Alguna vez nos habrá pasado que terminamos de comer un almuerzo o cena abundante, llega el momento del postre y, por más lleno que se encuentre nuestro estómago, nuestro cerebro nos pide más y nada podemos hacer para no comer algo dulce. Esto no tiene nada que ver con una supuesta falta de voluntad, sino que la ciencia demostró que la culpa se encuentra en el bautizado como “estómago del postre” que toda persona alberga en su cerebro.
La doctora española Marina Idalia Rojo, investigadora del grupo de Endocrinología, Diabetes y Nutrición del Instituto de Investigación Sant Pau de Barcelona, explica que, aunque el estómago pueda estar lleno, el cerebro aún puede sentir ganas de sabores dulces. “Esta respuesta tiene una base neurológica: el cerebro reacciona de forma distinta al azúcar, activando rutas de recompensa que no se apagan necesariamente con la saciedad física”, dijo.

Esta avidez por los dulces es responsabilidad de las neuronas POMC (proopiomelanocortina), localizadas en el hipotálamo y bien conocidas por su labor en la reducción del apetito y la generación de la saciedad. El Instituto Max Planck para la Investigación del Metabolismo en Colonia, Alemania, acaba de obtener un hallazgo que la propia doctora Rojo calificó como sorprendente y explicó: “Estas mismas neuronas también pueden aumentar el deseo de comer cosas dulces, incluso, cuando ya estamos llenos”.
Concretamente, lo que observaron los investigadores alemanes es que algunas de estas neuronas envían señales a otra región cerebral, el tálamo paraventricular, en el que activan un sistema relacionado con el placer. Para ello, la experta explicó que emplean sustancias similares a los opioides naturales del cuerpo, como las betaendorfinas. Este sistema se activa especialmente cuando comemos azúcar tras una comida copiosa, y es lo que podría explicar el denominado estómago del postre.
Lo dulce daría más energía
El cerebro humano está programado para llenar el cuerpo de dulces y la investigadora explicó: “Desde una perspectiva evolutiva, el deseo de ingerir azúcar tenía una función vital. Los alimentos dulces proporcionaban energía rápida y fácilmente disponible, muy valiosa en tiempos de escasez. Por eso, el cerebro ha evolucionado para valorar especialmente este tipo de alimentos, incluso cuando no son necesarios en ese momento”.
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En tanto, la Universidad de Gettysburg en el estado de Pensilvania sugirió que las personas que disfrutan de los dulces son consideradas más amables y sociables, lo que sugiere que compartir dulces pudo favorecer la cohesión social en el pasado, hecho que encaja con la visión de la Universidad de Harvard que destaca que los humanos somos una especie ultrasocial y que comportamientos como el consumo de dulces tras una comida podrían haber reforzado la cooperación y los lazos grupales, según la experta.
Además, que el azúcar resulte tan apetecible no quiere decir que haya que sucumbir al carrito de los postres, sino que siempre se puede redirigir ese deseo hacia opciones más saludables, por ejemplo, una pieza de fruta podría satisfacer el antojo dulce, pero aportando además fibra, vitaminas y menos azúcares libres.