Venimos de 10 días de ver y escuchar lo imposible. El Tapón del Darién es la sumatoria de todo lo que está mal con nuestro continente. Los caminantes son, en su mayoría, los expulsados más frágiles de regímenes que siguen gozando de un poder que aplasta y mata.
La región asiste silenciosa a una muestra más de cómo los tiranos arrojan al abismo a familias, niños, jóvenes y adultos mayores. Los grupos criminales, mientras tanto, se enriquecen con la desesperación de miles y ganan aún más poder en territorios que controlan de hecho desde hace demasiado tiempo.
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Los caminantes se convierten a su paso en una suerte de papa caliente que nadie quiere tomar en sus manos. Es decir: son deshumanizados en una ruta de humillación y desprecio. Escapan de la falta de libertades, de la pobreza pero también de los brotes xenófobos en distintos países de América del Sur.
Son discriminados con total crueldad en algunos de los mismos países que encontraron su refugio años atrás en un lugar como Venezuela, país del que proviene el grueso del flujo migratorio. Una paradoja increíble pero cierta. Una muestra de la ingrata amnesia política de la región.
Las organizaciones humanitarias, como Médicos Sin Fronteras, hacen lo que pueden. El drama es demasiado grande y la pelea de quienes entienden que una crisis humanitaria requiere de una respuesta humanitaria es muy solitaria. Dicho sea de paso, sería importante que los gobiernos de países receptores se enojen menos con quienes cuentan la verdad y les den espacio a las organizaciones para cooperar en la asistencia.
Hablar del Darién es hablar del rincón más sórdido que se pueda imaginar. Si conocen a alguien que esté pensando en hacerlo, pídanle que no lo haga. No lo vale. Créanme: no es verdad que quienes se embarcan en la travesía perversa no tengan nada que perder. Porque así como hemos visto el horror, también registramos testimonios de heroísmo y amor cabal. Ese que aparece en la hora límite y desafía incluso al instinto de supervivencia. Y eso vale. Eso tiene que valer.
Al resto de los afortunados, a los que tienen un lugar al que pertenecer, va un pedido también: por todas las almas que ya se fueron, por todos los sueños que anidan en un caminante anónimo, sigamos contando esta historia. Es la de miles. Es la de todos.
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