El dolor del parto iguala a todas las madres de la tierra, pero en la Argentina la maternidad fue lacerada además por otro dolor inusitado, hecho de injusticia, desprotección e impunidad: la pérdida violenta de hijos. Las madres emparentadas por esa agonía no permanecieron pasivas en sus casas. Sublevadas contra la inacción del Estado salieron a la calle y se organizaron en una lucha que conmovió a la sociedad y al poder. La loable búsqueda de verdad y castigo de Isabel Yaconis, cuando su hija Lucila, de 16 años, fue asesinada en 2003 en un intento de violación aglutinó a su alrededor las voluntades de otras madres sufrientes. El 10 de diciembre de 2004, nacía la Asociación Civil Madres del Dolor.
Casi todo el espectro de calamidades de la inseguridad que acechan especialmente a los jóvenes y chicos se descubre en las historias de las nueve mujeres que hace dieciseis años fundieron sus dramas individuales para que floreciera una acción colectiva en defensa propia y de la sociedad. Víctimas sus hijos de violadores asesinos, de homicidas al volante, del gatillo fácil de la maldita policía, de secuestradores y delincuentes comunes o de moles mortales desplomadas por la desaprensión, expusieron las fallas y carencias del Estado en materia de justicia y seguridad. Ni los presidentes sucesivos ni el Congreso pudieron permanecer indiferentes ante la legitimidad del clamor maternal.
Póstumos logros de ley
El 3 de julio de 2013 fue creado por ley el registro Nacional de Datos Genéticos vinculados a delitos contra la integridad o registro de violadores. Diez años antes, cuando Isabel Yaconis supo que en una prenda de su hija había quedado semen del violador que la mató pensó ingenuamente que su identificación era cuestión de tiempo. La habían asesinado el 21 de abril de 2003, a diez días de cumplir los 17 años, a 70 metros de su casa. Todavía no oscurecía cuando fue atacada. Volvía de visitar a su abuela Herminia que vivía a unas cuadras.
“Me la trajeron muerta a mi casa”, contó Isabel. La hallaron junto a las vías con indicios de una pelea salvaje. Había sangre en su jumper y en una piedra tirada al costado. Tenía hematomas en un ojo y en la boca, y la ropa interior sujeta en una sola pierna. Se había defendido con bravura, hasta que murió sofocada por su atacante, que no pudo violarla. El semen fue cotejado con las muestras genéticas de un centenar de sospechosos, con resultado negativo. Tras el desengaño, Isabel impulsó sin pausa la creación del registro. Su concreción es un homenaje a su hija, merece llevar su nombre.
El 22 de diciembre de 2016 se sancionó la ley que agrava las penas para los conductores que matan al volante (desterrando el vocablo “accidente”), con agravantes por conducir en estado de ebriedad o a alta velocidad, impulsada por Vivian Perrone, inspiradora y organizadora de la institución Madres del Dolor. Habían pasado más de doce años y tres presidentes, desde que su hijo Kevin Sodano, de 14 años fue atropellado frente a la quinta de Olivos por un automovilista que conducía a alta velocidad un auto preparado para correr. El chico murió tras agonizar internado durante ocho días.
Fueron póstumos logros de los hijos inmolados. La repercusión social de las movilizaciones promovidas por Isabel hizo que se acercaran otras madres que llevaban años en luchas individuales. Vivian le preguntó si podía sumar su presencia y su reclamo a las marchas. “Por supuesto. A vos te mataron un hijo como a mí”, le respondió sin dudar la mamá de Lucila. Un día se sumó Nora Iglesias. Contó que su hija Marcela, de seis años, a la que tuvo después de seis años de tratamientos y tan dulce que la maestra la llamaba “Caramelito de miel” había muerto aplastada por una escultura ilegal gigantesca que se desplomó en el Paseo de la Infanta, de Palermo. Ocurrió durante una visita de alumnos de jardín de infantes, el 5 de febrero de 1996.Para entonces Nora llevaba siete años persiguiendo justicia infructuosamente.
Solo quieren justicia
Imposible no conmoverse. Naturalmente se fueron tejiendo vínculos de solidaridad primero, y afectivos luego entre quienes compartían sufrimientos comunes por las pérdidas, y similares inconvenientes en la búsqueda de justicia. Las reuniones en las calles derivaron en encuentros en las casas. Eran mujeres con características sociales, culturales y pertenencias políticas diferentes, igualadas por “un dolor que no tiene consuelo, no tiene final”, en definición de Elsa Gómez, una de ellas.
