Es fácil ser opositor, más difícil es ser un opositor responsable, entendiendo por esto aquel liderazgo que no conduce por senderos que se extravían y que no es destructivo para la política democrática. Y más difícil que ser un opositor responsable es identificar los dilemas que tiene por delante y elegir bien entre esas opciones dilemáticas. Reconocemos que es un tema que le queda grande a cualquiera. Seremos modestos frente a él y procuraremos identificar, y tratar brevemente, algunos puntos que creemos entender del mismo, sin olvidar que quedará mucho en el tintero, necesariamente, y que lo que alcancemos a decir será controvertible.
El triunfo de Milei en un escenario polarizado
Es imposible saber a ciencia cierta por qué este vertiginoso outsider acumuló el 56% de los votos en la segunda vuelta, o, sobre todo, el 30% en la primera. Hay análisis que vale la pena considerar, ya que proporcionan pistas muy valiosas, como el libro de Pablo Semán y Sergio Morresi, o un artículo de Gabriel Kessler en Le Monde Diplomatique, entre otros; se desprende de ellos, creo, que se trata de una conjugación de varios factores causales. Seguramente; pero aquí voy a simplificar: en el corto plazo, en esa coyuntura, una sociedad que no creía en nadie, cuya pérdida de esperanzas parecía un corte definitivo con el pasado, decidió tomar riesgos votando a alguien que era sensible – o parecía – al problema que esa sociedad más temía: ser empujada al abismo en cuyo borde ya estaba, el abismo de la hiperinflación.
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Es importante no olvidar que ya estábamos en un régimen de alta inflación (¿seguro íbamos a una hiperinflación? No lo sé, hay opiniones encontradas). De hecho, desde la cúspide del poder político, Javier Milei nos lo recuerda constantemente, mediante un giro muy especial de la retórica política, el giro del rescate, lo podemos llamar. Milei insiste machaconamente: “Evitamos una hiperinflación”. Normalmente, este giro, el giro del rescate, se emplea en política bastante, y sirve de poco. Pero en este caso probablemente ha estado sirviendo de mucho, porque muchísima gente, a fines del gobierno de UP, volvió a experimentar un miedo que, para tantos, era familiar, de modo tal que evocar ese abismo haya sido un buen recurso. Y los jóvenes, los que no habían experimentado las hiperinflaciones de 1989/90 podían presentir la proximidad del abismo y apreciar el peligro. Cuando Milei apela al giro del rescate, asume que cuenta con un activo que puede poner en juego: recuerden que los alejé del abismo.
Estamos entonces, a mi juicio, frente a un agrupamiento socio-electoral que tiene poca cohesión, que ha encontrado en Milei un liderazgo que ha formulado promesas, que adquiere un perfil salvador, pero que todavía no ha dotado de una identidad a ese colectivo. De hecho, cae de su peso que este conjunto ha depositado cierta confianza en un hombre que es, a su vez, la única garantía de ese conjunto como tal.
Milei es irremplazable, como ha sucedido tantas veces con los liderazgos y los presidentes, en particular en Argentina. Lo malo es que los liderazgos políticos, en la Argentina, y quizás en cualquier parte del mundo, son de difícil surgimiento, pero tienden a tener ciclos largos. Milei gana radicalizando, pero esa radicalización no es una garantía de que los componentes del agrupamiento solidifiquen su unidad y él es muy consciente de esto. Dicen que la política no le interesa, y en cierto sentido probablemente sea verdad; pero está obsesionado con las elecciones de medio término del año que viene, y sabe muy bien por qué.
Una oposición responsable y progresista
Tenemos aquí, me parece, un primer dilema para una oposición responsable y progresista -la llamo así un poco arbitrariamente-. No podemos ponernos a favor de nada que esté ligado, en los imaginarios sociales, o en el sentido común de los electorados, con la inflación. Hoy, hablar de mejor sector público, de políticas sociales de mejor calidad y alcance, de que el estado debe contrapesar al mercado si queremos más democracia y equidad, si queremos sostener una agenda activa y plural en términos de igualdad; supone pagar costos políticos y electorales fuertes. Pero si no lo hacemos, si postergamosel hecho de encarar públicamente esos temas; evitamos un cuerno del dilema sólo para exponernos al otro: ¿cómo vamos a desarrollar una agenda atractiva? ¿Con qué panoplia de cuestiones que tengan filo nos vamos a movilizar?
