Hay vínculos que se rompen sin hacer ruido. Como un hilo que se tensa hasta que un día no da más. Así se sienten las adopciones que no llegan a destino. Son historias que empiezan con esperanza y terminan con silencio. Niños y adolescentes que esperaron toda la vida una familia y, cuando por fin parece que la encuentran, el sueño se desvanece.
Leonel Franco Oyarzo tenía ocho años cuando su papá murió tras recibir dos disparos durante un robo. Su mamá no sabía leer ni escribir y no podía sostener a sus cinco hijos. Los chicos fueron separados y se instalaron en distintos hogares.
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“Yo estaba preocupado, quería que adoptaran a mis hermanos y no entorpecer eso por ser el más grande. A mí me hizo feliz que mis hermanos encontraran familia, pero también me dolía. Me daba miedo el futuro”, recuerda Leo, en diálogo con TN.
Con el tiempo, una mujer empezó a visitar a Leo en el hogar. Lo llevaba a merendar, recorrer el centro y a la cancha. Durante semanas, él empezó a imaginar una vida con ella. Hasta que un día, desde el juzgado, le informaron que ella ya no quería continuar. “No era que había hecho algo mal, pero igual me desilusioné. Pensé que el problema era yo”.
Algunos, como Leo, pasaron por más de un proceso fallido. “Conocí otra familia. Me dieron cariño, pero no me sentía cómodo. Y cuando el juzgado nos preguntó si queríamos seguir, dije que no. Pensé: si me va mal otra vez, mejor no sigo intentando. Mejor me quedo en el hogar”.
La problemática en cifras
Según datos oficiales de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (DNRUA), el 8,3% de los procesos de adopción entre 2023 y 2024 fueron revocados. Casi uno de cada 10 chicos debió dar marcha atrás.
No son estadísticas lejanas. Son infancias que deben volver a empezar. Volver al hogar, volver al expediente, volver al sistema.

El porcentaje creció respecto de años anteriores. Y, en algunos distritos, la cifra es aún más alta. Un informe interno de la provincia de Buenos Aires revela que hay hogares donde hasta el 13% de las guardas se rompen antes de los seis meses.
Al mismo tiempo, los gráficos oficiales muestran una tendencia preocupante: la cantidad de nuevas guardas con fines adoptivos cayó en 2023 respecto de 2022.
La curva descendente contrasta con un dato alarmante: más de 1700 niños, niñas y adolescentes fueron declarados en situación de adoptabilidad ese mismo año.
Uno de los principales factores detrás de las adopciones fallidas es la desconexión entre el deseo idealizado de los chicos que esperan una familia y la idea de “hogar”, también idealizada, de quienes se postulan.

Una decisión que transforma vidas
Legalmente, no se llaman “devoluciones” -aunque muchos las nombren de esa forma-. El juez Pablo Raffo, a cargo del fuero de Familia en San Miguel, explica que se trata de “procesos excluyentes”.
“Hay que entender que la adopción es un proceso. No es un papel ni una apuesta. Es una decisión que transforma vidas y debe ser tomada con la mayor firmeza posible”, explica el juez.
Antes de que un niño sea declarado en condición de adoptabilidad, el sistema judicial debe agotar todas las instancias: buscar a la familia de origen, a los abuelos, a los tíos, incluso a referentes afectivos. Recién cuando esas opciones se agotan, entra en juego la adopción.
Una vez iniciado el proceso, Raffo relata que elige cuidadosamente a las familias entre los postulantes que ya fueron evaluados por equipos técnicos.
“Yo les cuento la historia del chico, con el mayor respeto posible. También les explico el alcance de la decisión. No se trata de probar. Se trata de cuidar”. Luego, en una audiencia presencial, les pregunto —si tienen más de 10 años— si aceptan o no ser adoptados", detalla el juez.
“La idealización es un problema”, dice Raffo. “Los adultos quieren formar una familia. Los chicos quieren pertenecer. Pero sus tiempos no coinciden. Y muchas veces el Estado está ausente, no acompaña. Entonces las adopciones fracasan”.
El desafío de construir una familia
Para la licenciada en Trabajo Social, Analía Di Vito, una adopción exitosa comienza mucho antes del primer encuentro. “Es fundamental trabajar previamente con ambas partes —los chicos y los postulantes— sobre qué significa ser una familia por adopción”, sostiene.