Antes o más tarde se agregaron las demás. Marta Canillas cuenta que llegó para solidarizarse con Isabel después de llorar a su hijo Juan Manuel, víctima de un secuestro “expres” y asesinado de un balazo en la espalda unos meses antes, cuando tenía 23 años. También se incorporaron Silvia Yrigaray y Elvira Torres, cuyos hijos Maximiliano Tasca, que tenia 25 años y acaba de recibirse de licenciado en Relaciones Internacionales, y Cristian Gómez, también de 25 años, habían sido asesinados en 2001, por un policía que los acribilló en una estación de servicio del barrio de Floresta. Elsa Gómez, mamá de Daniel Sosa asesinado en Aldo Bonzi por un policía que intentó robarle el auto, y Pompeya Gómez, madre de Christian Schaerer, secuestrado en 2003 a los 21 años en la ciudad de Corrientes y desaparecido desde entonces, completaron el grupo inicial.
La última en integrarse fue Silvia Fredes, cuya hija Martina Miranda de 16 años, fue atropellada el 14 de febrero de 2016 en Villa Crespo, cuando venía de festejar con su novio su primer Día de los Enamorados. La mató un “asesino del volante” de 22 años que manejaba a velocidad de vértigo, y la dejó tirada sin atenderla y dos días después se suicidó. “Nos mataron a nosotros también pero se olvidaron de llevarnos” escribió Silvia resumiendo el sentimiento común de las madres despojadas en forma antinatural de sus hijos. Marta Schenone, una de las fundadoras de la Asociación, falleció en octubre de 2018, quince años después del asesinato de su hijo Marcos Schenone, de 23 años, a manos de Horacio Conzi.
La cruz de la impunidad
Algunas madres pudieron completar el duelo por sus hijos muertos porque la justicia condenó y castigó a los homicidas. Otras, llevan la cruz de seguir llorándolos ofendidas por la impunidad, o por la justicia a medias (que es otra forma de injusticia) que en algunos casos pareció burlarse de su dolor. Los casos extremos son los de Vivian Perrone y Nora Iglesias, las mamás de Kevin y Marcela. A Eduardo Sukissian, el joven homicida de Kevin, la policía no le hizo el test de alcoholemia. Fue condenado a tres años de cárcel en 2007, pero dos semanas después fue beneficiado con la prisión domiciliaria para que pudiera estudiar, y en 2016 fue autorizado a manejar. Nora batalló once años contra el poder que protegía a los desaprensivos que colocaron la escultura que aplastó a su hija Marcela, hasta que el 11 de diciembre de 2007 la Corte Suprema declaró al caso como “carente de trascendencia”. La justicia nunca identificó al violador asesino de Lucila, la hija de Isabel Yaconis, ni encontró a Cristian, el hijo de Pompeya Gómez.
Silvia Yrigaray y Elvira Torres recibieron reparación cuando el 13 de octubre de 2003 fue condenado a prisión perpetua el asesino de sus hijos Maximiliano y Cristian. También Elsa Gómez, con la condena a perpetua de uno de los asesinos de su hijo Daniel, el 29 de abril de 2004. El 10 de setiembre del mismo año recibió igual pena uno de los asesinos de Juan Manuel Canillas. Marta, la mamá recibió otra noticia reparadora cuando el 27 de octubre de 2008 fueron castigados con perpetua los otros dos asesinos de su hijo. Antes de morir en 2009, Elsa Schenone pudo ver como Horacio Conzi, el homicida de su hijo, fue condenado a 25 años de cárcel el 25 de noviembre de 2005.
Una cruzada moral
El cuestionamiento de la legitimidad y la pérdida de confianza en las instituciones responsables de dar seguridad y justicia, extendido en la sociedad favoreció el desarrollo de las iniciativas de las Madres del Dolor. El carácter pacífico y constructivo de sus propuestas de soluciones institucionales (que excedían sus justificadas reivindicaciones personales) fue percibido como una cruzada moral que recogió adhesiones generalizadas y no pudo ser soslayado por los gobiernos de turno.
