¿Qué necesidad tenía Javier Milei -justo cuando se está entrando en la recta final de la negociación con el PRO en provincia de Buenos Aires, y mientras la Justicia libra una dura batalla por darle legitimidad a sus fallos frente a un peronismo masivamente lanzado a negársela- de hacer propio el relato kirchnerista según el cual durante el mandato de Mauricio Macri el Ejecutivo se habría dedicado a interferir en los tribunales, para manipular causas por corrupción contra sus enemigos?
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La apuesta del Presidente no es difícil de entender. Por un lado, sabe que mientras más devalúe a su “socio” menos tendrá que ofrecerle para que se le someta; y que el PRO, al menos su rama bonaerense, no tiene a esta altura más alternativa que bajar la cabeza y disimular la humillación.
Por otro, entiende que le conviene devaluar un poder, el Judicial, que no controla, del que desconfía, y en el que hasta aquí no pudo influir, ni metiendo jueces por la ventana, ni por medio de negociaciones con sus adversarios. Y además, que al tirar tierra sobre el trabajo de los tribunales se pone en sintonía con lo que piensa la mayoría. Incluso de quienes celebran en estos momentos la condena de CFK, más todavía de los votantes de filiación peronista, que también Milei está buscando seducir.
De allí que, como buen populista, buscara alternar una de cal y otra de arena: y a la celebración inicial por el fallo de la Corte contra Cristina, con un optimista y muy republicano, “la Justicia funciona”, la complementará con la difusa referencia a la “mesa judicial macrista”. Que enloda un poco a todo el mundo sin señalar claramente a nadie ni a nada que pueda comprobarse. Kirchnerismo de derecha en su máxima expresión, en suma.

Ahora bien: que actuar así le convenga en lo inmediato, ¿alcanza para justificar la apuesta de Milei por devaluar y desacreditar todo lo que escapa (todavía) a su control? ¿No se volverá un costo también para él, al condenarse a reinar sobre una tierra arrasada, en la que no solo los jueces, sino sus propios aliados no valdrán nada?
El empeño de Milei en destruir al PRO se corresponde con un sueño: reinar en forma exclusiva sobre una nueva mayoría electoral. Y el problema es que cada vez más, aquí y en todos lados, las mayorías están hechas de pedazos muy distintos entre sí.
Así que, una vez que salga de escena el PRO, es probable que muchos votantes que podrían acompañar al oficialismo si tuviera rostros o lemas más moderados que ofrecer, busquen otras propuestas, tal vez no tan dispuestas a colaborar con el mileismo. O en su ausencia prefieran quedarse en su casa y no votar. Eso es justamente lo que se trata de evitar con las alianzas, atendiendo al mismo tiempo a distintos públicos con una oferta más o menos plural. Pero al mileismo se le complica, obsesionado como está con la disciplina y la identidad.
También en este sentido tiende a comportarse como un kirchnerismo de derecha: recordemos cómo los Kirchner convirtieron la otrora vibrante cantera de líderes que era el peronismo en otros tiempos, en la tierra yerma que es ahora; y cómo deglutieron a sucesivos aliados, desde el duhaldismo al albertismo, pasando por el cobismo y distintas expresiones de izquierda, sin permitir jamás que ninguna figura mínimamente atractiva para el electorado creciera a su sombra.

Y es curioso, y muy semejante al trato que recibe en estos días Mauricio Macri, lo que está haciendo con quien encarna tal vez la única excepción a la regla recién enunciada: Axel Kicillof.
Cristina Kirchner está muy enojada con los jueces, naturalmente. Pero su furia la está volcando principalmente en quien consideraba su ahijado y ahora ve como un traidor a destruir, porque osó desafiarla, pese a que lo hizo del modo más educado y colaborativo que pudo. Así que ha comisionado a su hijo Máximo la tarea de cerrar las listas bonaerenses, asegurando el predominio de sus más leales, concediendo algunos lugares secundarios a las desahuciadas huestes del ya muy consumido Sergio Massa, y los menos posibles al kicilofismo.
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Pero, ¿no será este también, como el de Milei, un logro de patas cortas? Y puede que se trate, en su caso, de patas cortísimas. Porque al menos el mileismo se está asegurando la exclusiva titularidad de un triunfo, cuyos problemas de solidez y sustentabilidad se podrán evaluar y atender más adelante. Mientras que Cristina y los suyos parecen disfrutar demasiado de una “centralidad” que los encamina a tener por premio la exclusividad de una derrota.