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    Se conocieron a los 11, se distanciaron durante décadas y el milagro ocurrió cuando menos lo esperaban

    El destino separó a Carina y Gustavo con silencios, tragedias y miedos, hasta —cuando ya parecía tarde— que la vida decidió unirlos para siempre.

    Cynthia  Serebrinsky
    Por 

    Cynthia Serebrinsky

    21 de diciembre 2025, 05:27hs
    El amor de Carina y Gustavo no fue simple ni prolijo. Fue insistente y verdadero. Como el mar, que viene y se va en muchas formas. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)
    El amor de Carina y Gustavo no fue simple ni prolijo. Fue insistente y verdadero. Como el mar, que viene y se va en muchas formas. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)
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    “¡La frase más linda que me decía él era ‘Te Amo hasta que las paralelas se junten’!”, adelanta Carina la poética línea que resultó presagio. Sucede que a veces el amor no llega de golpe. Sino que se parece más a un océano: insiste en silencio pero no sabe si quedarse; seduce y provoca, con su ir y venir constante e indeciso.

    Hay historias que se escriben en capítulos separados por años, pérdidas y ausencias, como la de Carina y Gustavo, que empezó cuando todavía eran niños, y tardó décadas en concretarse. “Nuestros encuentros o desencuentros eran como en las pelis, que uno entra y el otro sale, pero no se ven… esos éramos nosotros”, resume. Hasta que un día, por fin, se vieron.

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    A los 11 años, Carina cambió de escuela y se encontró con el amor de su vida: Gustavo

    Carina tenía 11 años cuando, en marzo de 1982, cruzó por primera vez el portón de una escuela nueva en Rosario: la número 518. Había cambiado de institución y esa mañana llegó tímida, asustada, con su guardapolvo impecable y el corazón encogido. No sabía que ese día también iba a conocer al amor de su vida. Es que a tan temprana edad resulta idílico no querer seguir mirando “el jardín de al lado”.

    Pero sí, en ese grupo de chicos que pronto la adoptó estaba él: Gustavo Fernández. Pelo revuelto, sonrisa franca, mirada curiosa. Se hicieron amigos enseguida. De esos compinches que se vuelven refugio. De los que entienden sin preguntar demasiado. “Nos hicimos muy unidos”, reafirma con amor en sus palabras. Tan “pegotes” se volvieron que Gustavo empezó a frecuentar su casa, algo impensado en una familia donde las visitas masculinas estaban prácticamente prohibidas. “Situación rara porque estaba criada a la antigua, pero se ve que con él no funcionaba porque mi papá, que no aprobaba la visita de varones, a él lo dejaba. Lo quería mucho”, aclara sin resentimientos. El padre de Carina confiaba en ese “pibe flaco” con quien hacía “la excepción”, y entraba como “pancho por su casa”. Para ella era solo su mejor amigo. Para él, no. Gustavo la miraba distinto. Soñaba algo más.

    Un año después, en séptimo grado, se animaron a ser novios. “Novios de primaria”. De esos que están llenos de miedo, vergüenza y dudas; de esos que tomarse de las manos significaba un acto de lujuria. “Fue mi primer beso y en la mejilla”, aclara con ternura. Un beso que llegó torpe y fugaz, apenas rozando el “cachete”, en un pasillo de la casa, con adultos en habitaciones cercanas y el taller del padre funcionando del otro lado de la pared. Fue rápido. Tembloroso. Lleno de pudor. Inolvidable.

    El romance duró apenas un mes. Una tarde, sin entender del todo lo que hacía, Carina le dijo con fastidio: “¿Otra vez acá?”. Gustavo no volvió. Hoy ella confiesa sin vueltas: “¡Qué tonta fui! Era muy chica. No supe cuidar lo que tenía”. A veces, todo lo que nos falta es darnos cuenta de que ya tenemos mucho.

    Con el final de la primaria también llegó la separación definitiva, esa que nos quiebra en dos la esperanza de ser eternamente niños. Ella fue enviada a un colegio de mujeres. Él siguió en la escuela del grupo. Tres años sin verse. Tres años de adolescencias paralelas. Hasta que el camino, una vez más, los juntó por el dolor.

