La irrupción masiva de la inteligencia artificial (IA) en las aulas argentinas generó un escenario completamente nuevo para docentes, directivos y familias en los últimos dos años. Mientras los debates públicos se concentran en si esta tecnología ayuda con las tareas o si mejora la productividad escolar, en el día a día de los colegios ocurre algo más profundo y silencioso: los estudiantes ya adoptaron estas herramientas sin ningún tipo de marco, regulación ni criterio pedagógico.
Este fenómeno crece en paralelo a una preocupación central entre especialistas: cómo impacta este uso indiscriminado en los procesos cognitivos básicos.
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A diferencia de otras tecnologías que se incorporaron de manera gradual, la IA entró en la vida de los estudiantes con una velocidad inédita y un nivel de acceso total: en casa, en el celular o en la computadora del colegio, los chicos interactúan con apps y chatbots que responden rápido, resuelven problemas y devuelven certezas sin esfuerzo.

Así, los alumnos producen más rápido, entregan trabajos con una prolijidad inédita y completan tareas en minutos. Pero bajo esa aparente mejora se esconde un problema que inquieta cada vez más a especialistas en educación y tecnología: la IA no solo ayuda a estudiar, sino que ya reconfigura la manera en que los alumnos piensan.
En diálogo con TN Tecno, la especialista en EdTech Dani Bujan afirmó que el fenómeno es mucho más serio que copiar respuestas o automatizar ejercicios. Lo que observa todos los días en las aulas y en su trabajo con escuelas es un cambio cognitivo profundo: los chicos dejan de activar los procesos que necesitan para aprender. Lo llama deuda cognitiva. Según explicó, no es un concepto abstracto ni exagerado: “Cuando un alumno usa una inteligencia artificial no pedagógica, que le da respuestas directas, su cerebro deja de activar los procesos que necesita para aprender. Un estudio del MIT es contundente al respecto: hay hasta un 55% menos de uso cerebral, que afecta la capacidad de memoria, atención, razonamiento, comparación, síntesis… básicamente los chicos se acostumbran a recibir soluciones hechas y empiezan a depender de ellas”.
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Es una dependencia que se construye rápido. Cada vez que un estudiante recibe una respuesta servida, se saltea los pasos que forjan comprensión, como analizar, comparar, ordenar ideas, equivocarse y corregir: “Ese ‘atajo’ genera una forma de pensar más superficial. Los chicos piden resultados, no entienden el proceso, no verifican, no contrastan, no estructuran el problema. Cuando eso se repite muchas veces, lo que se instala es un patrón cognitivo: la automatización reemplaza al pensamiento”, sumó.
La IA que moldea hábitos sin darnos cuenta
Para Bujan, subestimamos cuánto puede influir una IA genérica en el razonamiento de un estudiante. En general hablamos de ayuda o productividad, pero no terminamos de dimensionar que una IA, según cómo responda, puede moldear la forma en que un chico piensa, busca y toma decisiones.
El problema, aseguró, no se queda en el plano digital. Las consecuencias se trasladan al mundo real: dificultad para sostener un problema, pérdida de pensamiento crítico, vínculos manipuladores con sistemas que están diseñados para agradar, validación emocional, dependencia de la inmediatez y debilitamiento de habilidades sociales.
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Además, sumó algo que inquieta a muchos docentes: “Me cuesta entender que si bloqueamos Roblox porque representa riesgo de grooming, sigamos permitiendo estas herramientas que representan consecuencias igual de negativas”.
¿Un sesgo más fuerte que el humano?
La inteligencia artificial no solo entrega respuestas rápidas. También responde de un modo que refuerza lo que el estudiante ya cree, sin corregir ni contextualizar. Para Bujan, ahí aparece una diferencia clave entre el sesgo humano y el sesgo de un modelo abierto. “Cuando un alumno expresa un sesgo en el aula, un docente puede escucharlo, entender de dónde viene y ofrecer otra mirada. Puede sumar contexto, complejizar una idea o incluso cuestionarla con respeto. Una IA abierta no hace eso porque suelen ser ultra complacientes y refuerzan lo que el alumno ya piensa. Ya sabemos que están diseñadas para ‘seguir la conversación’ y no para educar”, expresó Bujan. En ese espejo complaciente, el chico siempre tiene razón. No hay contradicción, no hay incomodidad, no hay aprendizaje.
Uso silencioso, informal y sin marco: la radiografía de las escuelas hoy
Para la especialista, lo que pasa hoy en los colegios es claro: una enorme mayoría de los chicos usa la inteligencia artificial sin que nadie lo supervise: “Hoy el uso de IA por parte de los chicos es, en la mayoría de los casos, informal, silencioso y sin ningún marco pedagógico. Y muchas veces los adultos ni se enteran de que la están usando”.
