La agresión de la Federación de Rusia a Ucrania ha tenido múltiples impactos en la economía global. Seguramente el más notable sea el que afecta a la disponibilidad de ciertos combustibles y a los precios de la energía: tanto el gas como el petróleo han registrado subas muy significativas.
Los gobiernos están tratando de buscar medidas para reemplazar las fuentes de provisión energética (en especial los países de la Unión Europea, en su mayoría muy dependientes del gas ruso). Esto implica el desarrollo de nuevas explotaciones de combustibles fósiles, un recurso mayor al petróleo en desmedro del gas natural, y un importante retorno al carbón, el peor combustible en términos de impacto en el sistema climático, pero también comparativamente barato.
Leé también: “Nos encaminamos a un mundo inhabitable”: el duro diagnóstico de la ONU sobre el cambio climático
Al mismo tiempo, la necesidad de reemplazar la provisión de fertilizantes afectada por la guerra (la mitad de la producción mundial de alimentos depende de estos productos) está llevando a que se contemple el desarrollo de múltiples plantas de producción, lo que hace fácil prever un importante aumento de emisiones de óxido nitroso (N2O), un gas de efecto invernadero unas trescientas veces más fuerte que el dióxido de carbono (CO2).
Por último, la viabilidad de la política climática depende en gran medida de la cooperación global; una cristalización de bloques hostiles promete hacer más difícil y sobre todo más costoso alcanzar eficiencias y beneficios de escala que impulsen la transición ecológica.
Qué podemos esperar en el mediano plazo sobre los recursos naturales
Como decíamos, el impacto inmediato es preocupante. Pero las consecuencias de depender fuertemente de combustibles fósiles parecen estar creando incentivos para acelerar el movimiento hacia energías limpias como objetivo final.
También se pone énfasis en profundizar las políticas de eficiencia energética, que permiten reducir la demanda de energía mediante cambios que alteran la relación insumo-producto.
Los gobiernos están asimismo tomando nota de la necesidad de establecer esquemas que atenúen el impacto económico y social de los precios de la energía, que, junto con el salto que han dado los precios de los alimentos, están erosionando seriamente los ingresos de las familias y la rentabilidad de las empresas en general.
Este último punto es central para la transición ecológica, dado que su viabilidad requiere de un amplio apoyo social, por lo cual los costos que se impongan a las actividades perjudiciales al clima para desincentivarlas deben ser compensados de modo de no generar rechazo en la población.
Leé también: Presente, futuro e inversiones necesarias para lograr un sistema energético renovable
En suma, esta guerra es una tragedia y una catástrofe, como todas las guerras. De una política sensata y equilibrada depende también que sea una oportunidad para evitar males mayores y para consolidar la transición hacia un orden económico más sostenible para las generaciones futuras.
(*) Claudio Lutzky es director del posgrado de Cambio Climático de la UBA