Si observamos lo que dicen los sondeos de preferencias (aclaro que personalmente no creo en ninguno de esos sondeos), tenemos cuatro al tope, que se turnan entre sí según sea la fuente: inflación, seguridad, pobreza, empleo. Yo creo que la tenacidad de Milei en aferrarse al coupling básico (si liquidamos el déficit fiscal y la emisión, garantizamos y blindamos la inflación cero, y dejamos atrás definitivamente la inflación, viviremos más seguros, menos pobres y con más trabajo) hoy es invencible (esto, por supuesto, nada tiene que ver con la fragilidad analítica de ese coupling). Es difícil por tanto hincarles el diente a esos temas, de un modo progresista, eficaz y democrático, alternativo al modo brutal desenvuelto por Milei.
En otras palabras, no es nada sencillo tomar las cuestiones que “le preocupan a la gente” y sacarlas del coupling básico para avanzar sobre esa base. ¿Tragar la medicina amarga de asumir el coupling básico podría ser un camino? En teoría, nuestra agenda política podría, pese a ello, no quedar vacía. Hay temas que son, claramente, flancos débiles para este gobierno y batir en ellos no supondría costos electorales. Por ejemplo, la política de la Casa Rosada para con el Poder Judicial, la política de Inteligencia (incluyendo sus 100.000 millones), la política exterior, la gravedad potencial (o actual) del entornismo del Ejecutivo, el capitalismo de rentas y su costo fiscal (con los subsidios Tierra del Fuego como bandera), el desaforado manejo de los recursos coparticipables, el hostigamiento a la prensa, -aun un rasgo menos simple de identificar, que es la corrupción, sobre todo en términos de corrupción de lo político-.
Hay más, pero, como se puede ver, no son nada simples y, sin exagerar, diría que hoy por hoy la complejidad en política no le interesa a nadie. Que un grupo de diputados haga sociales de presidio con criminales de lesa humanidad y se saque con ellos una foto de familia parece en cambio no requerir explicaciones. Pero también la foto de los diputados radicales que resolvieron no insistir con la ley previsional, y no rechazar el veto presidencial es expresiva de la dificultad para sostener una posición a contrapelo del coupling que dice, ya contra la evidencia, que para combatir la inflación es indispensable una reducción permanente de los ingresos del sector pasivo.
Del otro lado de la grieta, el peronismo
Y del otro lado de la grieta están los peronistas. Que, como dicen que dice Massa, obtuvieron 11 millones de votos (aquí tengo un problema. Sé que referirse exclusivamente a los kirchneristas es olvidar la vastedad y diversidad del campo peronista; y que hablar de peronistas a secas sería una iniquidad para con muchos de ellos; no sé cómo resolverlo). A mí, por mucho que aborrezca a Milei, y de veras que lo aborrezco mucho, me resulta imposible pensar que aquellos no resultarían los principales beneficiarios de un fracaso del actual gobierno. Quizás esto sea mejor para la Argentina, pero los peronistas, golpeados como han sido, como fuerza política están groguis aunque… ¿continúan intactos? No estoy tan seguro.
Lo seguro es que no han olvidado nada ni aprendido nada (como dijo Talleyrand de los emigrados de la Restauración). Al menos hasta ahora. El indicador del problema del peronismo es el modo en el que la política argentina se ha llenado de experonistas, muchos de ellos convertidos en dirigentes exitosos en otras fuerzas. Casi sin excepción se trata de políticos más capaces, perspicaces y actualizados que los que se quedan en el partido madre, y que no se fueron expulsados, sino porque quisieron, y porque se les hizo evidente que el ambiente del peronismo tradicional – en sus diferentes variantes – no era para ellos ni para sus carreras nada prometedor.
