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    Conquista del espacio, falencias terrenales

    La evolución del hombre nos llevó a la Luna. Pero todavía tenemos mucho por aprender en nuestra vida cotidiana.

    José Narosky
    Por 

    José Narosky

    05 de agosto 2020, 16:45hs
    Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins (Foto EFE/NASA)
    Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins (Foto EFE/NASA)
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    En la media tarde del domingo 20 de julio de 1969, a las 16:14 hora argentina. El mundo entero contuvo su aliento por un segundo. La televisión mostraba una imagen que en mi niñez hubiera parecido un sueño. Una gigantesca araña mecánica se posaba sobre el suelo de la Luna. Esa especie de araña tripulada se llamó Apolo XI.

    Seis horas después de su descenso, su comandante Niel Amstrong bajó la plataforma de la nave y apoyó su pie izquierdo en la faz lunar. Eran las 22:56. Amstrong se sintió el protagonista real de un hermoso milagro. Sus primeras palabras fueron:

    “Este es un paso muy pequeño para el hombre” ¡Todo un símbolo! Y agregó: "un gigantesco salto para la humanidad”. Aunque Amstrong se movía con lentitud en un ambiente cuya gravedad es solo un sexto de la fuerza de gravedad de la Tierra, no tuvo realmente dificultades.

    Aldrin en la Luna (Foto mejorada por la Nasa EFE/Nasa)
    Aldrin en la Luna (Foto mejorada por la Nasa EFE/Nasa)

    La primera operación científica de exploración que realizó fue levantar un pedazo de roca y colocarla en el bolsillo de su traje espacial. Veinte minutos después, a las 23:16, su compañero Edwin Aldrin también pisaba la superficie lunar. Fue un acontencimiento nuevo y de hondo significado mental. Millones y millones de seres humanos, en todos los países de la Tierra, simultáneamente, olvidaron sus intensas preocupaciones en ocasión de la increíble aventura del hombre conquistando la Luna.

    En esta demostración, la energía humana hizo más grande al mundo. Los cielos, tan cantados por los poetas, fueron abiertos a los sentidos y a la observación de los hombres. El espacio y los cuerpos celestes se incorporaron a la historia de la humanidad.

    Tres astronautas Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, de tres distintas convicciones religiosas, ayudados por científicos, técnicos y obreros de muchos credos y nacionalidades -incluso argentinos- mostraron al mundo inequívocamente, cuánto puede o podría –mejor dicho- la solidaridad universal.

    El escritor Julio Verne había previsto que el hombre llegaría a la Luna. ¡Cuánto pudo pensar un solo hombre! ¡Cuánto podría una humanidad pensante! Quizás, los ideales de paz, de solidaridad y de amor hayan necesitado este hermoso milagro de la ciencia que es la conquista de la Luna para confirmarnos definitivamente que todos los hombres del mundo somos hermanos y que la humanidad, con el devenir de los siglos, encauzará su destino hacia la plena felicidad y armonía del hombre en la Tierra.

    Porque lamentablemente todavía considero que está vigente este aforismo que me duele haber creado y con el que comencé esta nota y con el que la cierro: tantos siglos de civilización y no aprendimos a abrazarnos.

    Cabe preguntarse ¿cómo es posible la conquista del espacio si aún la humanidad no ha resuelto el debate sobre el propio origen del hombre? Siempre intrigó a los hombres el origen de la raza humana y ése es un debate que aún no está cerrado. La ciencia, por su parte, sostiene que cuarenta millones de años fueron necesarios para que el mono se transformara en mono-hombre.

    Otros trescientos mil años hicieron falta para que esta especie animal que era el ser humano aprendiera a sostenerse en sus dos pies y pudiera matar a su presa con instrumentos de piedra. Cincuenta mil años después, pudo descubrir el hierro. Entonces, sus métodos de matar fueron más eficaces. Pasaron miles de años para inventar la dinamita y varios siglos después, construyó su primer aeroplano.

    Al comenzar la vida colectiva, el hombre cazaba animales para alimentarse y para cubrirse con su piel. Pasaron otros miles de años para aprender a producir fuego frotando dos pedazos de una madera especial. Y llegaron las herramientas -elementales, claro- pero ya con ellas superaba a los animales. Y siglos más tarde, creó la máquina de vapor y la dínamo eléctrica.

    Al principio, el hombre dormía y comía en el suelo porque no sabía hacer camas. No existían mesas ni sillas. Menos aún, podía tener cucharas, cuchillos o tenedores. Con el correr de los años, los hombres conocieron -incluso perfeccionaron- el hecho de matar en las guerras, en el sentido actual, en las que solamente se mata y se muere y donde no necesariamente vence el bueno, sino el más fuerte. Tal vez, el devenir de los tiempos borre de la faz de la Tierra las guerras, y los hombres comprendan que solo se gana evitándolas.

    El aforismo final que esto trae a mi mente:

    “Tantos siglos de civilización y no aprendimos a abrazarnos”.

    Por José Narosky

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