En un mundo dominado por las estadísticas, los resultados y la productividad, hay quienes eligen dar un paso al costado y, enarbolando sus convicciones, crear una realidad distinta donde la empatía, la solidaridad y el amor al prójimo subyacen por encima de todo.
Algo de eso fue lo que le ocurrió a María Esther Linaro, más conocida en su Rosario natal como Beba: artista plástica y ambientalista que, en 2001, decidió fundar su verdadero Mundo Aparte para cobijar a once animales que habían quedado a la vera de un basural a cielo abierto tras el cierre definitivo del zoológico de Rosario.
El principio de todo
Antes, mucho antes de eso, Beba se educó en un colegio religioso donde, bajo la advocación de San Francisco de Asís, comenzó a amar la naturaleza y a los animales. Cursó y terminó Bellas Artes, viajó a Europa, expuso, volvió y se sumó a cuanto colectivo y movida existiera en defensa del río, la ecología y en contra del zoológico, en una ciudad que todavía estaba lejos de ser la Rosario actual. La burbuja inmobiliaria recién comenzaba a asomar y aún quedaban amplios espacios verdes. También, un zoológico.
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“Cuando asume el Intendente Cavallero, para mí sorpresa, me llaman para ofrecerme la dirección del zoológico en lo que yo pensé que sería una movida de tipo educativo, vinculada con la ecología. Y acepté, justo el día de mi cumpleaños, el 15 de agosto de 1989”, recuerda con dulzura, pero no por eso con menos convicción, esta mujer delgada, canosa, de ojos claros y mirada angelical.

“Yo nunca imaginé con lo que me iba a encontrar. No por lo malo, sino por la diferencia con lo que creía. Pensaba que había que liberar a esos animales, que si el pájaro estaba en una jaula y le abríamos la puerta, ya era libre. Lo que no sabía es que cuando un animal estuvo encerrado, se produce un daño muy profundo: se altera su esencia, deja de ser parte de una especie y pasa a ser un individuo”, explica.
Tampoco sabía entonces que las autoridades habían decidido cerrar el zoológico “no para mejorar la vida de los animales, sino para quedarse con la tierra”, más precisamente en el Parque Independencia, que tras el cierre se transformó primero en El Jardín de los Niños, luego La Granja de las Infancias y, por último, La Isla de los Inventos.
El nacimiento de un sueño
Casi cuatro años luchó Beba para obtener, en 2001, la tenencia de los animales que tras el cierre definitivo del zoológico, en 1997, sobrevivían a la vera de un basural, en jaulas que poco y nada tenían que ver con su hábitat natural.

Ese año, en una iniciativa inédita, fundó Mundo Aparte, un proyecto que se afinca en un predio de dos hectáreas sobre la avenida Sorrento 1595, en Rosario, para recuperar y rehabilitar distintas especies de flora y fauna en peligro. Allí dio refugio a los pocos animales que habían sobrevivido al abandono: “tres pumas, dos monos carayás, un capuchino —que dibuja y pinta—, una mona araña, un jabalí que vivió 19 años, dos leonas que habían ido a dar a un circo y dos aves”. Fueron los primeros habitantes de ese sueño largamente anhelado.
Vivir en un Mundo Aparte
Casi 25 años después, el proyecto alberga a 79 animales entre zorros, pumas, gatos monteses, aves de rapiña y un tigre de Bengala que pasó del circo a manos de un productor sojero. Junto a los voluntarios que la acompañaron todos estos años, Beba reforestó el lugar con ejemplares de seibo, timbó y palo borracho, otorgándole una fisonomía única en la zona.
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Nunca abandonó su cátedra de dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes, donde se jubiló, y aprendió a combinar sus pasiones. Muchos de sus alumnos terminaron pintando naturaleza… y hasta un mono capuchino, que aprendió a dibujar y pintar. “No lo hace cuando uno quiere, pero si te ponés a pintar frente a su jaula y no lo mirás, saca la mano y te empieza a pedir los materiales”, cuenta entre risas.

En el camino, Beba fue declarada Ciudadana Ilustre de Rosario; perdió a Jorge, su compañero de vida y de lucha, quien la ayudó con el proyecto. Conoció a Franco e Ivo, dos hermanos que hoy trabajan codo a codo junto a ella en la Fundación; y vio pasar a decenas de voluntarios que comenzaron tímidamente y se quedaron para siempre.
Recuperó y rehabilitó muchísimos animales de distintas especies, algunos de los cuales pudieron volver a la naturaleza; y comenzó a especializarse en el cuidado y rehabilitación de aves de rapiña. “Ya sabemos lo que comen, cómo hacer para embucharlas. Son maravillosas las rapiñas. Normalmente el que se queda con nosotros es porque está mutilado, le falta un ala o una pata”, comenta antes de relatar la historia de los caranchos que rescataron luego de que una cuadrilla derribara el poste donde tenían su nido.
“Los trajeron porque no sabían qué hacer con ellos. Uno murió, pero al otro lo alimentamos hasta que ya adulto, lo liberamos en la isla. Cuando lo sacamos de la jaula de transporte dio tres vueltas sobre nosotros, después se posó en un árbol que se veía en la lejanía y automáticamente apareció otro carancho y se posó cerca de él”, confiesa todavía fascinada por una naturaleza que, a pesar de que no serle esquiva, sigue sorprendiéndola.

Un legado vivo
Lejos de guardarse para sí esas postales maravillosas, Beba decidió abrir su Mundo al resto. Creó una ONG, ofrece visitas guiadas una vez por mes y destina lo recaudado a la manutención de los animales. Quienes la visitan pueden observar a los animales —si ellos así lo desean—, recorrer instalaciones con intervenciones artísticas y reflexionar sobre la relación entre el hombre y la naturaleza.
Porque Mundo Aparte se ha convertido en un refugio de paz, aprendizaje y empatía. El enorme legado de una mujer que, contra todo pronóstico, decidió crear su propio mundo dentro del nuestro.



