Pregunta: ¿qué partido político reúne la doble condición de ser el que más odia el Presidente, y el que le aportó más votos en el Senado para sostener su preciado DNU 70/2023? Respuesta: la UCR.
De los 25 senadores que avalaron el famoso decreto, 6 los aportó LLA, otros 6 provinieron del PRO y nada menos que 10 militan en el radicalismo, porque solo dos de quienes integran esa bancada terminaron votando por la negativa y uno se abstuvo.
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La votación fue demostrativa de lo mal preparado que llega el oficialismo a situaciones en que se dirime la suerte de sus iniciativas: si hubiera dejado de apostar exclusivamente a dilatar los tiempos y se hubiera dedicado con esmero a seducir a los dubitativos, tal vez hubiera conseguido los nueve votos que le faltaban para zafar (con 34 a su favor, derrotaba al kirchnerismo).
Y más todavía, fue demostrativa de lo pifiado que está el diagnóstico presidencial sobre el resto de las fuerzas políticas: si el partido más virulenta y recurrentemente señalado por él como expresión de todo lo malo, de las “resistencias al cambio”, el abrazo a ideas colectivistas, la defensa de intereses espurios, etc., se inclinó tan mayoritariamente a favor en la discusión de la única iniciativa de cambio que sigue dando vuelta por el Congreso, estaría llegando el momento para que Milei revise algunas de las premisas con que viene actuando.
Y que revise, en particular, la forma en que negocia con los demás partidos. Porque no es la primera vez que el radicalismo le brinda ayuda, él la desestima y devalúa, y sus seguidores más fieles la tiran a la marchanta.
Sin ir más lejos, durante la discusión en extraordinarias de la ley ómnibus, fueron también los diputados radicales los que aportaron su semáforo para ordenar la negociación, distinguiendo puntos de consenso, de disidencia y temas inaceptables. Nada del otro mundo, simplemente un poco de experiencia legislativa y sentido común puestos al servicio de un trámite que empezó en el caos absoluto de los “ochocientos artículos y cuatrocientas páginas”. El presidente de ese bloque, Rodrigo de Loredo, batalló por propia iniciativa por convencer a los diputados dubitativos, contra el planteo renuente de su propio sector interno, Evolución (con el que ya parece tiene poco en común), logrando también entonces que solo dos miembros de la bancada votaran en contra. Y cuando la torpeza del jefe de bancada de LLA llevó a fojas cero todo el trámite, fue también de Loredo el que más sinceramente lo lamentó.
En suma, una fuerza que se está debatiendo desde diciembre pasado entre colaborar con los cambios en curso o dejarse llevar por los pocos que en su seno quieren que ellos fracasen, viene siendo sistemáticamente desaprovechada por el gobierno. Como si le sobraran recursos y aliados.
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¿Por qué actúa así el Ejecutivo? Por un prejuicio y una consigna de campaña: las tontas aunque marketineras ideas de que los viejos partidos, y el radicalismo es ciertamente el decano de ellos, son el origen de nuestros males, que Hipólito Yrigoyen dio inicio a la decadencia argentina, y que Raúl Alfonsín empeoró aún más las cosas al afiliar a su fuerza a la Internacional Socialista. Nada, en suma, que tenga mucha relación con lo que realmente está en discusión en estos días.
Los radicales también han demostrado, en este corto tiempo que llevamos de gobierno libertario, que son bastante sensibles al buen trato, y no demasiado exigentes: bastó que se habilitara una negociación entre la nación y las provincias para que casi todos los gobernadores del partido (salvo Maximiliano Pullaro, demasiado ocupadocon el drama de Rosario), y los jefes de ambas bancadas, avalaran la postura de la mayoría de sus senadores, y rechazaran la que asumió el presidente del partido, Martín Lousteau. Ratificando así que votar con el kirchnerismo no va a ser gratis para nadie, en ninguna circunstancia, y que la enorme mayoría de los no peronistas siguen apostando a que el gobierno tenga éxito en sus políticas, porque quieren ser parte de ese proceso de cambio, no de la defensa del statu quo.
Y eso que el gobierno no les ofreció hasta aquí ninguna vía más o menos razonable y concreta para conciliar sus intereses y su supervivencia con las políticas de ajuste y las iniciativas de reforma. Antes bien, más bien sigue ignorándolos, al negarse a participar de cualquier reunión con los mandatarios distritales, o a siquiera sacarse una foto con ellos (el único que consiguió esa codiciada imagen, el correntino Valdés, recordemos, tuvo que colarse en el aeropuerto cuando Milei visitó su provincia, y fue despedido no del mejor modo por éste, ¡y así y todo lo sigue defendiendo!).
¡Cuánto mejor le iría al presidente, en suma, si se desprendiera de una vez por todas de su discurso de campaña! ¡¿Qué otros apoyos podría conseguir, para cuántas otras de sus iniciativas, si se dedicara más a seducir y negociar que a maltratar y descalificar, a convencer y comprometer en vez de a espantar?!
En este sentido, atendiendo a lo sucedido en el Senado, cabe decir que no hay mal que por bien no venga, y menos mal que este porrazo el oficialismo se lo dio ahora, y no siguió perdiendo inútilmente el tiempo en una apuesta inconducente a estirar las cosas. Al menos así ha quedado forzado a elegir, cuando todavía puede: o sigue debilitándose en apuestas que no pueden prosperar, o empieza a gobernar con un poco de sentido común.