Pero esto es apenas la punta iceberg. La magnitud y la índole de la derrota peronista actual queda oculta detrás del impresionante sprint de Massa, que se asemeja al de Macri en 2019. Pero esa derrota, la de hoy, no es meramente electoral, basta comparar. El peronismo había perdido elecciones presidenciales tres veces: en 1983 de modo inesperado, cuando se recuperó bastante rápidamente, a través de la Renovación; en 1999, tras el largo ciclo menemista, dejó el gobierno básicamente entero; y en 2015, cuando el partido territorial mantuvo muchísimo poder, y el kirchnerismo pagó toda la cuenta y a pesar de eso demostró tener aliento para organizar un regreso recombinando las piezas.
Creo que la situación actual, en la que a la catastrófica gestión y a la debacle del kirchnerismo, se suma una derrota electoral sin atenuantes, es diferente a las anteriores. Nunca estuvo tan desmoralizado el peronismo como fuerza política, nunca estuvo tan empalidecida su identidad, desde 1983, como ahora. En el ciclo democrático, el peronismo se retiró a lamerse las heridas, en ocasión de cada derrota, repudiado por el electorado; pero nunca como esta vez. Siempre logró rehacerse, y no es seguro que esto no vuelva a ocurrir. Pero pienso que su crisis interna ha alcanzado una profundidad inusitada. Podemos equivocarnos, pero parece vacío por dentro.
Quizás una de las razones de esta crisis sea que a la versión más crasa del peronismo como aparato de “poder”, se la sustituyó, o más bien complementó, por la versión paródica que constituyó el kirchnerismo. No fue tan difícil percibir que esta trayectoria terminaría en la mayor claudicación de su historia. Sería una simpleza atribuir sus problemas de hoy a las conductas horrorosas de Alperovich, Espinoza o Fernández. Son sin duda casos alucinantes de corrupción del poder político arbitrario, pero los aprietos del peronismo frente a su base política y a la opinión pública no eran menores antes de que estos casos cobraran conocimiento. Estos casos expresan en la superficie movimientos más profundos en los modos de relación con la política y el poder.
Todavía es posible pensar la trayectoria futura del peronismo en términos de sus ciclos: el ciclo de la Renovación, el ciclo del menemismo, el ciclo kirchnerista. Según esta interpretación, la naturaleza perenne del peronismo (se la defina como se la defina) lograría mantenerse gracias a la serie de ciclos detrás de la cual se preservaría. Como Saturno, el peronismo devoraría a sus propios hijos y eso le permitiría mantenerse en vida. Es fácil pronosticar el fin del ciclo kirchnerista; cual será el escenario tras ese desenlace es mucho menos claro. Por ahora un peronismo con pivote en la región central, y más dinámica económicamente, de perfil más republicano y pluralista, parece una quimera, porque el futuro de la fuerza política en la provincia de Buenos Aires es una incógnita. En cambio, puede ser que los peronistas pierdan muchos votos... , pero en beneficio de La Libertad Avanza. El mileísmo es capaz de hacer demostraciones de fuerza; paradójicamente, haber logrado sostener el veto previsional el pasado 11 de septiembre lo es; la lectura que harán diferentes sectores peronistas de este dato político es incierta.
Pero dejemos a los peronistas alineados y regresemos ahora mismo a nuestros dilemas como opositores responsables. Porque, en suma, es costoso posicionarnos en contra del gobierno, es muy difícil diferenciarnos (el naufragio del proyecto previsional lo ilustra), y ponernos “a favor” es imposible y si lo intentáramos no lo conseguiríamos (y, claramente, si lo hiciéramos con oportunismo, dejaríamos de ser opositores responsables). He aquí un primer dilema.
La alegoría del chofer demente
El siguiente dilema quiero abordarlo a través de una alegoría, que creo es bastante conocida. Se trata de la alegoría del chofer demente. Con el paso de los años, se ha utilizado muchísimas veces, en boca de escritores muy diversos (algunos se la apropiaron, no del todo honestamente). El primero en emplearla fue un noble ruso, un duque cuyo nombre no recuerdo, perspicaz y culto, durante los años de agonía de zarismo. Aunque muy pocos predecían 1917, ya eran muchos los que sospechaban que una catástrofe podía estar a la vuelta de la esquina y sabían que debía hacerse algo para evitarla.
