En la Argentina tenemos una larga historia de aprovechamiento político del fútbol y de las mafias enquistadas en el fútbol. El kirchnerismo y el trotskismo están buscando aprovecharse de esa historia, extendiendo y potenciando los “usos políticos”, en particular de los barrabravas.
Esas organizaciones supuestamente “populares” hace mucho vienen contaminando y enturbiando la vida de todos o casi todos los clubes de nuestro país, colonizando sus hinchadas y convirtiendo a los hinchas en fuerzas de choque para enfrentar y agredir a otras parcialidades, controlar negocios ilegales que siempre florecen en los espectáculos deportivos masivos (drogas, reventa de entradas, trapitos, etc.) y en ocasiones para controlar también las elecciones y la administración de los clubes, y hasta la compraventa de jugadores.
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¿Por qué este entusiasmo de nuestras izquierdas duras con los barras?
En parte, porque siempre han visto con simpatía ese desborde del fanatismo en violencia y desprecio por la ley, y la transformación de identidades y ritos populares en cofradías de comportamiento gangsteril. En los años setenta, circulaba en las organizaciones guerrilleras una idea reveladora al respecto: “Si armamos cinco o seis hinchadas, la revolución será indetenible”. Un total delirio, claro, pero uno tan romántico y folklórico que difícilmente va a ser olvidado.

Tal vez también porque el propio Milei les ha dado la oportunidad de interesar a las barrabravas en sus esfuerzos por combatir al gobierno nacional: con su propuesta de reformar el sistema de clubes, convirtiendo a al menos los que están en problemas en sociedades anónimas, las barras entendieron que se amenazaba su modo de vida y fuente de ingresos, así que, si no lo eran ya desde antes por otros motivos, se volvieron ferozmente antimileistas.
Y puede que influya en el mismo sentido el agotamiento en los últimos años de otras canteras de reclutamiento de adhesiones militantes. Las universidades también han sido puestas en la mira de la motosierra, y circunstancialmente eso motivó la protesta de los estudiantes, aunque entre estos sigue siendo donde el mileismo recoge más votos y simpatías. Los grupos piqueteros se han dividido ante la disyuntiva de dejarse cooptar o perder el financiamiento público y enfrentar investigaciones judiciales, así que allí tampoco se encuentran las disposiciones de antaño para concurrir a marchas, mucho menos a tirar piedrazos y enfrentar a la policía. No hablemos de los gremios, que en general prefieren seguir negociando la paz social con el gobierno. Así que buscar sangre joven y aire popular en las canchas se volvió una alternativa muy tentadora y oportuna.
Los barras, el cáncer del fútbol
Y todos esos han sido también motivos para ignorar un dato fundamental, que desaconsejaba esta movida: que los barras tienen una pésima imagen pública, son el cáncer del fútbol, no su alma popular y combativa, sino su desgracia, para la enorme mayoría de la gente.
De otro modo no se entiende que el kirchnerismo y sus socios trotskistas hayan no solo movilizado abiertamente a varios cientos de barras de los principales clubes de Buenos Aires para “solidarizarse” con una protesta de jubilados, e incendiado en consecuencia varias cuadras alrededor del Congreso, sino también que se hayan cansado de argumentar que los barrabravas deberían ser vistos como una suerte de “reserva moral” de “nuestro pueblo”, una especie de Madres de Plaza de Mayo con tatuajes y cadenas.

Y lo hicieran, para peor, en el momento más difícil del gobierno de Milei, cuando este venía acumulando problemas autogenerados, y necesitaba más que nunca que alguien lo frenara, y avivara el recuerdo de dónde venimos. Y dónde podemos terminar volviendo si esta gestión fracasa.
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Ese fue el rol que cumplieron los barras devenidos militantes, junto a los militantes que siempre andan buscando ocasión para comportarse como barras, en la tarde de este miércoles: mientras el Congreso sesionaba, intentando iniciar alguna investigación sobre el escándalo cripto, tratar los pliegos de los jueces que el Ejecutivo ya metió por la ventana en la Corte pero nadie quiere que sigan ahí (ni siquiera buena parte del propio oficialismo), o debatir el desquicio legal desatado en torno a la aprobación del inminente acuerdo con el FMI, todos asuntos en los que Milei tenía mucho que perder, los piedrazos, la quema de tachos de basura y de patrulleros en las calles aledañas, la destrucción de veredas y monumentos, más los varios policías heridos, le ahorraron al gobierno tener que dar cualquier explicación.
Pudo volver a reducir las opciones que tenemos a solo dos: o nos conformamos con lo que nos ofrece o quedaremos en manos de mafiosos y vándalos.
Hace un par de meses que Milei no deja de meter la pata. Por suerte para él, enfrente tiene a unos tipos a los que lo único que se les ocurre hacer es sacar de nuestra atención esos errores con un festival de fuego, humo y piedras.