Durante décadas, el éxito profesional se midió en títulos universitarios, oficinas luminosas y trajes impecables. Pero esa ecuación empezó a cambiar. En distintos países, una nueva generación está eligiendo volver al trabajo manual, no por falta de opciones, sino por convicción.
El fenómeno, impulsado por los jóvenes de la generación Z —nacidos entre 1997 y 2012—, desafía los modelos tradicionales del empleo de “cuello blanco”. Hoy, muchos prefieren ser soldadores, electricistas o camioneros antes que pasar ocho horas frente a una pantalla.
Leé también: Estrés: qué señales de “alarma” te envía el cuerpo cuando está al límite
Según un informe de Resume Builder, el 42% de los adultos jóvenes busca empleos manuales, un cambio que combina razones económicas, culturales y emocionales. En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial, los oficios vuelven a ofrecer algo escaso: una sensación de control sobre la propia vida y la certeza de que el trabajo importa.
La seguridad como nuevo lujo
El mercado laboral global atraviesa un momento de cambio profundo. Los puestos administrativos y técnicos son los más amenazados por la automatización, mientras que los trabajos manuales mantienen su demanda y su valor. “Podrías ganar dinero. Podrías controlar tu propio destino. La IA no puede peinarte ni arreglar las tuberías debajo del fregadero”, explicó la asesora laboral Stacie Haller, una de las voces más citadas del informe.
El atractivo es doble: menos endeudamiento y más independencia. La mayoría de los jóvenes que apuestan por oficios evita los costos de las carreras universitarias, que en muchos países superan los 20.000 o 30.000 dólares. Al mismo tiempo, logran capacitarse rápido, insertarse en un mercado con demanda y, en muchos casos, convertirse en emprendedores.
En Estados Unidos, por ejemplo, el salario promedio de los trabajadores calificados en construcción, mantenimiento o transporte ronda los 50.000 dólares anuales, y puede superar los 68.000 si están sindicalizados. En América Latina, aunque los números son más bajos, la tendencia es similar: cada vez más jóvenes valoran la estabilidad antes que el prestigio.
Un cambio de paradigma cultural
Durante gran parte del siglo XX, el trabajo manual fue percibido como una opción de menor estatus. La promesa de la educación universitaria —como pasaporte a la “vida estable”— se consolidó en los años 80 y 90. Pero la crisis económica, la automatización y la precarización del empleo joven cambiaron las reglas.

El sociólogo Steve Viscelli, de la Universidad de Pensilvania, sostiene que “siempre existió el encanto del trabajo físico: la carretera abierta, el contacto con la materia, la sensación de libertad”. Ese componente emocional, dice, vuelve a tener peso en una generación que busca propósito más que prestigio.
El fenómeno también está reconfigurando la educación: las escuelas vocacionales crecen un 20% anual, y cada vez más distritos recuperan talleres de carpintería o mecánica.
Redefinir el éxito
El auge del trabajo manual no solo responde a la economía, sino también a una búsqueda emocional. En contextos de estrés y saturación digital, muchos jóvenes asocian el trabajo físico con bienestar mental. Usar el cuerpo, ver resultados tangibles y desconectarse de la pantalla puede aportar un tipo de satisfacción que la virtualidad no ofrece.
“Es una carrera de verdad. Es un trabajo de verdad”, dijo Ricardo Jiménez, un joven camionero de California que dejó la universidad para crear su propia empresa de transporte. “Me encanta conducir, escuchar música y ver las montañas. No mucha gente puede decir que tiene esa vista cuando trabaja.”
El suyo no es un caso aislado. En todo el mundo, los jóvenes que eligen oficios reivindican la dignidad del esfuerzo físico y el valor de crear con las manos. No buscan renunciar al progreso, sino redefinir qué significa.En un contexto donde la inteligencia artificial amenaza con reemplazar tareas humanas, volver al trabajo manual puede ser, paradójicamente, una forma de futuro.