El 15 de julio de 2004 las madres hicieron un acto público que los diarios titularon “cumbre de familiares de víctimas de la violencia en la casa de Isabel Yaconis”. Estaban todas. Con Vivian Perrone como vocera, apelaron públicamente al presidente Néstor Kirchner: “al ser padre le rogamos que con su esposa se ponga en nuestra piel...que nos escuche...para que no haya más víctimas”. El ministro de Justicia, Gustavo Béliz, las convocó en medio de la concentración a la Casa Rosada, donde el mandatario les propuso que se organizaran legalmente. Al salir, Vivian Perrone anunció que “vamos a constituirnos como agrupación”. El 10 de diciembre de ese año la entidad fue oficializada ante la Inspección General de Justicia.
Con el tiempo fueron recibidas oportunamente por los presidentes Cristina Kirchner, y Mauricio Macri, que les abrieron las puertas para escucharlas. Pero la independencia es su atributo innegociable. Proclaman que sus principios son “promover y consolidar la prestación de Justicia, brindar servicios de asistencia y constituir un foro de defensa de los derechos y la seguridad ciudadana. Cumplimos con estos objetivos sin estar afiliadas a ningún partido político”. Ya se lo comunicaron a la actual ministra de Justicia, Marcela Losardo. Combinan la gestión ante las autoridades con la intermediación ante la prensa para que tomen estado público las denuncias que reciben.
El registro de datos genéticos sancionado en 2013 fue un gran avance, pero tarda en convertirse en efectivo. Recién comenzó a funcionar en 2018, pero los jueces cajonean las solicitudes para la extracción de ADN. “El vaso sigue vacío”, dicen las madres que no paran de reclamar que cumpla con su objetivo fundamental. “Hay que seguir poniendo leña para que el fuego no se apague”, en palabras de Isabel Yaconis. El otro logro principal de la asociación, el del agravamiento de las penas para los asesinos al volante, resultó insuficiente. La pena es de tres a seis años, pero los jueces optan por la menor, que es excarcelable. Vivian Perrone ya impulsa en el Congreso un proyecto para extremar el castigo. “No se puede volver para atrás. Hay que mantener lo logrado e ir por más”, se animan.
No dejar solos a los que sufren
La pandemia inutilizó momentáneamente el uso de la sede (la entrañable casita de Fray Justo Sarmiento 320, en la localidad bonaerense de Florida, que atesora las imágenes de sus hijos), y también para preocupación de las madres posibilitó la liberación de delincuentes que reincidieron en delitos gravísimos, pero el teléfono no deja de sonar. Y ellas “ponen la oreja” sin discriminación de días hábiles o feriados, ni de horario. Los llamados suelen ser angustiosos y urgentes, como el pedido de auxilio de la familia de un chico de cinco años violado en la ciudad rionegrina de El Bolsón por un gendarme, porque el juicio se dilata una y otra vez. Con equipos de especialistas asesoran en los casos graves, y en los cotidianos padeceres, como una mala praxis. La respuesta es infaltable y oportuna. “Nunca dejamos solos a los que sufren”, es la consigna.
// La lucha de las Madres del Dolor que se convirtió en Ley
“Estamos grandes, pero mientras tengamos un hilo de salud vamos a seguir” prometen. Los hijos fueron la inspiración, los nietos el desvelo. Están satisfechas de su conducta (“ninguna de nosotras lucró con la asociación” aclaran aunque no haga falta) y de la confianza ganada. Recibieron premios y su labor tuvo repercusión internacional, pero valoran sobre todo el agradecimiento de los anónimos que resultaron favorecidos por sus empeños. “Por las veces que nos han bendecido tenemos el cielo ganado” dicen sin jactancia.
Conocí a algunas de ellas. Cuando escuché sus relatos, atravesado por el dolor que las atormentaba reprimí el impulso de abrazarlas por el pudor estúpido de la sobriedad periodística, del que al repasar sus historias me arrepiento. El tormento de la pérdida del hijo se ahonda por la impotencia, el enojo y la desesperanza que nacen cuando el sistema político y jurídico admite la impunidad. Sus actitudes pacíficas y constructivas son tan loables como la integridad moral que las caracteriza.
Un industrial decidió donar 20.000 pesos a la familia de Taiel, el chico de seis años que hace tres meses murió atropellado por un auto que corría una picada, mientras esperaba en la vereda para cruzar la calle con sus padres en Gregorio de Laferrere. Para tener la garantía de que iba a llegar a destino decidió buscar la forma más segura y confiable... y eligió como intermediarias a las Madres del Dolor! La imagen intachable, junto a la independencia de poderes y gobiernos de turno explican la hondura de la inserción social y el prestigio de este grupo de mujeres que convirtieron la tragedia íntima en efectiva fuente pública de reclamos que subyacían silenciados.