Movimiento solo interesaran a pequeñas fuerzas sin votos.
Cambiemos, o al menos el PRO, pueden hacer mucho más estragos hoy en el campo peronista del que logró el radicalismo en los '80. Y tiene más recursos para sostener esos avances de los que tuvo Chacho dos décadas atrás. Así que es lógico que el peronismo esté preocupado.
Dos buenas señales de ello las dieron esta semana lo sucedido con la operación de renombrar las bandadas del FPV y con los actos de homenaje a Perón en el 42 aniversario de su muerte: aquella quedó en suspenso ante el riesgo de que desembocara en más dispersión antes que en la recomposición de la unidad pejotista; mientras que en los homenajes se encontraron casi todos, desde los renovadores de Massa a los camporistas de Máximo.
Pero todo lo que la dirigencia peronista teje de día para hacerse de un futuro más o menos próspero lo logra destejer Cristina de la noche a la mañana.
Bastó que reapareciera en escena para que la mancha venenosa de los escándalos de corrupción y la desorientación política volviera a ganar las filas de la oposición. Massa ratificó que no piensa acercarse siquiera a los pejotistas y que su aliada para 2017 será Margarita Stolbizer; en tanto Randazzo demoró al menos hasta el año próximo su salida a la cancha para hacer campaña bonaerense.
La escena facilita así que los macristas avancen. Y seguramente en las próximas semanas se irán conociendo los primeros pases de peronismo a las filas oficiales.
Sucede de todos modos que con el éxito y la disponibilidad de opciones también aumentan las chances de equivocarse. Así que sería bueno para el Gobierno no apresurarse a cantar victoria, ni a sumar gente por sumar.
Con esos nuevos aliados, ¿Cambiemos va a crecer o solo va a engordar? Si es cierto como algunas encuestas indican que la sociedad, y en mayor medida los votantes oficialistas, creen que el mal gobierno y la corrupción son responsabilidad de todo el peronismo y no sólo del kirchnerismo, sumar a esos dirigentes ¿no disminuirá su popularidad y su capacidad de introducir cambios en vez de aumentarlas?
Y en un nivel más pedestre de competencia electoral, ¿podrá el PRO repetir con estas eventuales incorporaciones la experiencia de crecimiento vivida durante el final del kirchnerismo, o le pasará como a Massa entre 2013 y 2015, y antes de eso al propio Macri entre 2009 y 2011, que todo lo que juntaron se les escapó entre los dedos en un abrir y cerrar de ojos en cuanto enfrentaron dificultades y el peronismo oficial se recompuso?
Estas preguntas son pertinentes porque lo que el gobierno no puede evitar es que apenas sume a estos peronistas cismáticos ellos se embolsen algunos beneficios contantes y sonantes, como dinero público y ser considerados parte de “la ola del cambio”, y habrá que esperar para saber si van a pagar por ellos, por ejemplo ayudando a derrotar a los líderes pejotistas que traten de disputarle la conducción del cambio al gobierno. Esos nuevos aliados además reclamarán espacios en la gestión y en las listas electorales que probablemente disminuyan las que disfrutan o creen merecer los radicales, así que lo que Cambiemos gane por un lado lo puede perder por el otro. En la provincia de Buenos Aires donde es posible que deba enfrentar una lista renovadora avalada por Stolbizer, un radicalismo herido puede volverse un factor peligroso. ¿Se podrían dar situaciones parecidas en Tucumán, en Entre Ríos o en otros distritos?
Los cazadores de talentos del PRO reparten bienes escasos a cambio de bastante poco: una promesa de colaboración legislativa, la posibilidad de “jugar” con el gobierno en 2017, todas palabras que tal vez se lleve el viento, con lo cual ayudan a levantar el prestigio de figuras locales que podrían volverse, ante un cambio del contexto, sus verdugos electorales. Como le pasó a Alfonsín con Menem.
Pero ellos ven las cosas de otro modo. Creen que el PRO no tiene la barrera identitaria ni de antecedentes antiperonistas que le dificultaban a la UCR sacar provecho de las crisis peronistas. Y esa crisis ademásen esta ocasión va a durar mucho más que las de los años '80 y los '90, porque Cristina los va a seguir ayudando, aunque su prestigio esté por el suelo y el resto del peronismo se desespere por alejarse de su mala influencia. Así que van para adelante con su estrategia de dividir y sumar en el desperdigado campo del adversario. Pronto se verá hasta donde logran llegar.