En el corazón de Villa Pueyrredón, una esquina que fue furor en los 90′ volvió a encender su horno y el alma del barrio. La Casa Blanca de Habana, la pizzería que marcó a generaciones de vecinos, reabrió de la mano de dos amigos de toda la vida, nacidos y criados en la zona.
Detrás de este regreso están el chef y gastronómico Walter García Díaz y su amigo Martín Coiro. Ellos se propusieron recuperar el espíritu original del local, pero con una mirada renovada y una apuesta fuerte por la calidad.
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“Esa pizzería fue un ícono del barrio, fue la pizzería de cabecera de mi familia un montón de tiempo. Los sábados a la noche íbamos con mi papá a buscar la pizza al mostrador. Amasaban a la vista, eso antes no se veía, y cuando le dejábamos una propina, tocaban una campana y gritaban todos. Me encantaba ir, me convidaban una porción de pizza en la espera, a mi papá un vasito de moscato. Era toda una experiencia y para la época era un local transgresor”, contó Walter García Díaz a TN.

Según dijo, el dueño original del local “se puso grande”, sus hijos lo dejaron en manos de un encargado y “empezó la decadencia de la pizzería”.
Un día, García Díaz fue a visitar a sus papás y vio que el local estaba en alquiler. Llamó a Martín, que estaba con ganas de emprender y juntos se lanzaron a la aventura.
“Queríamos recuperar el patrimonio del barrio. A la pizzería la restauramos, pero dándole una impronta más moderna”, sostuvieron los socios.
Así, el histórico cartel volvió a brillar, al igual que las cerámicas ilustradas de las paredes, pero el interiorismo sumó materiales nobles, mesas clásicas y una iluminación cálida que invita a quedarse.

El secreto está en el horno: pizza a la vista y masa de 48 horas
El corazón de la propuesta es un horno de piedra 100% a leña, construido a medida por un artesano y alimentado con quebracho blanco y rojo.
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“Cuando entramos la propiedad tenía cortado el gas, y ahí vimos la oportunidad de tener la única pizzería con un horno 100% a leña de toda la zona”, dijo García Díaz.

Allí, las pizzas se cocinan a la vista, con una masa de fermentación lenta (48 horas), masa madre y harina tipo napoletana.
“Lo que desarrollamos es un híbrido entre napolitana y porteña a la piedra, porque queríamos hacer una masa fermentad de alta hidratación, pero la queríamos más cargada de mozzarella y toppings, no con solo 80 gramos de fior di latte. Esto no deja de ser un barrio“, comentó el emprendendor.

El resultado es una base liviana, borde desarrollado, textura crocante y un toque de alioli casero en los bordes que ya es marca registrada y permite distinguirse en Buenos Aires, la ciudad con más pizzerías per cápita del mundo.
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Al frente de la cocina está el chef Alejo Medina, con una trayectoria que lo respalda y que se convirtió en uno de los pilares del nuevo proyecto.

Todo el equipo apuesta a la producción artesanal y a la frescura: cada pizza sale en el momento, con ingredientes seleccionados y atención personalizada tanto en el salón como en el mostrador, donde Lili, la mamá de Martín, es quien entrega las pizzas casi todas las noches.
Un menú que mezcla tradición, innovación y sabor de barrio
La carta arranca con una sección “Para picar”, donde brilla el lehmeyún (empanada armenia) de receta familiar-“es de la suegra de mi hermana”, aclaró Walter-, en versiones como carne especiada de la nona Caty, queso y cebolla, o calabaza con rúcula.

“Tuvimos que educar al comensal, pero se volvió un producto estrella porque nada que tenga pan y carne viene mal para el ADN argentino”, se río García Díaz.
También hay pan de pizza con alioli y porciones de fainá en combinaciones originales: cebolla caramelizada con queso reggiano, o tomates confitados con rúcula y cebolla morada.

Las pizzas son de 30 cm, -“tenemos un único tamaño, come uno de muy buen comer, pican dos”- y combinan técnicas napoletanas con sabores bien porteños. Hay dos líneas: las tradicionales (napolitana, fugazzeta clásica y rellena, cuatro quesos, muzzarella) y las especiales, como la stracciatella (base blanca de crema, mozzarella, calabaza asada, hongos, almíbar, hierbas y tomates confit), la de mortadella con pistacho (salsa de tomates casera, mozzarella, ricotta, maní tostado y pesto de albahaca), la de bresaola (crema de ajo crocante, mozzarella, queso duro, almíbar cítrico con picor) y la azul (base de crema, mozzarella, cebolla caramelizada y de verdeo).
Para quienes buscan opciones diferentes, hay alternativas veganas y sin TACC, elaboradas en horno convector y con la misma dedicación artesanal.
“Todas las pizzas salen con un dip de aioli. Entonces, vos terminás de comer la pizza donde están los toppings, te queda el cornicione (el borde) y lo tochás con la salsa, un manjar. La receta es de un mozo de un bodegón y es furor", dijo Walter.

Postres de la nona, helado soft y moscato propio
El cierre dulce también tiene sello familiar: torta de ricota artesanal con receta de la nona Elena y mandarinas confitadas a la leña, budín de pan de masa madre con dulce de leche y crema, y un helado soft de crema de avellanas con praliné de maní tostado y salsa de caramelo, una creación que anticipa el verano y muestra el costado innovador del equipo.
“Todas las pizzerías antiguas siempre tuvieron una pastelería de torta de ricota, de pasta frola... Queríamos tener un clásico, pero uno que sea bueno. La receta de la torta de ricota es de la abuela de mi mujer, me la hacía para mi cumple y me encantaba”, dijo Walter. Antes de morir, Elena se las dejo manuscrita y con la ayuda de una amiga pastelera lograron recrearla. “Esa era la torta de ricota que quería para la pizzería”, dijo el chef.

La carta de bebidas suma cervezas, vinos por copa o botella, cócteles clásicos y una perlita: la etiqueta propia de moscato joven, Momenti, que se puede pedir en copa o botella de 750 cc, o en dos tragos exclusivos: Moscatoni (con Sprite y jugo de limón) y Momenti Spritz (con agua tónica y jugo de limón).
Un homenaje al barrio y a la memoria colectiva
Más allá de la cocina, el proyecto busca revalorizar el barrio. “La respuesta de los vecinos fue fabulosa, la cuadra estaba muy apagada, queríamos revivirla y traer algo que Villa Pueyrredón no tenía: una muy buena pizzería, un punto de encuentro entre generaciones”, donde se cruzan los recuerdos de quienes crecieron con La Casa Blanca de Habana y el descubrimiento de los más jóvenes. Todo bajo los pilares de la amistad, la familia y la tradición.

El horno está encendido, la mesa servida y el barrio, una vez más, tiene su lugar de encuentro. Eso sí, la pizza hay que comerla en el lugar o pasar a buscarla: “No tenemos delivery, lo detesto. El producto llega muy deteriorado”, sostuvo Walter. Pero para los vecinos de Villa Pueyrredón, y los invitados de otros barrios, es también una oportunidad de cruzarse y pasar a saludar a Lili, la mamá de Martín.