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Ese uso espontáneo genera un efecto en cadena, ya que baja el esfuerzo cognitivo, se refuerza la dependencia y la deuda cognitiva crece. La especialista lo compara con el fenómeno de las redes sociales: primero se normalizaron, después llegaron los daños y recién años más tarde apareció la regulación. “Mi preocupación es cuánto vamos a tardar en entender que la IA genérica no es para chicos. Y, en muchos casos, tampoco para adultos sin criterio”, advirtió.
Qué deberían cambiar las escuelas
Según Bujan, el panorama de las instituciones educativas es muy disperso: algunas prohíben la IA, otras la permiten sin límites y otras directamente no saben qué hacer. Pero todas enfrentan el mismo problema, como son la falta información, marco y decisión.
Mientras tanto, los chicos ya conviven con estas herramientas todos los días. “La deuda cognitiva, los vínculos emocionales con la IA y la dependencia de respuestas automáticas no son un escenario futuro, están ocurriendo hoy”, aseguró la experta.
Para ella, la solución no es evitar la tecnología, sino elegir bien qué herramientas se integran: “Mi postura es clara. Si va a haber IA en la escuela, tiene que ser IA pedagógica; si no, es mejor no usar IA. Se trata de criterio y de que las escuelas entiendan que el uso de IA no es opcional. Es importante que alfabeticen a los chicos en inteligencia artificial, que sea parte de su día a día, pero siempre cuidando de acercar herramientas que sean adecuadas”.
El impacto directo en la motivación, el esfuerzo y la frustración
Uno de los puntos más sensibles del uso de la inteligencia artificial es lo que ocurre en la motivación. Cuando un chatbot resuelve la tarea, el estudiante pierde la sensación de logro. “Cuando un alumno recibe una respuesta directa, la motivación y el esfuerzo caen de inmediato. No porque el chico sea vago, sino porque el cerebro, si puede elegir, siempre elige el camino más corto”, explicó.
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Ese camino corto tiene consecuencias: baja la tolerancia a la frustración, la capacidad de sostener un problema y la valoración del esfuerzo. El resultado es un aprendizaje más frágil: “El proceso de búsqueda y comprensión es lo que activa la memoria, la atención, el razonamiento y la confianza en uno mismo. Si la IA hace todo eso por ellos, el alumno siente resultado, pero no siente logro”.
¿Se está perdiendo la creatividad?
Para Bujan, sí. Y rápido. “Cuando los chicos usan una inteligencia artificial que les da todo resuelto, dejan de practicar algo básico que es pensar por su cuenta”, advirtió. La creatividad no surge de la nada. Se desarrolla en el tránsito entre ideas, en el error, en la exploración. “Si la IA les entrega la idea final, ese proceso desaparece”, sostuvo.
Lo mismo ocurre con la capacidad de análisis. Sin práctica, no hay desarrollo: “Una IA bien diseñada puede potenciar la creatividad y el análisis, pero una IA que da todo servido los atrofia”.
Qué significa regular la IA en la escuela
Para la especialista, regular no es prohibir, sino que es enmarcar. En ese sentido, explicó qué implica esa regulación: “Significa que la IA no entra como un actor suelto, sino como una herramienta pedagógica con criterios claros. En la práctica, se regula todo lo que importa dentro de un contexto educativo”.
Esa regulación incluye filtros por edad, profundidad conceptual ajustada, alineación con el proyecto educativo, resguardo emocional, privacidad y datos para acompañar trayectorias reales. “Regular la IA en la escuela no es limitarla, sino asegurar que sea segura, formativa, alineada y pensada para proteger y potenciar a los estudiantes”, aseguró.
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Como ejemplo, Bujan mencionó el caso de Auroria, una plataforma de inteligencia artificial pedagógica desarrollada en la Argentina que permite a las escuelas integrar la IA de forma segura, responsable y totalmente alineada a su proyecto educativo. “La plataforma no está diseñada para resolver tareas, sino para enseñar a aprender. No da respuestas servidas; trabaja con modo socrático, guía el razonamiento y enseña a formular buenas preguntas”, detalló.
El desafío más urgente
Para la especialista, el mayor riesgo es repetir la historia de las redes sociales pero más rápido: “Con las redes tardamos 15 o 20 años en darnos cuenta del daño que podían generar en la autoestima, la atención, el vínculo social. Ahora estamos viendo cómo la IA empieza a afectar algo todavía más delicado, como la capacidad de pensar, de sostener una idea y de regular las emociones”.
Concluyó con una advertencia que funciona como llamado urgente. “La IA en la vida de los chicos ya no es opcional; lo que sí es opcional es dejarla desregulada. Si no intervenimos ahora, escuelas y familias juntas, la IA abierta va a ocupar el rol de educar, formar o acompañar… y me parece que ese lugar tiene que ser nuestro”, cerró.



