En la historia y la vida interna del peronismo el PJ tucumano de José Alperovich y el Movimiento Evita de Emilio Pérsico y el Chino Navarro son como el agua y el aceite. Uno es el típico “pejotismo de provincia periférica”, el otro, la máxima expresión del peronismo de base y convicciones izquierdistas.
Sin embargo, los dos acompañaron con igual entusiasmo al kirchnerismo. Y los dos se están despegando de él a igual velocidad y con parecidos argumentos ahora que el liderazgo de Cristina se hunde sin remedio.
Alperovich encabeza la típica estructura patrimonialista del interior
Esto podría parecer paradójico, pero en realidad no lo es tanto, porque la utilidad que ambos sectores encontraron en adherir al proyecto de los Kirchner en ciertos aspectos coincidió, y coinciden aun más en los cálculos que hacen hacia delante, sobre cuál es el papel que debe cumplir a partir de ahora el peronismo.
El Evita es el típico movimiento social estatizado
Alperovich encabeza la típica estructura patrimonialista del interior, que en cualquier otro lugar del mundo se llamaría “partido conservador”. Su séquito dirigencial lo forman prósperos empresarios iguales a él y su base una red de caudillos locales con un control quasi monopólico de cargos municipales y recursos públicos, con los que se atiende y controla a los sectores más sumergidos, y se los reproduce en esa condición.
El Evita es el típico movimiento social estatizado, conducido por dirigentes de fuerte identificación con la izquierda que rechazan la integración subordinada de los sectores populares, e integrado por cientos de militantes de base que se fueron convirtiendo en empleados del estado, gracias al control de áreas sociales de la gestión bonaerense y nacional, como el área de agricultura familiar del Ministerio respectivo.
En un caso, patrimonialismo de la obra pública y las transferencias discrecionales, en el otro, patrimonialismo del empleo público. Ambos financiados generosamente por los Kirchner, de los que se puede decir cualquier cosa pero no que fueran malos pagadores de los apoyos recibidos de parte de los Alperovich y los Pérsico-Navarro en todos estos años.
Pero sucede que ambas estructuras son, además, de muy alto costo de mantenimiento: necesitan un flujo elevado y constante de recursos públicos para sobrevivir. Y tienden a hacer por lo tanto cálculos de bastante largo plazo sobre cómo les conviene llevarse con quienes gobiernan.
Esos cálculos entraron en colisión con los que hizo el kirchnerismo apenas abandonó el gobierno nacional: con una falta total de sensibilidad por los intereses de los apoyos que le quedaban en el territorio, Cristina y sus fieles apostaron a la polarización con Macri y a negarle toda legitimidad a su gestión.
Y al hacerlo dejaron en manos de otros, Massa, Bossio, Urtubey, Gioja, Pichetto, la oportunidad de cooperar con el nuevo oficialismo. El resultado se dejó ver apenas semanas después del cambio de gobierno: diputados y senadores imprescindibles para que el FPV pudiera ejercer su pretendido poder de veto contra la “derecha” se fugaron de sus bancadas o se negaron a plegarse a la estrategia de Resistencia, y el kirchnerismo se volvió una expresión testimonial y cada vez asociada con la nostalgia y la defensa de ex funcionarios en problemas.
El de Cristina no fue el primero de sus errores políticos, pero es probable que sea el que termine de sellar su destino
Los escándalos de corrupción dieron la excusa final para el portazo. Pero la descomposición del kirchnerismo remanente ya estaba en marcha desde bastante antes. Y obedecía, más que a las torpezas en el manejo del botín por parte de sus ex funcionarios, a un grave error de estrategia cometido por Cristina Kirchner: en vez de moderarse y ser ella la que encabezara las negociaciones con Macri, apostó a atrincherarse en su contra y tratar de bloquearlo. No fue el primero de sus errores políticos, pero es probable que sea el que termine de sellar su destino.