Más de siete años después de que sorprendiera con aquella afirmación de “quién soy yo para juzgar a un gay” que pronunció en el vuelo de regreso de Brasil al Vaticano durante una rueda de prensa, Francisco vuelve a sorprender al dar un paso más al sostener que está a favor de la unión civil de las parejas del mismo sexo.
En realidad, para quienes conocen bien a Bergoglio la sorpresa no es tal porque saben que siempre consideró que las parejas gay tienen derecho a estar cubiertas legalmente. En todo caso, la sorpresa es que se haya animado a decirlo ahora y siendo bien consciente de que erizaría la piel de los más conservadores.
La sociedad, en cambio, está sorprendida porque lisa y llanamente se haya pronunciado de esa manera. Sobre todo, muchos argentinos que tras el debate sobre la ley de matrimonio igualitario se quedaron con la impresión de que Bergoglio se oponía tenazmente a cualquier reconocimiento jurídico de las parejas gay.
En rigor, cuando se avecinaba el tratamiento en el Congreso del proyecto, el entonces arzobispo de Buenos Aires consideró ante el centenar de obispos del país que Néstor Kirchner iba a jugar fuerte por su sanción y que había que buscar un camino intermedio para evitarle a la Iglesia un rotundo revés.
No era solo una estrategia política. Bergoglio creía en la unión civil porque consideraba que las parejas homosexuales debían acceder a beneficios tales como la obra social, la herencia y la pensión por viudez que ese encuadramiento permite. Y que había que proponérsela a los legisladores.
Lo cierto es que al ir a la votación, la moción de Bergoglio perdió y se impuso la posición más dura que lideraba el entonces arzobispo de La Plata Héctor Aguer. Así las cosas, la ley fue aprobada y por haber apostado a todo o nada la Conferencia Episcopal se quedó sin nada.
Es cierto que en aquel momento trascendió una carta de Bergoglio a unas monjas con conceptos muy duros hacia el matrimonio igualitario. Pero ello debe entenderse ante la presión de los sectores más conservadores y del Vaticano que querían desplazarlo de su cargo.
En ese marco, debe leerse el primer encontronazo que tuvo con Mauricio Macri cuando este era jefe de Gobierno porteño y se comprometió a apelar una decisión de una jueza que convalidó el matrimonio gay cuando aún no era ley y, finalmente, no cumplió.
De todas maneras, debe quedar en claro que Jorge Bergoglio siempre se opuso al matrimonio entre personas de mismo sexo. Y se sigue oponiendo. En línea con la doctrina católica, considera que el matrimonio es entre hombre y mujer y abierto a la descendencia.
Una pregunta que surge ante el pronunciamiento es por qué lo hace en este momento. ¿Es para tranquilizar a sectores muy progresistas como sectores de la Iglesia en Alemania que están abogando por el celibato optativo y el sacerdocio femenino?
Otra pregunta acaso inquietante es cómo reaccionarán los grupos católicos más conservadores, sobre todo de los Estados Unidos, muchos de los cuáles promueven la reelección de Donald Trump y abominan de Francisco.
Algo es seguro: quienes pensaban que el reformismo del Papa argentino se estaba agotando deberán rever su evaluación.