La muerte del papa Pío XI coincidió con el batir de los tambores de guerra que llevaron a la Segunda Guerra Mundial. La semana pasada conocimos la historia de este papa. Como ya hemos visto en las notas anteriores, la Iglesia mostró una gran capacidad para adaptarse con parsimonia y firmeza a los cambios de los tiempos modernos. Pero esa capacidad iba a ser puesta a prueba en el pontificado de Pío XII. De eso se tratan los párrafos de hoy.
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Pío XII, el papa de las polémicas históricas
Su origen, su formación y el inicio de su carrera eclesiástica
El 260° pontífice de la Iglesia Católica, Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, a quien se conoce como Pío XII, nace en Roma el 2 de marzo de 1876 en el seno de una familia vinculada a la burocracia de la curia romana, cuando ya los papas eran prisioneros en el Vaticano como consecuencia de la unificación de Italia bajo el reinado de Vittorio Emanuele II, tiempos que en la Argentina eran los de la presidencia de Nicolás Avellaneda.
Hizo sus primeras letras en un colegio religioso de monjas, y luego estudió en el Liceo Visconti, un colegio estatal ubicado en el antiguo Colegio Jesuita de Roma. A los 18 años comenzó a estudiar teología en el Seminario romano de Capranica, filosofía en la Universidad Gregoriana, e historia y lenguas modernas en la Universidad Estatal de La Sapienza.
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En 1899 se doctoró en Teología, a pesar de haber sido alumno externo, y fue ordenado presbítero el 2 de abril de ese año. Siguió estudiando Derecho Canónico y en 1901 ingresó como oficial en la Secretaría de Estado de la Santa Sede. El papa León XIII lo envía a Gran Bretaña para presentar sus condolencias al rey Eduardo VII en ocasión de la muerte de la Reina Victoria, así realiza su primer viaje al exterior rumbo a Londres. En 1904 se doctora en derecho canónico. En 1908, en ocasión de un congreso eucarístico internacional conoce y establece una gran amistad con Winston Churchill.

Sus gestiones diplomáticas
En 1911 es nombrado subsecretario de la Congregación para los Asuntos Extraordinarios de la Iglesia, ascendiendo a titular en 1914, al tiempo que estalla la Primera Guerra Mundial. Cuatro días antes del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, Pacelli junto al cardenal Rafael Merry del Val asistió a la firma del concordato entre Serbia y la Santa Sede, por esa razón fue testigo involuntario del magnicidio.
Desde 1917 hasta 1929 fue nuncio apostólico en Alemania, Prusia y Bavaria, lo que suena extraño pero la Santa Sede mantenía representantes en los antiguos principados y reinos alemanes, además de una sede ante el gobierno teutón. En 1917 fue ordenado arzobispo de Sardes en la Capilla Sixtina por el papa Benedicto XV. En la Alemania caótica de la posguerra, Pacelli ofició de decano del cuerpo diplomático y dedicó gran empeño a tareas humanitarias y tuvo la difícil tarea de mantener relaciones con el nuevo gobierno de la Unión Soviética, a fin de evitar la persecución de todas las iglesias, no sólo la católica, en el territorio ruso y sus dependencias.
En esos años residiendo en Alemania, Pacelli advirtió sobre la naciente vertiente autoritaria que prefigura al nazismo. Un observador independiente sostuvo: “De los cuarenta y cuatro discursos que Pacelli pronunció en Alemania como nuncio papal entre 1917 y 1929, cuarenta denunciaron algún aspecto de la naciente ideología nazi”, a cuyos simpatizantes Pacelli bautizó en 1935 como “falsos profetas orgullosos de Lucifer”.
Abandonó Alemania a fines de 1929 y al llegar a Roma fue creado cardenal el 16 de diciembre de ese año y el 7 de febrero siguiente fue promovido a Secretario de Estado de la Santa Sede, ya firmado el tratado de San Juan de Letrán, que devolvió al papado el territorio de la ciudad del Vaticano y recuperó Pío XI su independencia para moverse fuera de Roma. También Pacelli fue nombrado rector de la Basílica de San Pedro.
