Obreros de Vialidad la encontraron muerta, violada y mutilada, en un chiquero a la vera de la ruta 38, en Catamarca. Sin embargo, el crimen de María Soledad Morales no fue calificado de femicidio, porque el término aún no existía en 1990. No había cómo designar el homicido de una mujer por su condición de tal. Un asesinato que evidenciaba el desprecio, la dominación, el machismo vejatorio.
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Las características del asesinato no se conocen con exactitud porque hubo un pacto de silencio. La habría entregado Luis Tula, un hombre adulto del que estaba enamorada. Pudo haber existido una fiesta sexual en la que corrieron la droga y el alcohol. El asesino, Guillermo Luque, fue condenado por homicidio, pero no señaló a otros participantes en la orgía. Para defenderlo, su padre, el entonces diputado Angel Luque, dijo para exculparlo: "Si mi hijo lo hubiera hecho, el cadáver nunca habría aparecido". El manejo del poder y la impunidad, confesados de manera obscena.
Una chica como todas
La defensa de sus victimarios intentó desviar la atención hacia su vida sexual y la señaló por tener una relación con un hombre casado y once años mayor. Pero se trataba de una adolescente como tantas. María Soledad vivía con sus padres Ada y Elías en Valle Viejo, cerca de la capital y cursaba 5° año. Quería ser maestra jardinera, para poder trabajar y ayudarlos.
La noche del 7 al 8 de setiembre de 1990, se fue de su casa diciendo que se quedaría a dormir en lo de una amiga después de ir al boliche Le Feu Rouge, para una fiesta escolar. Tenían que reunir fondos para pagar los pasajes del viaje de egresadas del Colegio del Carmen y San José. Ella sería una de las beneficiadas con lo recaudado.
Pero María Soledad no se quedó con sus amigas. Salió para encontrarse, supuestamente, con su amor, Luis Tula, un empleado de obras sanitarias mayor que ella, que estaba casado en secreto con Ruth Salazar. La vieron en la parada del colectivo a las 3 de la mañana. Fue vista más tarde esa noche en la boite Clivus, pero no es seguro que haya encontrado la muerte allí. Hay quienes dijeron que estuvo a bordo de un jeep con Arnoldo Saadi, miembro de la familia gobernante.
Las primeras versiones hablaban de un ataque a campo abierto por bandas de vagabundos en el lugar donde fue hallada. Después, se sospechó de Tula, de su mujer, Ruth, que habría querido deshacerse de su rival, de los hijos del intendente Jalil. El jefe de policía, Miguel Angel Ferreyra, se apuró a decir, responsabilizando entre lineas a los Morales: "Les pido que tengan un mayor control sobre sus hijos. Deben saber quiénes son sus amigos y compañeros. Conocer los lugares a los que concurren y no dejarlos a la deriva es fundamental para su seguridad".
Después, se supo que su mano derecha, el Gato Leguizamón, había ordenado a los bomberos lavar el cuerpo en una batea de la morgue, como le decían, para borrar pruebas que nunca pudieron recuperarse. El nombre del hijo de Ferreyra circuló como el de uno de los sospechosos.
Finalmente, fueron Angel Luque y Luis Tula los señalados como culpables. “Coautoría de violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes”. Ahora bien, ¿quién o quiénes participaron de la fiesta con el hijo del diputado? Todavía es una incógnita. Tula aseguró que le habían ofrecido dos millones de dólares y pasaportes para que se fugara para que se hiciera cargo de la responsabilidad del crimen.
María Soledad tenía moretones en todo el cuerpo y semen en la vagina. El informe de los médicos forenses reveló que le fue "arrancado el cuero cabelludo, cortado las orejas y vaciado un ojo”, que la mandíbula había sido rota a golpes y el cráneo, “aplastado”.
El presidente Carlos Menem intervino la provincia, el padre de Luque perdió su banca de diputado y se produjo el desembarco del mediático comisario Luis Patti, condenado posteriormente por crímenes de lesa humanidad.
El reclamo de justicia fue encabezado por los padres de María Soledad y la monja Martha Pelloni. Multitudinarias marchas del silencio mantuvieron viva la llama de la demanda, pero hicieron falta dos juicios para que los únicos dos acusados, Luque y Tula, fueran condenados a 21 y 9 años respectivamente. Actualmente ambos están libres. Tula es abogado.
TN detectó una señal casi imperceptible, una negativa de uno de los jueces, Juan Carlos Sampayo, a su colega María Azar, cuando se decidía la validez de un testimonio. El presidente el tribunal pidió que se suspendieran las transmisiones, pero finalmente el juicio se anuló.
Elías Morales murió. Ada, la mamá de María Soledad, participará en los homenajes en setiembre próximo. Si viviera, su hija tendría 47 años.
Una monja molesta
Martha Pelloni vive desde hace casi un año en Santos Lugares, en una amplia y luminosa residencia de las Carmelitas Misioneras Teresianas. Está formalmente jubilada y comparte un piso con otras dos monjas mayores. En otras áreas del edificio, hay religiosas ancianas, incluso postradas. Hace trámites previsionales y del servicio de salud para ellas, pero el resto del tiempo no se queda de brazos cruzados.
La emblemática mujer que se puso al hombro la lucha por justicia en el caso María Soledad Morales pasó 28 años en Goya, Corrientes, después de que los Saadi se transformaran en recuerdo en Catamarca con la derrota electoral a manos del Frente Cívico y Social. Las amenazas de muerte no la disuadieron de estar presente en cuanto reclamo por trata de mujeres, venta de bebés, víctima de acoso o abuso sexual se le cruzó en el camino.