    Carina, la segunda niña contando desde la izquierda en la fila inferior, y Gustavo, el cuarto niño contando desde la izquierda en la fila superior. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)
    Carina, la segunda niña contando desde la izquierda en la fila inferior, y Gustavo, el cuarto niño contando desde la izquierda en la fila superior. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)

    Era diciembre de 1985. Carina acababa de cumplir 15 años. El lunes 23 estaba limpiando su casa cuando escuchó en el noticiero una frase que le congeló la sangre: “Vamos a ver cómo sigue el estado de salud del hincha de Rosario Central alcanzado por una bengala disparada por la policía…”, anunciaba la icónica Nelly Trenti, más conocida como “la Señora de las Noticias”, en TVI por Canal 7 (ATC).

    Entonces, el pánico: escuchó el nombre que jamás hubiera querido oír: “Gustavo Fernández”. Su mundo se detuvo. Corrió hacia su mamá hecha un “mar de lágrimas”, convencida de que algo terrible había pasado. Sus padres fueron solos al hospital. “No me llevaron”, dice enchinchada como una nena. Hoy entiende que fue por cuidado. En ese momento, los odió.

    “Al llegar al hospital de emergencias van a pedir referencias sin imaginar que iba a aparecer mi Gus preguntando desesperado: ‘¿Le pasó algo a Cari?’”, relata. Y ahí fue que se enteraron de que el accidentado había sido el papá de Gustavo, quien llevaba el mismo nombre.

    Eran vísperas de Navidad. Enseguida, los padres de Carina pidieron permiso para llevar a Gustavo a su casa. Para que no pasara solo las fiestas. Así, después de tres años, volvieron a verse. Ella lo quería más de lo que se animaba a admitir. Se lo dijo a su mamá: “¡Es increíble cuánto lo había extrañado!”. La respuesta fue una advertencia: “Cuidado. Si lo perdés como pareja, lo perdés como amigo también”. Carina decidió callar lo que sentía: “Guardé lo que me pasaba y lo acompañé como su mejor amiga. No quería volver a perderlo”. Gustavo se quedó el 24 y el 25. El 26, la desgracia terminó de caer: su papá murió.

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    Carina estuvo a su lado en la despedida. Frente al ataúd, secándole las lágrimas en templanza. Después, nuevamente, la distancia. Sus padres no la llevaron al sepelio. La historia volvió a interrumpirse.

    Tres años más tarde volvieron a verse. “Vino de visita como antes de distanciarnos lo hacía. Siempre volvía él porque a mí no me dejaban salir”, explica las costumbres de aquellos años, encogiéndose de hombros, y abriendo las palmas hacia arriba, con ese gesto que aparece cuando no hay respuesta. “Además que era muy bienvenido en casa”, aporta con su gran sonrisa. Pero esta vez fue diferente: Carina estaba comprometida. “Lamentablemente, yo estaba en pareja, a punto de casarme con alguien a quien no amaba. No importa eso. Lo que importa es que pasamos el día juntos”, apunta como quien quisiera borrar lo ya hecho. Antes de irse, Gustavo no aguantó y disparó: “¿Es cierto que te casás?”

    “Sí”, respondió ella, exhalando desesperanza. “Yo tomando coraje porque en esa época no podías, vos mujer, decir tus sentimientos. Entonces, por primera vez, me animé y le dije: ‘Si no hubieras sido tan tonto, vos estarías en ese lugar’”, interpreta trayendo a una Carina adolescente. Acto seguido, cerró la puerta y subió llorando. Él se fue. Años después, ella supo que Gustavo también lloró.

    Pasaron muchos años. Carina se casó. Vivió una relación oscura, controladora, violenta. Su papá murió. Gustavo la llamó. Ella respondió seca, rota, sin poder sostener el contacto. Otra vez el silencio.

