Finalmente Edmundo González Urrutia no logró entrar a Venezuela para jurar como presidente democrático y contrariar la escena de “normalidad” que buscó y en gran medida logró ofrecer el régimen chavista con su circense ceremonia de renovación de mandato para Nicolás Maduro. Hubo protestas pero no masivas. Ningún sector militar dudó en alinearse con la dictadura. Y González Urrutia debió optar entre ser detenido y volverse un mártir, probablemente ineficaz, o seguir luchando desde el exilio a la espera de que algo cambie en su sufrido país.
Todo indica, en suma, que el régimen se endurece y consolida. Primero, porque con la violenta represión administrada ha logrado atemorizar y desalentar las movilizaciones, y aunque el bloque opositor pueda mantenerse unido, difícilmente encuentre pronto nuevas oportunidades para hacer pesar el apoyo mayoritario que recibe de la sociedad por alguna vía mínimamente efectiva.
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Segundo, porque -contra lo que muchos esperaban en el mundo democrático- los militares jóvenes se han vuelto más y más leales al régimen con el paso del tiempo, respondiendo positivamente a la supervisión y las enseñanzas de los comisarios castristas, o simplemente esperando que les llegue su turno de enriquecerse, expectativa que las cúpulas administran con una dedicación gangsteril que no ponen en la doctrina.
Y tercero, porque ha evitado el aislamiento: al apoyo de Rusia, China e Irán, de Cuba y Nicaragua, agrega uno un poco más ambiguo y vergonzante de México, de al menos parte de las administraciones actuales de Colombia y Brasil, y los más abiertos de fuerzas de izquierda de esos y otros países latinoamericanos. Entre ellas, el kirchnerismo argentino.
Pese a que la definitiva deriva autoritaria de Maduro y su banda ha partido aguas en las izquierdas de la región, y buena parte de ella, sobre todo la afincada en países con más larga tradición democrática, Uruguay, Chile, Costa Rica, etc, rompió lanzas con ese régimen.
Esto no parece estar afectando en nada, sin embargo, al kirchnerismo. Del que nacieron, en estos días, algunas de las muestras más penosas de desprecio por la vida democrática y las libertades de que se tenga registro. Con las Madres de Plaza de Mayo una vez más dando la nota, en su incansable esfuerzo por seguir el programa de Hebe Bonafini y volverse la organización de derechos humanos más despreciativa de los derechos humanos del planeta: celebró la continuidad de Maduro en el poder y denunció al imperialismo y sus agentes, promotores de una supuesta leyenda negra sobre Venezuela, que sería el origen de una infinidad de versiones malintencionadas, como la de los 8 millones de emigrados, el 80% de pobreza, los más de 1500 presos políticos y los centenares de desaparecidos y asesinados.
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Detrás de la línea que fijaron “las Madres”, fue todo el aparato diplomático y comunicacional kirchnerista. Alicia Castro y Carlos Raimundi, exembajadores en el país caribeño y en la OEA respectivamente, se pelearon por la cucarda de ser el más necio y burdo en la defensa de la tesis de la “normalidad” y la atribución a la “prensa ensobrada” de una horrible campaña de desprestigio contra “un pueblo feliz, próspero y en paz”, beneficiario de una “ampliación de derechos” en todos los ámbitos y de todos los colores, y “decidido a defender el legado de la revolución bolivariana” contra la derecha perversa. En suma, un ejemplo a seguir para los argentinos, ahora que vivimos un infierno.
Mientras, Oscar Laborde, con Alberto embajador en Caracas, y todo el tiempo embajador de Caracas en Buenos Aires, siguió insistiendo con su argumento de que el gendarme Nahuel Gallo no sería víctima de un secuestro extorsivo, justificado con la cortina de humo de un “complot terrorista”, todo ello montado por las autoridades chavistas para practicar una “diplomacia” propia de los carteles de la droga, sino de una operación de inteligencia de las mileistas, más concretamente de Patricia Bullrich, para “asediar” a los pobres venezolanos. Y la prensa adicta bombardeaba con la misma idea: que no existiría riesgo alguno para las libertades y derechos de los argentinos que quieran viajar a Venezuela, la única amenaza real tendría origen en el gobierno argentino, que como es de derecha, está obsesionado con pelearse contra los amables déspotas de ese país y los “obliga a reaccionar”. Si hay alguna duda sobre la consistencia de estos argumentos, basta repasar la cobertura de C5N o Página 12 de los últimos días.