En 2008, creó la red Infancia Robada. Organiza talleres y, básicamente, se ocupa de fortalecer a los que padecieron y de hacer visible su reclamo. "Me contactaron dos mamás a las que les sacaron sus bebés en el parto y los hicieron pasar por muertos. Hay hijos e hijas que fueron vendidas al nacer y quieren ubicar a sus madres biológicas", dice.
Siempre con una sonrisa, se queja de los robos, pero no se enoja ni atemoriza. Entiende que los chicos lo hacen dominados por la droga y que hacen falta políticas sociales. La preocupan también las consecuencias del predominio de lo digital por sobre las relaciones humanas y advierte sobre el consumo de pornografía, cada vez a una edad más temprana.
Hay provincias feudales donde los hombres del gobierno, del poder, se sienten dueños de las personas, de las mujeres. Y sus hijos organizan fiestas negras.
En setiembre, se cumplirán treinta años de la muerte de María Soledad. Los asesinos están libres después de haber cumplido una condena, (Tula es abogado y Luque empresario) y sus encubridores nunca fueron condenados. "Creo que Luque tenía otras historias que lo podían comprometer, porque de lo contrario habría repartido culpas. Porque hubo más partícipes. No lo hizo solo", concluye.
El mismo patrón se repitió en otros casos, en diferentes provincias. Martha lo sabe bien porque fue convocada a cada una de ellas. En Puerto Rico, Misiones, una chica de 18 años fue violada y degollada en 2012. "También encontraron su cuerpo tirado en un camino. Se llamaba Itatí y culparon y arrestaron a su noviecito, Céspedes, pero se sabía que había sido un sobrino del intendente. A los dos días, al novio acusado 'lo suicidaron' en la celda", recuerda."Antes de que llegara, el intendente me hizo llamar para que fuera a verlo. No fui, le dije que lo recibía en la plaza, en la marcha".
"Se sospecha que ahí participaron otros jóvenes, hijos del poder, chicos fiesteros, ligados al flagelo de la droga. Todo el pueblo estaba indignado", evoca. Igual que en el caso María Soledad.
"Catamarca es una provincia que le dijo basta al feudalismo. Es algo que se repite en todo el país. Hay provincias feudales donde los hombres del gobierno, del poder, se sienten dueños de las personas, de las mujeres. Y sus hijos organizan fiestas negras donde ocurren las muertes de estas chicas. Después, cuentan con el encubrimiento de los gobiernos donde están sus padres o familiares. Es característico. Pasó en Santiago del Estero con el doble crimen de la Dársena, pasó en Tucumán con Paulina Lebbos", explica.
La vida de Martha corrió peligro. Hubo amenazas de sus enemigos, pero también traiciones de quienes creía aliados. Poco a poco, se fue revelando una trama de corrupción y perversiones que involucraba al poder. "Me vinieron a ver dos hermanas que trabajaban en la casa de gobierno. Para ascender en el escalafón, las hacían ir los fines de semana a la residencia del gobernador, a Las Pirquitas, a acostarse con los funcionarios. Dijeron basta cuando las quisieron hacer participar de camas redondas. Eran orgías", se indigna.
Las ruinas abandonadas de la entonces lujosa residencia del gobernador, que intentaron reconstruir una y otra vez con distintos objetivos (uno de ellos un centro de rehabilitación de adicciones), son un testimonio del final de una época.
"Esto sigue pasando, y no solamente con chicas pobres, sino de la clase alta. Lo que pasa es que está más naturalizado el acoso. A la chica de clase alta no le tienen respeto tampoco, porque tienen un machismo empedernido. Son engañadas, las consideran un objeto, como si fueran autos. La diferencia es que a las pobres las usan y las hacen desaparecer. La pobre no existe, es una chinita, una mujercita", acusa.
Pelloni asegura que también hay mujeres machistas, que reproducen los patrones culturales en la educación de sus hijos. "En las capacitaciones que hacemos, las llamamos 'mujeres con bigote', que replican el patriarcado en la enseñanza a los varones. Y es ahí donde hay que apuntar para que las cosas cambien. Educando a los más chiquitos y diciéndoles a las nenas que hay cosas que no tenemos que permitir más, tenemos que ser fuertes. Ahora, tenemos los ojos abiertos".
La situación más angustiante que vivió fue la denuncia anónima de dos chicas en Corrientes que habían resultado embarazadas por sus empleadores y habían sido obligadas a dar sus bebés para conservar el trabajo. "Se los habían llevado a Europa y ellas los querían ver, pero no se animaban a hacer la denuncia. Finalmente, una chica sí se animó y recuperamos a la beba que se había llevado un matrimonio de alemanes. Le puso de nombre Soledad", relata.
Con respecto al aumento de asesinatos de mujeres por su condición de tales, Martha pone de manifiesto posibles razones. "Hay un relativismo tal que hace que el varón desvalorice a la mujer al punto de ni siquiera sentir lo que está haciendo. Hay un crecimiento de la violencia interior, una pérdida de valores, una falta de respeto total hacia la mujer".
El camino hacia el femicidio puede empezar con actitudes aparentemente inofensivas. "No hay peor ofensa que el ninguneo y la indiferencia. Todo empieza por ahí. Parece tan leve, tan relativo... pero termina mal, porque esta sociedad es machista ultrajante".