    Hoy, 15 años después, Carina y Gustavo tienen a Victoria, de 14, su milagro, y a Santiago, de 11, su príncipe. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)
    Hoy, 15 años después, Carina y Gustavo tienen a Victoria, de 14, su milagro, y a Santiago, de 11, su príncipe. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)

    Hasta que el cuerpo gritó lo que el alma venía soportando. Año 2009, Carina enfermó. Cáncer de tiroides. Cirugía. Aislamiento. Y en medio de ese encierro, el milagro: “¿Sos vos, Carina Susana?”, le llegó un mensaje por Facebook. Magia son esas personas que, sin saberlo, aparecen en el momento justo.

    Tenía 39 años. Ya no era la nena de 15. Aun así, las mariposas aparecieron igual. “¿Qué otra Carina Susana conocés, amargo?”, le respondió, entre risas, con la confianza intacta.

    Él es de Central. Ella de Newell’s. “Sí, ya sé. ¡No existe el hombre perfecto! El mío es del cuadro opuesto”, suma con gran simpatía. Empezaron a chatear. Ella le pidió algo imposible: “¿Harías algo por mí?”. “Lo que sea”, contestó él sin respirar.

    Entonces, a pedido de su eterna amiga, creó un Facebook con nombre de mujer. A ese nivel de control vivía Carina. Desde ese perfil falso, Gustavo le escribía cosas como: “¡Es que lo amo tanto!”. Ella se reía como hacía años no lo hacía.

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    Hasta que salió del aislamiento. Lo llamó. Le pidió la dirección. Fue a verlo. Estaba sentado esperándola. Le tomó las manos. Le corrió el pelo de la cara. “Mi Cari…”

    Solo eso bastó.

    En ese instante, ella supo que tenía que cumplir una promesa que había hecho en su casa: “Si salgo viva de esta cirugía, quiero el divorcio”. Y lo hizo.

    Su historia empezó oficialmente el Día del Amigo de 2010. Carina le explicó que, por la enfermedad, había un 99 por ciento de posibilidades de no poder tener hijos. Ella ya tenía dos. Él no. “Yo sabía que la vida me iba a dar la oportunidad de estar otra vez con vos. Que sea lo que tenga que ser”, dijo Gustavo sin dudar.

    Hoy, 15 años después, tienen a Victoria, de 14, su milagro. Y a Santiago, de 11, su príncipe. Victoria suele decirles: “Ustedes son el verdadero hilo rojo”. No dicen que sea fácil. No lo romantizan. Pelean tormentas. Y saben que vendrán más. Pero están seguros de algo: las almas gemelas existen.

    Carina tenía 11 años cuando, en marzo de 1982, cruzó por primera vez el portón de una escuela nueva en Rosario y conoció a Gustavo, el amor de su vida. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)
    Carina tenía 11 años cuando, en marzo de 1982, cruzó por primera vez el portón de una escuela nueva en Rosario y conoció a Gustavo, el amor de su vida. (Foto: Gentileza Gustavo Fernández)

    Como detalle final —o como confirmación del destino—, un recuerdo selló todo: “A los 10 años, antes de conocernos, yo había ido a ver jugar al fútbol a un chico que me gustaba”, introduce Carina. Desde la tribuna, un pelotazo la tiró de espaldas. Nunca supo quién fue. Hasta que, ya casados, Gustavo contó esa anécdota. Era él. “No siempre te flecha Cupido”, dice Carina. “A veces, el amor te pega un pelotazo. Y te deja esperando toda una vida para volver a levantarte juntos”, concluye entre carcajadas.

    Hay amores que llegan temprano y se quedan. Y hay otros que necesitan tiempo, pérdidas y cicatrices para aprender a existir. El de Carina y Gustavo no fue simple ni prolijo. Fue insistente y verdadero. Como el mar, que viene y se va en muchas formas: contundente y misterioso, sincero y miedoso, peleador y amoroso, desafiante e inseguro. Siempre de pares encontrados.

    –

    Escribinos y contanos tu historia: amoresverdaderos@artear.com

    @cynthia.serebrinsky

    Amores Verdaderos es una serie de historias reales, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas.

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