La relación con la Argentina y su rol como Secretario de Estado
Pacelli estableció una relación privilegiada con la Argentina, ya que de su gestión como responsable de las relaciones diplomáticas vaticanas, logró que en 1934 se crearan en un solo día diez nuevas jurisdicciones diocesanas, se elevaran a arquidiócesis seis de los antiguos obispados, con lo que la estructura jurídica de la Iglesia Católica en la Argentina se duplicó en una sola bula papal. Además, se reconoció poco tiempo después a Buenos Aires como sede primada del Río de la Plata, o sea de la Argentina, Paraguay y Uruguay. También el arzobispo de Buenos Aires, Santiago Luis Copello, fue creado cardenal, y fue el primero de habla hispana de América en la historia. La cumbre de esta relación de Pacelli con el país fue su visita en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires, considerado el hecho religioso más importante de Sudamérica en la primera mitad del siglo XX.
A su vuelta a Roma, el papa Pío XI lo nombró camarlengo de la Iglesia, cargo de importancia al tiempo de la muerte del pontífice, ya que queda a cargo de la administración temporal de la Iglesia. La relación de la Santa Sede con Alemania comenzó a deteriorarse dramáticamente luego de la asunción de Adolf Hitler como canciller del Reich, y Pacelli firmó 55 protestas diplomáticas por la violación del concordato entre el Vaticano y el gobierno alemán. El papa Pío XI, mientras Pacelli será su segundo como secretario de Estado, firmó tres encíclicas que condenaron al nazismo, al fascismo y al comunismo, las dos primeras en alemán y en italiano, algo inédito hasta entonces ya que era costumbre que el papa escribiera sus documentos en latín.
Su papado
El 10 de febrero de 1939 murió el papa Pío XI, el gran promotor de Pacelli. El cónclave fue rapidísimo, ya que en la tercera votación al segundo día fue elegido el cardenal Pacelli, quien eligió el mismo nombre que su antecesor: Pío XII. Hacía tres siglos que un secretario de Estado no era elegido papa. Es curioso que todos los pontífices de nombre Pío nacieron en Italia. Tenía 63 años, lo que anticipaba un largo reinado petrino.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial condicionó sus primeros pasos como obispo de Roma, por la creciente tensión con el gobierno italiano de Benito Mussolini que lentamente fue tratando de bloquear la tarea de Pacelli. Sin embargo, el papa comenzó una apertura de la Curia Romana a toda la Iglesia, logrando que prelados provenientes de todo el mundo se hicieran cargo de varias organizaciones en Roma.
El análisis de su pontificado está teñido por sus primeros años, que coincidieron con la guerra. Sus innovaciones dentro de la Iglesia, que prepararon el camino para que su sucesor Juan XXIII convocara al Concilio Vaticano II, han quedado relegadas frente a la discusión de sus posiciones políticas frente a Alemania, Italia, la Unión Soviética y sobre todo a la protección que dio a los judíos romanos y la acción desarrollada frente a la Shoa. Es honesto manifestar que el genocidio nazi se fue reconociendo en el mundo recién hacia 1945, para horror de todas las naciones, y que algo que poco se conoce es la persecución nazi contra obispos, sacerdotes y laicos católicos durante los años del gobierno de Hitler.
Su primera medida ante la guerra fue crear una oficina de información sobre los refugiados de guerra, que quedó a cargo de Giovanni Montini, que años después sería el papa Pablo VI. Esta oficina procesó millones de consultas y logró efectivas acciones a favor de los perseguidos. Apenas iniciada la conflagración, Pío XII pronunció un discurso en el que sostuvo: “Esta es una hora de oscuridad... en la que el espíritu de violencia y discordia acarrea un sufrimiento indescriptible para la humanidad... Las naciones, arrastradas al trágico torbellino de la guerra, quizás aún estén en el inicio de los dolores... pero incluso ahora reinan en miles de familias la muerte y la desolación, el lamento y la miseria…”.
