Ropa, carteras virales, juguetes, artículos de bazar y hasta encendedores eléctricos. Todo lo que hace pocos meses parecía exclusivo de plataformas chinas como Shein o Temu hoy también se consigue, sin esperas ni aduanas, en locales físicos en plena Ciudad de Buenos Aires.
En las vidrieras, las botellas con personajes como Kuromi o Cinnamoroll se ofrecen a $6.000. Los espejos LED con cambio de tono de luz cuestan $12.000. Un llavero Labubu tiene un precio de $7.500. Los encendedores eléctricos se venden a $3300 y la impresora bluetooth, lista para conectar con el celular, ronda los $13.000.
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La lista sigue: carteras con correa larga que se hicieron virales en redes por $29.000, humidificadores en forma de gota, lámparas de silicona y peluches kawaii. Todo, importado directamente de China.
“En Temu o Shein estos productos están, pero acá suelen estar más baratos y no hay que esperar un mes para recibirlos”, dice una vendedora mientras acomoda un estante repleto de decoración para el hogar.

En el local, la clientela se mueve rápido. Sofía, que recorre con una lista en mano, explica que vino exclusivamente a buscar una cartera que había visto en Shein: “Me salió $29.000. Me gusta la calidad, los cierres funcionan perfecto y me la llevé en el momento. No tuve que esperar ni arriesgarme a que no llegue”.
A pocos metros, otra compradora elige varios regalos para su hermana. “En Temu esto me costaría parecido, pero el tiempo de espera me mata. Además, acá veo lo que compro. No soy de pedir por plataformas, prefiero venir a Once o a Flores”, comenta.
La inmediatez es, justamente, el gancho principal para quienes prefieren el mostrador a la pantalla. Sin riesgo de talles erróneos, sin fotos engañosas y con la posibilidad de cambiar el producto si no convence.
Un Shein “físico” en Buenos Aires
Daniela y Camila son las dueñas de Moda Sustentable, un emprendimiento que importa saldos de temporadas anteriores de marcas internacionales, entre ellas Shein. Daniela, además es despachante de aduana y resume el diferencial de la experiencia de compra en la tienda frente a la compra por la web.
“Acá podés ver, tocar, probarte y llevarte la prenda en el momento. Si no te gusta, la cambiás. Aceptamos todas las formas de pago, vendemos por mayor y menor, y tenemos cuotas. No dependés de que el paquete llegue, como pasa online, que puede tardar 40 días o directamente no llegar", explica la dueña del comercio a TN.

Las emprendedoras explican que muchas veces los clientes llegan buscando una prenda que vieron en internet, pero terminan llevándose otra. “Shein lanza miles de modelos por día”, dice Camila y sigue: “Nosotros trabajamos con colecciones pasadas, así que no siempre tenemos lo que buscan, pero sí opciones parecidas o mejores. A veces se sorprenden más con lo que encuentran acá que con lo que ven online”.
El nombre del local parece una paradoja: “Moda Sustentable”. No obstante, la clave está en que no se vende la última colección: “Queremos evitar el consumo masivo y efímero. Apostamos a darles una segunda oportunidad a prendas de temporadas anteriores que, de otro modo, terminarían como desperdicio textil. Shein es puro fast fashion (moda rápida). Pero de esta manera podemos extender la vida útil de las prendas”, explica Daniela.
El fenómeno forma parte del esquema global de producción de moda rápida que, desde los años 90, cambió las reglas de la industria textil. Ya no se compra por necesidad sino por impulso: las colecciones se renuevan cada semana, las prendas están pensadas para usar una vez y el recambio permanente alimenta una sensación de ansiedad y de escasez constante.

Según un informe de Fundar, entre 2002 y 2017 la producción mundial de ropa se duplicó, mientras que el uso promedio de cada prenda cayó un 36%. Ese ritmo vertiginoso tiene consecuencias directas sobre el planeta: en 2015, la industria textil generó más de 1200 millones de toneladas de CO₂, más que el transporte aéreo y marítimo combinados. También implica un uso intensivo de recursos: fabricar un solo pantalón de jean requiere unos 7.500 litros de agua.
“Estamos hablando de prendas que pierden su valor simbólico, que se vuelven obsoletas muy rápido. Y eso genera ansiedad, la sensación de que siempre falta algo”, explica la asesora de imagen Camila Lemos, en diálogo con TN.

Para la especialista, la moda dejó de ser únicamente una herramienta de identidad para transformarse en un mecanismo de consumo casi automático: “Compramos para llenar un vacío, no siempre para vestirnos”.
Frente a este escenario, aparecen alternativas: ferias americanas, locales que importan colecciones pasadas y marcas locales con producción sustentable.
“Hay que repensar la relación con la ropa. Preguntarnos qué queremos comunicar, qué valor le damos a nuestras prendas. No es lo mismo lo que encontrás en una feria de la plaza que en un local o en una plataforma online, pero todas esas opciones pueden formar parte de un guardarropa funcional y consciente”, sostiene Lemos.
Para los consumidores, la ecuación es clara: ver, tocar, pagar y llevarse en el acto lo que antes estaba a un clic y a miles de kilómetros. Para la industria local, abre un nuevo frente para revisar la producción y sus costos, en medio de un circuito de importación que promete seguir expandiéndose.