Fue muy sorprendente que casi nadie en esos medios, o en la dirigencia kirchnerista, recogiera en cambio el planteo sustancialmente distinto que sobre el asunto hizo el CELS, otro organismo hasta hace poco señero para ese sector político, al menos en materia de derechos humanos, pero que desde que lo dejó de presidir Horacio Verbitsky perdió evidentemente gravitación sobre él. El CELS no habla de fraude ni de dictadura, tampoco tanto, pero al menos ha reclamado “transparencia en las elecciones” y ahora reconoció que en los últimos tiempos “la crisis de derechos humanos en Venezuela se agravó, y la represión generalizada aumentó”.
¿Por qué nadie en el kirchnerismo se tomó de esa declaración, al menos la retuiteó, para marcar una diferencia, tomar distancia de lo que era para el resto del mundo, evidentemente un papelón horrible? Probablemente, porque la premisa que los guía es más bien la contraria: no agitar las aguas internas, no marcar diferencias “en el campo del pueblo”, menos que menos ahora que hay enfrente un enemigo que supuestamente lo une, y a ellos les da la razón en todo lo que siempre han dicho, que la derecha es perversa, y “que toda otra contradicción es secundaria” cuando se trata de combatir “al imperialismo y el fascismo”.
Y también porque si escarbaran en el drama que vive Venezuela en estos días saldría a la luz un pus que no podrían controlar e invalidaría la tesis principal con que están actuando: que la democracia es “de izquierda” y “popular”, es kirchnerista en suma, y el único autoritarismo real y concreto es de derecha y lo promueven sus enemigos.
Una idea que los propios venezolanos tomaron tiempo atrás de Cuba, contagiaron en Nicaragua e intentaron también hacerlo en Bolivia y Ecuador. Avanza peligrosamente en estos momentos en México. Y cuya actualidad entre nosotros prueba, por si hacía falta, que no se ajusta para nada a la verdad la versión rosa que, tanto el kirchnerismo como algunos progresistas que ahora buscan reconciliarse con él, pretenden instalar sobre los años que tuvimos a esta gente en el poder. Versión según la cual “los K llegaron hasta donde querían llegar”, y nunca pretendieron realmente cambiar el régimen o la Constitución, nunca amenazaron en serio las libertades, el pluralismo ni la competencia democrática. Como probaría el hecho de que entregaran pacíficamente el gobierno, y lo hicieran además no una, sino dos veces.
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Frente a lo cual no solo conviene tener presentes los muchos instrumentos con que buscaron hacer precisamente todo eso que ahora niegan: como la llamada “democratización de la Justicia”, más o menos lo mismo que está intentando ahora el populismo progre gobernante en México, en su camino a recrear el régimen priísta, y que aquí afortunadamente frenó la Corte Suprema; o la politización del Ejército y la militarización de los servicios de inteligencia, la “ley de medios” y muchas otras iniciativas de inspiración chavista y similar destino. Conviene también recordar que en Venezuela esta historia empezó no con una opinión pública, una elite militar ni una dirigencia gubernamental entusiasmadas con replicar la Cuba de los Castro o la Rusia de Putin, sino convenientemente polarizadas contra fuerzas de derecha, que en ese caso eran las que aparecían como responsables de todos los males del país, y merecedoras por tanto de una exclusión definitiva del ejercicio del poder.
Esa polarización fue el principal motor que llevó progresivamente a los venezolanos al infierno en que hoy están. Y es el mismo que el kirchnerismo viene hace décadas usando para convencernos de que todos sus defectos son irrelevantes, los disculpan la maldad de sus enemigos. Que hoy crean que lo puedan hacer con aún más énfasis y eficacia que en el pasado, porque enfrente tienen a Javier Milei y el brazo armado del Gordo Dan, porque nuestra memoria es flaca y las alternativas moderadas y leales con el juego democrático están de capa caída, es una desgracia que nos va a acompañar lamentablemente un buen tiempo. Pero es sobre todo una maldición para las propias izquierdas argentinas, que les va a pesar probablemente durante uno bastante más prolongado.