El duque, en rueda de amigos, transmitía su sensación de impotencia. “Caballeros, les ruego que imaginen estar viajando en automóvil, en compañía de vuestras madres, por una carretera de cornisa, acomodados en el asiento de atrás como corresponde. Repentinamente, perciben una actitud extraña en el piloto que, como poseído, comienza a acelerar más y más, hasta lanzarse a una velocidad de vértigo. Naturalmente, en pocos segundos ustedes están ya extremadamente alarmados. Pero no es esta alarma lo que los paraliza, los paraliza la virtual imposibilidad de hacer algo porque, evidentemente, cualquier intervención resultaría fatal. ¿Qué harían?”.
La pregunta, por supuesto, no tiene respuesta. ¿Qué hacer en un camino de cornisa cuando conduce un demente? El duque y sus amigos pensaban, claro, en Nicolás II. El último zar nada tenía de iracundo, de vesánico; era apacible y de las mejores maneras, no como Milei. Pero era sumamente obcecado y contumaz, exactamente como Milei. Las cosas en las que Milei cree son verdaderamente las que quiere hacer y está determinado a hacer. Milei es el verdadero creyente que ha sabido construir una oportunidad única para la acción, y no la dejará pasar. Hará lo que sea necesario para poder hacer lo que cree debido; su misión en la tierra.
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Desafortunadamente, Milei no es Menem. Sí, esta es una obviedad, que el lector sabrá disculpar. Pero Milei no tiene la elasticidad de Menem, no tiene el temple de los pilotos de tormenta de los 80. Ojalá yo esté equivocado. Ojalá su rigidez y su intemperancia den vuelta la página para mostrarnos un Milei dispuesto a la negociación y a la composición y más sensato. Hay quienes quieren ver un cambio de estilo en las negociaciones y el diálogo intenso sostenido por Francos y otras espadas, pero la tesitura de Milei fue la del veto total como única alternativa que no exhibiera debilidad. Veo imposible que este talante cambie. No sólo porque Milei es como es, sino porque ni siquiera ha comenzado, y para comenzar debe primero construir una posición de fuerza, política e institucional. Su único capital, de momento, es él mismo y sus votos (nada más frágil que gobernar desde la exclusiva “voluntad del pueblo”, ese pérfido espejismo).
Esta, la del duque ruso es, para mí, la alegoría del triunfo de Milei. La alegoría de la Argentina y de los argentinos, hayamos votado por él o no, embarcados en el automóvil que conduce (fanático del mercado lo conduce, oh paradoja, al estado, como si fuera suyo). A mí tampoco me paraliza la alarma, sino el miedo a que yo mismo pueda contribuir, involuntariamente, a empeorar las cosas. Es cierto que Milei ha intentado con algún éxito ampliar su base de sustentación en el seno de la política convencional, en terreno de lo que él denomina la casta. Con personajes variopintos. Pero este reclutamiento, que va a continuar, no me tranquiliza nada, porque no está enderezado a atemperar sus acciones futuras, a matizar los resultados esperados, a reconfigurar su agenda. Es el precipitado que él necesita para gobernar conforme a sus determinaciones.
El león no se va a conformar con una dieta herbívora. Tendremos un presidente imbuido genuinamente de mesianismo y refundacionalismo, conocemos muy bien esa convicción de que se puede cambiar de arriba para bajo la Argentina, a fuerza de voluntad. Pero lo que desespera no son esas lacras absurdas tan familiares, sino el empeño supremo que Milei está dispuesto a poner en ellas. Este dilema está asociado estrechamente a los demás, pero en él pongo el acento en la absoluta determinación del liderazgo; en un modo de liderazgo que, encontremos o no demencial, nos encadena a él, nos priva de capacidad de acción. Si hacemos estamos fritos y si no hacemos estamos fritos. No estoy exagerando; estoy escribiendo algo que sé que, tomado literalmente, no es cierto. Pero no encuentro un modo más directo y contundente de expresar el problema.
* Politólogo, miembro del Club Político Argentino. Deseo agradecer a Alejandro Katz, por las conversaciones que hemos sostenido a lo largo de las semanas previas a la redacción de este artículo, gracias a las cuales el mismo se ha enriquecido considerablemente.