Ese trabajo implica elaborar duelos, historizar vidas, revisar expectativas y entender que no alcanza con el deseo: “También es necesario que los adultos atraviesen un proceso interno que los prepare para convertirse en padres desde ese lugar”.
Uno de los desafíos del sistema es que la disponibilidad real de postulantes es acotada. “La mayoría desea adoptar nenes chiquitos, sin problemas de salud, y de a uno o dos como máximo”, advierte la investigadora sobre Infancias de la Universidad de Luján.
Por eso, la experta señala que se trabaja con los chicos la idea de la familia posible, sin dejar de respetar sus deseos, y con los adultos, la importancia de alojar la historia del menor tal como es, sin exigir condiciones previas.

Cada vinculación se diseña a medida. Cuando se inicia el encuentro, el objetivo no es presentar a los postulantes como futuros padres, sino como adultos que vienen a conocerse.
“No se puede imponer una relación filial desde el inicio”, explica Analía Di Vito. La explicitación es clave, así como observar desde el inicio señales de alerta: “Una sobreadaptación inmediata enciende una alarma, al igual que el retraimiento o el llanto excesivo”.
Del lado adulto, también se evalúa su capacidad de sostener el proceso. “Si tienden a dilatar encuentros, si se quejan o se desresponsabilizan, es probable que no estén en condiciones de asumir el rol adoptivo”. La construcción del vínculo, insiste Di Vito, “requiere morosidad, empatía y respeto por los tiempos del niño”.
Cada vez se ven más procesos de adopción interrumpidos. “En esta ‘nueva modernidad’, se instalan lógicas de inmediatez y meritocracia, incluso en ámbitos tan sensibles como la adopción”, alerta la especialista. Frases como “yo no me merezco esto, después de todo lo que busqué ser padre o madre” o “mirá todo lo que hice por vos” expresan una lógica de compensación peligrosa.
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Cuando una adopción fracasa, la responsabilidad nunca es del chico: “Muchas veces lo que falla es el desfasaje entre las expectativas de los postulantes y la realidad del encuentro. Y ahí también hay responsabilidad de quienes coordinan el proceso”. Porque el amor no basta, y los vínculos verdaderos, recuerda Di Vito, “no nacen de la obligación ni de la instantaneidad. Se construyen”.
Desde su juzgado en San Miguel, el juez Raffo advierte que los procesos excluyentes se dan con más frecuencia de la que se cree. Y recuerda: “El abandono existe, incluso después de concretada la adopción”.
El juez recuerda casos de chicos que fueron devueltos más de una vez. Ante situaciones como estas, promovió en 2019 la creación de un registro de “cuidadores” en la provincia de Buenos Aires: adultos que brindan abrigo sin buscar adoptar, para aquellos chicos que ya no quieren pasar por otro proceso de vinculación, que es más largo y complejo.
Por último, Raffo apunta contra una de las causas más estructurales del fracaso: “Hay muy poco acompañamiento del Estado. Muchas veces las adopciones fracasan porque el Estado no está presente”.
Cuando la guarda se rompe
La abogada Claudia Portillo, titular del Registro Central de Aspirantes a Guardas con Fines de Adopción de la Suprema Corte bonaerense, explicó a TN en detalle cómo funciona el sistema, qué protección tienen los niños y qué ocurre cuando una adopción se frustra.
La guarda con fines adoptivos es una etapa que, según el Código Civil y Comercial, puede durar hasta seis meses y que “permite evaluar si la integración familiar avanza favorablemente”.
Si bien no hay causales legales específicas para revocar una guarda, la decisión se basa en evaluaciones psicosociales. “La guarda puede revocarse cuando se determina que el niño no logró establecer un vínculo familiar sólido, o cuando la familia no fue lo suficientemente inclusiva, ni brindó el afecto necesario”, sostiene Portillo.
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En ese caso, el equipo técnico eleva un informe al juez, quien puede disponer la revocación. “Cuando ese chico no encuentra en ese espacio una familia, ahí es donde se revoca la guarda”, resumió la abogada.
Si una familia decide desistir, la ley no prevé sanciones expresas. Sin embargo, “la jurisprudencia comenzó a marcar consecuencias”, como el pago de alimentos o el mantenimiento de la cobertura de obra social. Además, quienes desisten son excluidos del registro de adoptantes, lo que dificulta que puedan volver a postularse.
