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    Alberto acepta la fiscalización moral e ideológica de Nora Cortiñas

    OPINIÓN | El modo en que el presidente se planta en la escena pública segmenta las distintas almas que habitan su gobierno. Ninguna termina sabiendo cuándo está simulando y cuándo está hablando en serio.

    Marcos Novaro
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    Marcos Novaro

    26 de febrero 2020, 12:08hs
    Alberto sobreactuó su apurada autocrítica y pedido de disculpas (Foto AP /Thibault Camus).
    Alberto sobreactuó su apurada autocrítica y pedido de disculpas (Foto AP /Thibault Camus).

    Elegir mal las palabras en alguna ocasión vaya y pase. Pero hacerlo varias veces al hilo, y tanto para un lado como para el otro, es definitivamente mala señal. De que falta estrategia argumentativa y no se entiende bien de qué va la discusión pública. Tal vez incluso de que en el esfuerzo por quedar bien con públicos muy distintos se sobreactúa y se olvida que cuando se le habla a un grupo el resto también está escuchando.

    El presidente dejó a la vista estos problemas primero cuando habló de “dar vuelta la página” con las FFAA, lo que podía entenderse como una invitación al olvido. Y a continuación al desdecirse y disculparse ante los gurkas de los organismos de derechos humanos, que le saltaron a la yugular con el último peor insulto de los muchos que utilizan para descalificar a quienes no simpatizan con sus criterios: negacionista. Lo peor fue que Alberto sobreactuó, en una seguidilla de tuits, su apurada autocrítica y pedido de disculpas. Con lo cual terminó entronizando la “sensibilidad” de esas víctimas de violaciones a los derechos humanos, como si ellas constituyeran el summum de la moralidad pública y el norte de su política.

    A lo largo de mi vida, como hombre de derecho que soy, siempre bregué porque impere la ley y el castigo como forma de reparar los delitos de lesa humanidad que se han cometido en perjuicio de los habitantes de nuestra Patria.

    — Alberto Fernández (@alferdez) February 24, 2020

    Corre el riesgo de que, a partir de ahora, cada cosa que “sensibilice” a la señora Cortiñas, o a cualquier otro personaje semejante, será zona prohibida para su gobierno. Ni Néstor ni Cristina actuaron de esta manera: ellos, a través de una serie de operaciones de seducción y cooptación y una larga retahíla de manipulaciones discursivas, se convirtieron en jefes políticos de esos fiscales morales; y los usaron en su beneficio en infinidad de conflictos y para justificar todo tipo de ocurrencias. En cambio, Alberto, desde el vamos, parece asumirse como un pupilo, un monaguillo de la iglesia que aquellos forjaron y siguen orientando, por lo que entiende que tiene que dar examen ante sus ojos y tribunales, todo el tiempo.

    Más en general, el modo en que Alberto Fernández se planta en la escena pública parece adolecer, de partida, de un doble problema: no suele hablarle a la gente, se enreda con intermediarios a quienes trata de seducir para “llegar a la gente”, con su aval; consecuentemente, inclinado como está a decirle a cada interlocutor lo que cree que quiere escuchar, no sintetiza sino que segmenta las distintas almas que habitan su gobierno, de las cuales ninguna termina sabiendo cuándo él está simulando y cuándo está hablando en serio, o si son todas simulaciones de circunstancia.

    Alberto acepta la fiscalización moral e ideológica de Nora Cortiñas

    Así, le dice a los militares lo que él cree que esperan para dejar de desconfiar de su llegada al poder, según los términos en que plantearía las cosas un menemista. A continuación, hace lo mismo con los organismos de Derechos Humanos, en las palabras que usaría el aspirante a un puesto de abogado en el CELS. Y no resulta convincente en ninguno de los dos casos, porque ni en uno ni en otro gesto se delinea una palabra propia, algo parecido a una personalidad y un pensamiento.

    Alberto, desde el vamos, parece asumirse como un pupilo, un monaguillo de la iglesia que Néstor y Cristina Kirchner forjaron y siguen orientando, por lo que entiende que tiene que dar examen ante sus ojos y tribunales todo el tiempo.

    Los buenos oficios y la comunidad de destino entre el kirchnerismo y los “organismos” bastaron para desescalar el conflicto. Permitieron que incluso hubiera una disculpa en espejo y cierto arrepentimiento de parte de Nora Cortiñas. Pero nada puede borrar lo sucedido. Sobre todo porque el presidente se comprometió a no olvidarlo, se confesó un devoto fiel del credo común, y prometió que de él no deben esperar a partir de ahora más que homenajes y alineamiento. Logró así abandonar bien rápido el banquillo de los acusados, pero no salió indemne.

    Por Marcos Novaro

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