Si algo quedó claro tras el reciente paso del presidente de la Nación por varias naciones de Europa y El Vaticano es que buscó algo de oxígeno político en momentos en que recibía un intenso acoso de los sectores más cristinistas de la coalición gobernante que limitaban su accionar, más allá de ir detrás de un apoyo a la posición argentina en la renegociación de la deuda con el FMI y el Club de París.
El propio Papa se dio cuenta de ello cuando la gira aún se estaba diseñando y se enteró del propósito de Alberto Fernández de solicitarle una audiencia. De hecho, El Vaticano trató en la mayor reserva de convencer al Gobierno de que no la pidiera. Su principal argumento: que este es un año electoral en el país y que es sabido que los papas esquivan estas citas para no quedar enredados en las campañas.
Además, todavía esta en carne viva la herida que provocó en la relación la legalización del aborto por impulso del propio Alberto Fernández. Una iniciativa que irritó particularmente a Francisco porque se la llevó adelante en plena crisis sanitaria con su impacto económico y social y porque el gobierno le atribuyó falazmente al pontífice decir que quería que se la votara lo antes posible.
Tampoco se juzgó necesario en El Vaticano el encuentro del presidente con el Papa en horas de sumar apoyos para la renegociación de la deuda. Desde que hace poco más de un año Alberto le pidió ayuda, Francisco tuvo una serie de gestos en ese sentido en base a la posición tradicional de la Iglesia de que las deudas no deben pagarse a costa de sacrificios insoportables de los pueblos.
Haber pronunciado discursos y generado espacios de encuentros como el del ministro de Economía Martín Guzmán con la titular del FMI, Krislatina Georgieva se contaron -y se siguen contando- entre las acciones de Jorge Bergoglio para favorecer la posición de la Argentina. Más aún: hace apenas dos semanas Francisco recibió por espacio de casi una hora a Guzmán.
No es un secreto que Jorge Bergoglio tiene una excelente relación con el presidente de los Estados Unidos -país que es el principal accionista del FMI-, Joe Biden, un católico practicante. También es muy bueno el vinculo con Georgieva, una cristiana ortodoxa que no oculta su admiración por el pontífice. Y con jefes de Estado como Merkel y Macron.
Los esfuerzos del Papa no se detuvieron. En los días del paso del presidente por El Vaticano se realizó un nuevo coloquio sobre finanzas y solidaridad -como hace un año, aunque en este caso de cara a la post pandemia- en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, que volvió a reunir a Guzmán con Georgieva, entre otros actores económicos.
También posibilitó que el propio presidente se reuniera con la titular del FMI en un largo desayuno que terminó con mutuas declaraciones auspiciosas y el anhelo expresado por Alberto Fernández de que se llegue a un rápido acuerdo con el organismo, todo lo cual llevó a que los bonos argentinos subieran y bajara el riesgo país.
Sin embargo, el problema lo tiene en su país. Y no precisamente con la oposición, sino con sectores de la propia coalición oficialista. Mientras él trataba de mejorar la renegociación de la deuda, el Senado -con mayoría cristinista- aprobaba un proyecto que le impide usar dinero adicional del FMI para atender vencimientos.
A su vez, el diputado Máximo Kirchner avanzaba con la extensión de los subsidios en las tarifas públicas de los hogares del gran Buenos Aires y complicaba al ministro Guzmán en su intento de bajar el gasto público. Y que venía de no poder echar a un funcionario de tercera línea por estar respaldado por La Cámpora.
Así las cosas, ni las gestiones del Papa le alcanzan a Alberto Fernández cuando su peor pesadilla es que está durmiendo con el enemigo.