El impacto en el niño es profundo. “No solo se trata de una interrupción en el camino hacia una familia definitiva, sino de un nuevo abandono”, sostuvo Portillo. En esos casos, la protección queda en manos del Estado, que debe activar una instancia terapéutica y procurar una nueva vinculación en el futuro.
El rol de los acompañantes
Florencia Capalbo es mamá adoptiva, acompañante terapéutica y referente de la Red Argentina por la Adopción. Desde su experiencia personal y profesional, sostiene que acompañar es sostener a quienes luego sostendrán: “Si no nos sostienen a nosotros, que somos las familias, se hace muy difícil sostener a los chicos”.
Su rol, explica, empieza por el respeto: “Hay una dama biológica que dio la vida. Si respetamos su historia, respetamos también el origen de nuestros hijos. Todo empieza por ahí”.
Flor trabaja con familias diversas —monoparentales, homoparentales, heteroparentales— desde el inicio del proceso. Las invita a conocer y pedir el PER (Plan Estratégico de Restitución de Derechos), donde figura la historia del niño o adolescente: “Cuanta más información tengamos, mejor vamos a poder cuidarlos. Recomiendo tener el expediente, fotos, diarios íntimos. Todo eso construye identidad”.
Ante vínculos en crisis, su intervención parte de la escucha: “Cada persona es un mundo. No hay recetas. Hay que mirar qué herramientas tiene el otro y ayudarlo a usarlas. Y también tener el coraje de decir ‘todavía estás a tiempo de decir que no’”.
Florencia también acompañó adopciones fallidas: “Los chicos lo transitan con culpa, tristeza, angustia. Algunos con intentos de suicidio. La mirada del adulto es clave. Si un niño llega a los 20 sin una resolución, es porque el Estado estuvo ausente”.
Para Flor, la adopción no termina con la sentencia: “La vida misma marca que hay que seguir acompañando. Cada etapa —bebés, infancia, adolescencia— tiene sus desafíos. Pero si uno se corre del ego y pone al otro en el centro, se puede construir algo hermoso”.
Paciencia, amor... paciencia, amor...
Leo vivió cinco años en el hogar de San Miguel. Cuando cumplió 15 años debió trasladarse a otro hogar al que los adolescentes eran derivados antes de su egreso definitivo del sistema. Leo dice que para ese momento, ya había perdido la esperanza.
Pero entonces llegó el llamado. Una familia de Villa Ballester, un matrimonio (Gabriela y Mario) con una hija adoptada (Sol) quería conocerlo. “Eso me puso contento de nuevo. No sentía lo mismo que en las otras vinculaciones. Sentía que esta vez sí podía funcionar, que había cosas buenas. Que iba a tener una hermana. Me cambió la vida un montón”.
Hoy, a los 21 años, Leo tiene trabajo, juega al fútbol con amigos y comparte asados en familia. “Estoy muy feliz con la familia que me tocó. Creo que es demasiado, más de lo que podía imaginar. Si hoy no estuviera con ellos, habría terminado peor que mi viejo. No sabía hacer muchas cosas cuando estaba en los hogares. Gracias a ellos y a Dios, mi realidad es otra”.
Gabriela, su mamá adoptiva, también lo supo desde el primer momento: “Con Leo fue amor a primera vista. Yo lo vi y dije: es para mí”. El vínculo que construyeron no necesitó etiquetas ni imposiciones. “Leo a mí no me dice mamá, ni a Mario le dice papá. Somos Mario y Gabi. Nunca se lo pedimos. Y no sé si alguna vez le va a salir. Pero yo sé que él me quiere como mamá, y yo sé que lo quiero como hijo”.
A quienes piensan en adoptar, Gabriela les dice siempre lo mismo: “Si vas a emprender este camino, que sea con paciencia, amor… y paciencia y amor otra vez. Volver a empezar tantas veces como sea necesario”. Y resume su historia con una frase que los define: “Nosotros no abandonamos. Descansamos para seguir. Y Leo hizo lo mismo. No abandonó. Descansó, siguió… y nos encontramos”.
Créditos:
Video y fotos: Leandro Heredia (TN Videolab)
Edición: Belén Duré
Portada y gráficos: Sebastián Neduchal e Iván Paulucci