Las calles de la ciudad de Dallas, en Texas, estaban colmadas por más de 200.000 personas que esperaban ver pasar el Lincoln descapotable azul que traslada al presidente Kennedy. Su esposa Jackie, que acababa de perder a su hijo recién nacido y volvía a la función pública, estaba a su lado. El gobernador del estado de Texas, John Connally, y su esposa, Nellie, se encontraban sentados frente a ellos. Los cuatro hacían campaña para las elecciones presidenciales de 1964.
Fue a las 12.30 del 22 de noviembre de 1963. Cuando el auto que los trasladaba bajó la velocidad para doblar, sonaron tres disparos, con segundos de diferencia. Alcanzado en la cabeza por las balas, el presidente Kennedy cayó hacia adelante y salpicó con sangre el traje rosa de Chanel que lucía su esposa. También Connally resultó herido.
Tras la primera detonación, la bala se perdió y terminó contra el asfalto. La segunda pegó de lleno contra el presidente, que se agarró el cuello y se dobló y sin poder decir una palabra. Entonces se escuchó el primer grito de Jackie: “Le dispararon a mi marido”. En ese momento, también exclamó el gobernador: “Dios mío van a matarnos a todos”. Y en un parpadear, una tercera bala vuelve a impactar contra el presidente. Esta vez la ex primera dama exclama: “Mi marido está muerto. Tengo su cerebro en mis manos!”. En ese instante, Clint Hill, un agente del servicio secreto, se subió al coche por detrás y evitó que Jackie, fuera de sí, se tire del auto. Todo ocurrió en menos de cinco segundos y el auto agarró velocidad para dirigirse hacia el hospital Parkland. A pesar de los esfuerzos de médicos y cirujanos, Kennedy fue declarado oficialmente muerto a las 13:00, mientras que Connally sobrevivió.
Cincuenta minutos después, Lee Harvey Oswald, empleado del edificio en el que funciona el depósito de libros escolares fue detenido en el cine. Desde la ventana del sexto piso del lugar dónde trabajaban habían salido los disparos. Los investigadores llegaron a la conclusión de que Oswald asesinó al presidente, pero nunca explicaron cómo este ex marine y desertor a la Unión Soviética pudo haber actuado solo.
Dos días después de cometido el crimen, cuando Oswald era llevado por la policía para ser juzgado, un hombre le disparó a quemarropa y lo mató en instantes. Se llamaba Jack Rubinstein y falleció de cáncer en prisión en 1967. Pero antes, cuatro días después del magnicidio, el mundo siguió por televisión el entierro con honores de Kennedy. Fue en el cementerio nacional de Arlington, en Washington. Y ante la conmoción de todo un planeta.
