“La palabra ‘preso’ encasilla. Genera una visión de encierro. Como que ya estás preso y no lo podés cambiar. Es algo fijo. En cambio, estar privado de la libertad alude a algo transitorio”. La diferenciación que hace Daniel Fernández no es solo semántica, sino que habla de su propia historia y del sueño que lo abraza hoy: que quienes recorrieron el camino del delito y actualmente purgan una condena tomen otro rumbo una vez que estén afuera. Como hizo él.
“Dany” le dio forma a ese sueño a través de “La comunicación desde adentro. Herramientas para la Producción Radiofónica”, un taller de radio que dictó recientemente en la Unidad 6 de Dolores y en el Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza como miembro de la Defensoría del Público de Servicios de la Comunicación Audiovisual, y que formó parte de las capacitaciones que se desarrollan en el Servicio Penitenciario Bonaerense.
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De esos encuentros que lideró junto a Cecilia Uriarte -otra integrante de la Defensoria- surgieron una serie de podcasts grabados por los internos que pertenecen a los “pabellones literarios”. “Se buscó que las personas privadas de la libertad entiendan que tienen derecho a la comunicación, a recibir información y también a informar. Queríamos generar una campaña radiofónica donde ellos contaran cuál es su forma de vida y qué cosas hacen para obtener la reparación social. La idea también es que puedan construir las bases para que la sociedad tenga otra opinión sobre ellos”, cuenta Daniel en diálogo con TN.
La campaña de concientización realizada por los internos: “Hoy me gustaría estar donde estás vos, cuidá tu libertad”
En los spots que acompañan esta nota (el grueso de esas producciones será difundido en las próximas semanas), los detenidos narran trabajos y acciones solidarias que realizan en las cárceles, aluden a la visión que -dicen- tiene una parte de la sociedad sobre ellos, y hacen un llamado a que otras personas no cometan los errores que los llevaron a estar tras las rejas.
“Mi nombre es Oscar y me encuentro privado de mi libertad. Yo también pensé que siempre iba a zafar. Ahora tengo muchos amigos presos y muertos. Hoy me gustaría estar donde estás vos. Cuidá tu libertad”, dice un interno y estudiante de la sección Educación del penal de Ezeiza, tras recrear una escena donde se escuchan tiros, el sonido de una moto en fuga y a dos ladrones que celebran un robo exitoso.
“Somos parte de la sociedad. Te contamos nuestro aporte”, se escucha en otro spot. Y continúa: “¿Sabías que los internos de la Unidad 6 de Dolores fabrican barbijos, toallas de cara, baberos, mochilas, restauran mesas y sillas para donaciones, y elaboran pan para instituciones como escuelas y comedores? Todo se produce en talleres de capacitación no formales. Esto significa que no brindan ningún beneficio a los internos ante los juzgados: son aportes voluntarios a la sociedad como una forma de ser parte activa de ella”.
La Ley 24.660 de Ejecución de pena privativa de la libertad establece que los detenidos tienen una serie de derechos: a la vida; a la dignidad; a la integridad personal, física, psíquica y moral; a la igualdad de trato; a peticionar ante las autoridades; a la libertad de expresión, de conciencia y de religión; a la defensa; a no ser discriminados; a la salud; al trabajo; a la educación y recreación, entre otros.
No es novedad, sin embargo, que las cárceles argentinas (y puntualmente las bonaerenses) distan mucho de lo establecido por la legislación nacional y provincial. En la mirada (y la experiencia) de Daniel Fernández, estar privado de la libertad “significa perder todos los derechos”.
“Los detenidos no conocen el derecho a la comunicación. Es más, ni siquiera se sienten personas que tengan derechos”, remarca. Y profundiza: “Quizás a muchas personas les molesta que puedan estar comunicados con sus familiares, trabajar o tener acceso a la salud. Cuando se te condena, se te quita el derecho de la libertad ambulatoria, pero se tendrían que garantizar otros derechos para que puedas hacer una corrección de tu mala conducta”.
“Siempre salía corriendo para el lado equivocado, y estudiar me cambió la perspectiva”
Daniel, que hoy tiene 27 años, estuvo detenido entre 2011 y 2016. “Andaba en una vida delictiva. Desde los 16 años estuve en distintas instituciones, como el Centro de Régimen Cerrado Manuel Belgrano (en el barrio porteño de Balvanera) y algunas más. Hoy vuelvo a las cárceles porque poder estudiar me cambió la perspectiva. Anduve en distintos espacios de formación, pero siempre me gustó la radio y me terminé inclinando por la comunicación”.
Ese cambio de perspectiva, dice Daniel, hoy es un incentivo para que otros puedan rehabilitarse. “Yo terminé en el camino del delito que andaba porque no recibí esa orientación. Ante una tristeza, un cuadro de depresión o falta de plata, siempre salía corriendo para el lado equivocado”, confiesa.
Y asegura: “Si garantizamos que las personas privadas de su libertad tengan acceso a educación, a hacer talleres y todo lo que signifique sumar herramientas para el afuera, la posibilidad de reincidir en el delito y volver a ingresar en un penal es mucho menor”.
“Dany” es papá de una nena de 9 años que nació cuando él empezaba a cumplir su condena. “La mitad de su vida la viví en horas de visita”, menciona. Hoy es el motor de su vida y a quien quiere dejarle “algo diferente”.
“Con mi viejo yo no tuve eso de ir a la cancha, de hacer la tarea juntos, de decir ‘¿qué comemos?’ -recuerda-. Cuando yo me mandaba una cagada lloraba porque no sabía cómo contarles a mi mamá o a mi papá. No quiero que a ella le pase lo mismo”.
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