El mensaje que estaba leyendo en la pantalla de mi teléfono tuvo algo de salvador, algo de oxígeno, mucho de oportuno. Fue una semana más dura que otras semanas. Una cadena de notas dolorosas, de esas que te hacen volver a casa a tratar de dejar de pensar, y que no parecía detenerse nunca me había dejado con una sensación desoladora de vacío.
A veces alguien me pregunta en un cumpleaños o en un asado “¿Cómo hacen? Les toca ver cada cosa…” Y la verdad es que no hacemos nada. O hacemos lo que podemos con la marca que te va dejando en el cuero contar la tragedia en la vida de familias iguales a la mía, a la nuestra.
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Esa semana había sido una pareja de jubilados muertos en un secuestro. Y sobre todo había sido Agustín, el nene de tres años que estaba yendo con su papá a comprar pizza y que murió a manos de delincuentes que dispararon porque sí. Delincuentes, además, que apenas habían pasado la adolescencia. En eso estaba cuando María Marta Adam me mandó un mensaje. Muchos la recordarán. Es docente. En febrero de este año fue amenazada antes de las mesas de examen en una escuela de La Plata. Pintadas en el patio, una bala en el buzón de su casa.
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María Marta es docente pero ya no da clases. Esa mañana ella estaba viendo la nota en la que todos nos preguntábamos qué hacer ante tanta violencia ejercida por chicos cada vez más chicos, y sobre los que nadie parece hacerse cargo. Nadie es nadie. Ni padres ni Estado. Me escribe para contarme que se había involucrado en la Justicia Restaurativa de ese chico que la había amenazado a principios de año. Y no me lo cuenta ahora porque se le antojó. Me lo cuenta porque cree con firmeza en la atención primaria de la salud, y porque para ella la violencia es una enfermedad para la que tiene que haber atención primaria. Esto que acabo de escribir no es mi imaginación; no es más que la traducción literal de lo que acaba de enviarme.
Necesito saber de que me está hablando. Hago mi investigación. La Justicia Restaurativa Penal es un concepto de justicia que busca darle participación a las víctimas en la resolución de los conflictos, y que busca reparar el daño y restaurar las relaciones. Para que se entienda. En el caso de la profesora Adam, hay una causa penal abierta contra el alumno que la amenazó que prevé una condena de dos años de prisión en suspenso y el pago de una multa. Ella me cuenta que entiende que poco es lo que puede aprender ese chico de una condena como esa. Lo que le ofrece la Justicia es participar de una cantidad de charlas con profesionales, tanto él como sus papás, y le da la oportunidad a María Marta de proponer algo que colabore a reparar el daño del que fue víctima. A ella se le ocurre que ese chico podría dar algunas charlas en escuelas contando lo que pasó.
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La tarde en la que me manda el mensaje va a reunirse con esos padres. Soy periodista y ese punto me llama especialmente la atención. Imaginar ese encuentro, ver cómo se siente cada uno al verse la cara meses después de haber pasado por una experiencia tan triste. ¿Sé de que hablaron? Lo sé, o al menos he escuchado una de las campanas. Pero sería injusto contarlo sin saber que sintió la otra parte. Y además, para lo que yo estoy escribiendo no importa demasiado.
Tengo el recuerdo fresco de la entrevista que me dio la profesora Adam en la puerta de su casa después de ser amenazada en febrero. No era necesaria una sensibilidad especial para notar la angustia, la tristeza, pero sobre todo la decepción que tenía esa mujer. Hay algo que no pude olvidar durante todos estos meses. Esas amenazas la habían sacado del camino de la docencia. Un final amargo, injusto.
Ahí está ahora, escribiendo un mensaje de texto en el que parece haber adivinado que yo, y muchos en sus casas seguramente, sentíamos esa muerte inexplicable de un chico de tres años como un dolor duplicado: el de presenciar la tragedia de esa familia, y el de ver con desesperanza que un pibe de 16 años carga con una muerte sobre sus espaldas.
“La gran mayoría empezó con delitos leves”, me cuenta, y en ese punto cree ver la clave para intentar otra cosa. Actuar ahí, y actuar de otra manera. A lo largo de este texto hablé de manera deliberada de ella como Profesora Adam, porque siento que sigue siéndolo. Aun sin estar en un aula. Es evidente que el compromiso que asumió con el chico que la amenazó con una pintada, con una bala, con un cómplice, es el de darle una herramienta para que consiga para él algo mejor. Es lo que hace un docente. Y ese camino le devolvió algo de esperanza a ella también. Y en su mensaje de texto, al menos por un rato, me la da a mi también.