Las amenazas de los alemanes, sobre todo después de la caída de Mussolini en 1943, quienes llegaron a pensar en apresar a Pío XII y convertirlo en prisionero de los nazis, o incluso matarlo, fueron enfrentadas con valentías por el papa que permaneció en el Vaticano durante la ocupación teutona. Durante los bombardeos a la ciudad eterna, asistió a la dañada basílica de San Lorenzo Extramuros y se expuso sin ningún tipo de prevención.

Sus discretas acciones y las del Vaticano a favor de los judíos romanos no fueron valoradas, sobre todo comparadas con las acciones de algunos grupos curiales que favorecieron la huida de jerarcas nazis a varios países americanos, entre ellos la Argentina al final de la guerra.
No hay pruebas que permitan afirmar que Pío XII estaba al tanto de estas oscuras organizaciones dentro de la Iglesia. Su posición frente al plebiscito que decidió la conversión de Italia en una república fue conservadora de la monarquía, pero su prudencia discursiva diluyó los posibles efectos negativos de su postura derrotada en las urnas.
Sólo dos veces convocó a un consistorio para crear nuevos cardenales, lo que originó que quedaran sólo 38 purpurados al fin de la Segunda Guerra. La Argentina fue distinguida en 1946 con la dignidad cardenalicia para el obispo de Rosario Antonio Caggiano, más adelante un influyente miembro de la Iglesia nacional. En 1953 dio por tierra con la mayoría italiana en un futuro cónclave. Fue promotor de grandes cambios en la liturgia y en los ritos sagrados, preanunciando el uso de las lenguas nacionales y sobre todo redujo los tiempos de ayuno para comulgar, además de reformas en los libros rituales.
En sus casi veinte años de pontificado escribió 41 encíclicas, destacándose algunas vinculadas a los acontecimientos en Hungría en 1956 y al advenimiento del comunismo en China. Fue el primer papa en utilizar habitualmente los nuevos medios de comunicación, la radio y la televisión. Canonizó una cantidad importante de santos, todos vinculados a la recta doctrina, y llama la atención la presencia en el canon de muchas mujeres.
Hacia 1954 la salud de Pío XII comenzó a deteriorarse lenta pero progresivamente, con lo que se fueron espaciando sus ceremonias públicas. Los tratamientos médicos a los que fue sometido le provocaron alucinaciones, por lo que llegó él mismo a pensar en su abdicación. Fueron los tiempos del gravísimo conflicto entre el gobierno argentino de Juan Perón y la Iglesia argentina, que culminó con el incendio y saqueo de diez iglesias porteñas y la ruptura de relaciones.
La relación que tuvo con una monja alemana llamada Pasqualina Lehnert, quien fuera su ama de llaves durante 41 años, motivó algunos rumores sobre todo en los años finales de Pío XII, y hasta se llegó al extremo de hablar de la “papisa”. El 9 de octubre de 1958 murió en sus aposentos del Palacio Apostólico del Vaticano Pío XII.
Uno de sus médicos sacó clandestinamente fotos de su agonía y las vendió a diarios extranjeros que las publicaron. Ese mismo médico experimentó su embalsamamiento con un nuevo método fallido, que provocó el colapso del cuerpo del papa durante el funeral y obligó a cubrir su cuerpo con un papel celofán. Fue sepultado en una sencilla tumba en la cripta vaticana. Fue declarado siervo de Dios en 1990 por Juan Pablo II, y venerable en 2009 por Benedicto XVI, cumpliéndose así dos pasos en la escalera de cuatro que lo convertirían en santo para la Iglesia Católica. A su muerte se buscó un sucesor anciano para evitar grandes novedades. Fue elegido un cardenal de 77 años pero el resultado fue imprevisto. De eso hablaremos, si Dios quiere, el próximo fin de semana.