En un mundo, que lo he llamado etéreo porque todo se encuentra en todos lados pero no está en ninguna parte, el ser humano habitó por primera vez en la historia un universo bajo los dictámenes de un virus (COVID-19).
Posiblemente motivado por la emergencia de la vulnerabilidad y el desamparo, hoy se refugia en las guerras, para sostener la fantasía de ¨mi territorio¨ y del nosotros¨.
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El homo ciberneticus
Paralelamente, ante esa impotencia, un niño de 3 años aprieta el botón del celular ya que ahí esta la respuesta. Época en que los padres han dejado de ser referentes del saber y de lo valorable. Ese niño crece con la certeza de que es él quien sabe encontrar la respuesta acertada, quien debe decidir su propia identidad sexual, modelar su cuerpo, por medio de los gimnasios o las cirugías estéticas, rechazando estar determinado por su propia biología.
La aspiración a la amortalidad emerge como una de las metas de lo que podemos llamar el homo ciberneticus.
Ese niño hipercomunicado, manejará las aplicaciones que establecerán la comunicación con ese grupo de pertenencia, al cual conoce por la cantidad de likes que recibe.
Un mundo en el que los sentimientos se expresan por emoticones: el te quiero, un corazón; el me gusta, un dedito levantado.
Hoy cuando dicen ´hablé con fulano´, automáticamente mueven los dedos, porque el hablar es simplemente por medio de los mensajes de texto.
Los primeros contactos románticos están mediatizados por aplicaciones como Tinder, en los cuales se explícita cuál sería el motivo de encuentro y la elecciones se hacen ya a priori a distancia.
Hemos pasado de enfrentarnos con lo incierto para estar ante lo no cierto en donde cada manifestación emerge acompañada por la posibilidad que sea un fake news transmitida en forma universal en solo segundos en todos los idiomas.

El hecho de expresarse en conceptos y no en ideas va dejando de lado el desarrollo de las ideologías, así se acrecienta el fanatismo religioso, con extremismos incontables, y, por otro lado, la tendencia a la búsqueda de soluciones esotéricas.
La democracia era uno de los ejemplos de gobiernos elegidos por la mayoría. Hoy nos preguntamos si las democracias no se están transformando en populismo. Ya que la elección de los líderes esta determinada por los influencers, con mensajes que reclutan a personas, para que elijan a los políticos por sus modos de hablar, apariencia personal, sus intrigas amorosas...
Estos son algunos de los fenómenos que me han llevado a cuestionar los impactos de la inteligencia artificial que llevan al humano a desarrollar una tecnología que se caracteriza por la transformación o renuncia de las propias capacidades mentales inherentes al homo sapiens, mutándose hacia una nueva modalidad de procesamiento mental, la del homo ciberneticus.
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La inteligencia artificial ha logrado simular y elaborar en forma eficiente nuestras capacidades mentales, pero no las psíquicas. Por ello nuestros procesos psíquicos, subjetivos, propios de cada sujeto, comienzan a jugar un papel central en la actualidad.
Transformaciones vertiginosas que no tendrían que amenazarnos ni alegrarnos por sus veloces y permanentes desarrollos. Por ahora. Solo alertamos que estamos ante lo radicalmente diferente. Hay que seguir elaborando, como terapeutas y educadores, el modo que enfrentamos estos cambios de procesamientos psíquicos y modalidades de relación.
(*) El profesor doctor Moty Benyakar M.D., Ph.D es director de la maestría en Psicoanálisis USAL APA y director de la comisión de Psicoanálisis Contemporáneo y/o Lo Disruptivo para el doctorado en psicología de la USAL