Con lo que había pasado en el primer debate, cabía esperar del segundo que dejara las cosas más o menos como estaban: Massa más o menos zafando del desastre económico y los escándalos de corrupción; Milei haciendo la plancha, sin enojarse y escapándole a las definiciones sobre sus propuestas más polémicas y los demás sin muchas chances de incidir o terciar en la polarización entre aquellos dos.
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Sin embargo sucedió todo lo contrario. El que tuvo más problemas, por lejos, fue Massa, que recibió cascotazos de todos lados y apenas si atinó a defenderse o devolverlos. En particular frente a Bullrich que se dio maña para ponerlo nervioso varias veces, como cuando le espetó: “¿Cuándo van a dejar de afanar?”. El candidato oficial quiso contraatacar mostrándose condescendiente, enrostrándole a su advesaria sus supuestos “malos modales” y que le va a ir mal en la elección. Esto justamente es lo que está por verse, y es para lo que se hacía el debate.
Tampoco salieron muy bien parados dos que en el primer round habían destacado por su desempeño, Javier Milei y Myriam Bregman.
Esta última patinó desde el comienzo, con su vergonzosa actitud ante los ataques contra Israel: Bregman no sólo fue la única que no se solidarizó con los atacados, sino que justificó a los atacantes, a los que definió como víctimas de una violencia mucho peor y muy anterior, y apenas si declaró sentirse afectada por las “víctimas civiles”, algo así como un “lamentable” daño colateral, cuando en verdad han sido desde el principio el objetivo principal.
Era finalmente lo esperable, dado que la candidata del FIT representa a una izquierda tan fanáticamente antimperialista, que no tiene problemas en justificar el terrorismo, si este se ejerce contra el mal, encarnado por Estados Unidos, las capitales europeas, y claro, también por Israel. Una izquierda que se dice “antisionista”, para no reconocerse en su antisemitismo, fruto de considerar a los árabes, y en particular a los palestinos, como pueblos sometidos; ¿por quiénes?, por los judíos, el “pueblo opresor”.
Después se supo que Bregman además había vetado una declaración conjunta de todos los candidatos en solidaridad con Israel. Y eso terminó de enturbiar su paso por la Facultad de Derecho, donde tampoco logró sacar mayor provecho de sus acusaciones de siempre contra el capitalismo y “la derecha”: volvió a agitar el tema Maldonado frente a Bullrich, haciéndole un gran favor a la exministra, y la cuestión de la explotación laboral frente a Milei, a lo que este contestó con bastante lógica: “Sin empresas generar empleo productivo es una fantasía que, tras 20 años de kirchnerismo, ya se vio suficientemente adónde conduce”.
La revelación de las salvajadas que puede justificar desde su dudosa moralidad trotskista una dirigente como Bregman puso en evidencia, de paso, el problema más amplio que afecta también al actual oficialismo, y que Milei oportunamente le reprochó a Massa: ese pensamiento burdamente antimperialista no es muy distinto al que profesan Cristina Kirchner, sus seguidores y muchos otros nacionalistas, populistas y “progres”. De hecho, la actual vicepresidente lanzó un tuit apenas menos vergonzoso que los dichos de la dirigente del FIT cuando se iniciaron los ataques de Hamas, en que rechazó la violencia “en general” y reclamó por la creación de un estado palestino, lo que cabe considerar, por lo menos, inoportuno.
Pero volvamos al debate, porque Bregman no fue la única que dejó ver sus mal disimuladas hilachas morales. No mucho mejor le fue a Milei, sobre todo cuando debió contestar preguntas de sus contendientes.
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Bullrich lo puso en particular nervioso, al traer una vez más a discusión el apoyo que le brinda Barrionuevo, el financiamiento de la campaña que habría aportado, y cuestionar la posibilidad de hacer cambios y sobre todo combatir la corrupción con aliados de esa calaña. Ante lo cual el libertario trastabilló abiertamente: “Vos también tenés gente en tus listas que viene de otro lado”, le contestó. De esta forma, admitió lo que se le objetaba, y no pudo hilvanar una réplica con sentido porque el problema no era explicar “de dónde vienen esos otros”, sino su catadura moral y su rol político.
Pero no fue el único trastazo de Milei. Igual de mal le fue con Bregman, cuando esta le cuestionó su negacionismo del cambio climático: primero la acusó de mentirosa, para después justificar, con fundamentos pseudocientíficos de lo más precarios, ese negacionismo del que se lo estaba acusando y acababa de negar. Algo parecido, encima, le sucedió con la venta de órganos y la libre portación de armas, de nuevo frente a Bullrich. Mostró, en suma, tener una costumbre muy fea: acusar de mentiroso a cualquiera que lo acuse a su vez de algún error o defecto, y enredarse después con justificaciones que terminan dándole la razón a quien lo estaba criticando.
A veces identificar estas pautas o hábitos morales subyacentes de las figuras públicas termina siendo lo más importante, mucho más que saber si pueden contestar bien sobre vivienda, o sobre relaciones exteriores, si pueden o no memorizar una explicación al menos en apariencia coherente sobre su pasado, o sobre lo que desearían para el futuro. Porque aquellos hábitos y pautas son los que nos permiten evaluar si es posible creerles algo de todo eso, y si conviene depositar nuestro destino en ellas.